Un 'trovatore' desubicado
En 'Il trovatore' del Liceu, Ollé no acaba de entender que además de provocar la escenografía tiene que ayudar a los auténticos protagonistas, los cantantes
20 noviembre, 2022 00:00Noticias relacionadas
De nuevo el artista residente se empecina con descontextualizar una obra archiconocida sin que ello aporte absolutamente nada. El libreto dice que la acción transcurre en Aragón y en Vizcaya, a principios del siglo XV. El primer y cuarto en el palacio de la Aljafería, en Zaragoza. Y el segundo y tercero en campamentos de gitanos en Vizcaya y Castellar, cerca de Zaragoza. En lugar de llevarnos a lugares reconocibles nos trasladan a la primera guerra mundial, en una escenografía medio vacía que solo salva una iluminación más que correcta con unos cajones que suben y bajan mediante unos cables que fragmentan la escena. Y, cómo no, crucifijos en el segundo acto, para Ollé toda ópera tiene que tener referencias a la iglesia y a militares vestidos con cuero y botas altas. La historia de trovadores, condes, nobles y gitanas queda así inmersa en la obscuridad de una guerra, diluyendo la naturaleza de los personajes. Y como ya ocurrió en la Norma de cierre de la temporada pasada, al salir al escenario Alex Ollé en el estreno recibió lo que se merece, una buena bronca, menor que con Norma, eso sí, aunque en aquella ocasión al menos había momentos estéticamente bellos, algo que no se puede decir de este deslucido trovatore. Tras ese primer “éxito” Ollé no volvió a dar señales de vida.
La dirección musical, a cargo de Riccardo Frizza, es muchísimo mejor que la perpetrada por Josep Pons en la ópera anterior, Don Pasqualle. Aquí, gracias al maestro Frizza, la orquesta acompaña a las voces y no las tapa, y eso que, de nuevo, el escenario está peleado con la acústica. Parece mentira que alguien que lleva tantos años en esto de la ópera como es Ollé no acabe de entender que además de provocar, que es lo que le gusta, la escenografía tiene que ayudar a los auténticos protagonistas, los cantantes. Tanto los registros más graves como cuando se canta al fondo de la caja escénica quedan muy apagados por la mala acústica del decorado.
Buenos cantantes
Los cantantes en general cumplen bien con su papel. El papel protagonista, Manrico, lo representa el tenor Vittorio Grigolo quien fue apadrinado artísticamente por Pavarotti cuando tenía 13 años y aunque está a años luz del gran maestro, cuenta con una notable carrera y con hitos tales como ser el tenor más joven en la inauguración de la temporada de la Scala de Milán. Porque sí, en los teatros que se respetan a sí mismos, no como el nuestro, la inauguración de cada temporada es un acontecimiento social y musical. Grigolo ha cantado en los mejores teatros del mundo y defiende bien un papel exigente, tal vez más sobrado de energía que de calidad. A destacar los claroscuros de la famosa “di quella pira”. Comenzó con brillantez y terminó saltándose frases y refugiándose en un correcto si bemol en lugar de intentar el do de pecho. La soprano Saioa Hernández estuvo bien en el papel de Leonora. Comenzó las representaciones saliendo de un catarro y con el paso de los días ha ido de menos a más, cuajando una notable actuación el día que tuve el placer de escucharla.
Azucena la interpreta Ksenia Dudnikova, una de las más aplaudidas. Estuvo algo justa en la parte superior pero soberbia dramáticamente. El Conde Luna, el barítono Juan Jesús Rodríguez, tuvo una actuación muy destacada, encajando a la perfección con lo que se espera de un barítono cuando canta a Verdi, aunque sufrió de la mala acústica del escenario en el trío del primer acto con Manrico y Leonora. El bajo Gianluca Buratto cumplió sobradamente y los papeles secundarios, Inés y Ruiz, estuvieron bien cubiertos por María Zapata y por Antoni Lliteres.
Menos días de función
La orquesta y coro, correctos, lo cual no es mucho decir en una obra con un coro tan conocido como el de los gitanos, quienes por cierto no pudieron usar los yunques por culpa de la absurda escenografía en el coro de los gitanos que, para más inri, se denomina del yunque en inglés. A cambio, la orquesta tañía un instrumento metálico demasiado estridente cuando el coro estaba en el fondo de la caja. A destacar que no se dignaron en salir a saludar al final de la función, será que tenían que ver masterchef…
Una nueva ocasión perdida para atraer público con una de las óperas más agradecidas. Desde la temporada 2019 el Liceu incumple la ley de transparencia y no publica en su web la memoria anual. Sería interesante ver cómo evoluciona la asistencia de público a las representaciones y los ingresos por patrocinio y por venta de entradas.
Solo un dato, en noviembre solo hay programados 8 días de ópera, a inicio de mes este Il trovatore y a finales Il trittico de Puccini, tres óperas no muy sencillas con solo un aria hiperconocida, mio babbino caro. Entre medio, la nada. En el Real exactamente el doble, 16 días de ópera, más un concierto con la dirección de Zubin Mehta y un recital de Cecilia Bartoli. En la London Opera House absolutamente todos los días de noviembre hay representaciones --algunos días hasta dos sesiones-- destacando una Bohème, con Juan Diego Florez, y una Alcina, con Lisette Oropesa. Con ocho días de representación, diez si incluimos dos conciertos, es imposible que salgan las cuentas. Y si no salen las cuentas nunca vendrán estrellas consagradas salvo a recitales o un resistente Javier Camarena que sigue enamorado del Liceu, probablemente porque el infrautilizado concurso Tenor Viñas le catapultó a la fama.