Entre las calles de Costa i Cuixart, Felip II y la avenida dels Quinze, los jardines de Can Xiringoi, insuflan un soplo de aire  al barrio de Torre Lobeta. Este pulmón de 7.000 metros cuadrados, inaugurado en 2015, fue el broche de oro de la urbanización de las antiguas cocheras de Borbó, que funcionaron de 1901 a 2003, primero para tranvías y, a partir de 1971, para autobuses. Ese año, el barrio ganaba dos hectáreas de terreno. La primera fase de su urbanización se cerró en 2011 con la inauguración de varios equipamientos: el Centre Integral de Salut, la Biblioteca Vilapicina, la Torre Llobeta, el Casal de Gent Gran de la Torre Llobeta, el poliesportiu CEM Cotxeres Borbó.

Pero volvamos a los jardines. Una plaza central, parterres de césped arbolados, áreas de descanso y, en la esquina que toca a la avenida de los Quinze (hasta hace unos años, de Borbó), un monolito con una inscripción: “En estos terrenos estaba ubicada la masía Can Xiringoi, donde trece generaciones de la familia Armengol vivieron entre 1679 y 1971”.

Según explica el libro Les masies de Sant Andreu del Palomar (Llop Roig, 2014), en la escritura de propiedad de 1971, decía que la masía, aunque actualmente se ubicaba en Horta, originalmente era una masía de Sant Andreu. Su descripción correspondía al modelo de masía tradicional catalana, con una planta baja en la que se guardaban todos los aperos del campo, un primer piso habitable y desván.

SU HISTORIA

La casa estaba situada en el punto conocido como 'Els Quinze', junto a otras dos propiedades: Can Bartra y la Torre Llobeta. Can Xiringoi o Ca n’Armengol (por la familia propietaria). Tenía una hectárea, 56 áreas y 6 centiáreas de tierras de secano, y una pluma de agua. Tras varias segregaciones y la expropiación para hacer el antiguo camino de Sant Iscle (hoy avenida de Els Quinze), la finca quedó en poco más de 10.000 metros cuadrados.

La siguiente gran expropiación llegó en 1901, cuando la empresa Tramvies de Barcelona ocupó parte de la finca con las cocheras de los tranvías (1901). A partir de entonces, la masía, como una isla menguante, fue perdiendo terreno, hasta que sus últimos herederos fueron testigos de su demolición. Hoy, de aquella enorme finca ya solo queda su recuerdo en el Nomenclátor y un homenaje en forma de jardín.

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