El 17 de noviembre de 1962, sábado, se produjo en Barcelona un extraño y chapucero delito conocido, no se sabe muy bien por qué, como El crimen de los existencialistas. Lo puso en marcha una tal Pilar Alfaro, hembra casquivana que frecuentaba el club Jamboree de la plaza Reial tras haberse separado de su marido, con el que había tenido dos hijas. A la tal Pilar le iba el cancaneo y gustaba de tratarse con norteamericanos que frecuentaban el lugar, entre los que eligió como novio a un profesor de inglés llamado Stephen Johnston, al que se sumaron en calidad de amigotes un par de pelagatos: John Hand y el desertor de una base americana en Alemania James Wagner. Rodeada de muertos de hambre, Pilar se enganchó a un probo burgués catalán, Francisco Rovirosa, que regentaba una tienda de lámparas. Durante un fin de semana que la feliz pareja pasó en Montserrat, un encapuchado (el tal Johnston) los atracó y le sacó 10.000 pesetas al tendero.
Tras este primer palo, la banda del empastre se puso a preparar el segundo, que consistía en asaltar al pobre Rovirosa en su tienda un sábado por la tarde, cuando tenía la costumbre de ir a revisar la contabilidad. En vistas a procurarse una buena coartada, Pilar y Johnston se fueron a Ibiza, dejando el asunto en manos del desertor Wagner, quien se presentó a cumplir el encargo con la ayuda de treinta centraminas que se había echado al coleto. El atraco salió mal no, lo siguiente. Rovirosa se resistió, Wagner lo cosió a puñaladas y, tras ser incapaz de abrir la caja fuerte, se contentó con las dos mil pesetas que el pobre hombre llevaba en la cartera. La banda fue detenida en los días siguientes y fue puesta como ejemplo de lo que podía salir de lugares de perdición como el Jamboree, en el que sonaba esa música de negros que no era muy del agrado del régimen. No se sabe a quién se le ocurrió lo de El crimen de los existencialistas, pues era muy dudoso que ninguno de los responsables de la chapuza asesina estuviese familiarizado con la obra de Jean Paul Sartre, pero la intención era evidente: meter en el mismo saco una ideología supuestamente disolvente y la pura criminalidad. A los cuatro les cayeron unas condenas de aúpa.
UNA NOVELA DE ALBERTO VALLE
Tomando El crimen de los existencialistas como punto de partida, Alberto Valle (Barcelona, 1977) ha escrito una novela titulada Todos habían dejado de bailar, que acaba de salir a la venta tras ganar el premio L'H Confidencial y que se presentó el viernes pasado en el lugar donde empezó todo, el Jamboree (previamente, el señor Valle ganó en 2018 el premio Ciudad de Villarroel por Soy la venganza del hombre muerto y publicó unos cuantos pulps protagonizados por un resolutivo gañán llamado Palop bajo el seudónimo de Pascual ULPpiano, ¿lo pillan?). De la presentación se encargó Xavier Theros, el hombre que lo sabe todo sobre la Barcelona de ayer, hoy y mañana, quien dio un poco de conversación al autor antes de que tuviera lugar un concierto a cargo de Pere Ferrer, jazzman local que ya actuaba en el Jamboree cuando lo frecuentaban Pilar Alfaro y su pandilla de inútiles. Ambos insistieron en que el crimen, que acaparó las páginas de los diarios durante semanas y a cuyo juicio acudieron periodistas británicos y norteamericanos, le fue de perlas al régimen franquista para organizar un totum revolutum contra ciertos asuntos que les molestaban: locales como el Jamboree, la perversa influencia extranjera sobre nuestra desnortada juventud y cosas por el estilo.
Por lo que conozco al señor Valle, sé que le entretiene enormemente bucear en la historia más cutre y canalla de la ciudad en que se instalaron años ha sus progenitores, italianos ambos, por lo que el crimen de los existencialistas le ha venido muy bien para plantear un retro thriller en el que todo lo que rodea al delito es tanto o más importante que el delito en sí. Xavier Theros ya ha tratado esa época de la ciudad en algunos ensayos, especialmente el que dedicó a la aparición por la Rambla de la Sexta Flota norteamericana, y ahora se le suma Valle desde la ficción. Mezclando la literatura policial con la más reciente prehistoria de nuestra post olímpica ciudad, el señor Valle se ha marcado un interesante artefacto literario que puede atraer por igual a los fanáticos del costumbrismo local y a los lectores de thrillers. Todos habían dejado de bailar lo ha publicado la editorial Roca, por cierto.