Por su aspecto saludable, sus fachadas de colores y bien cuidadas, nadie diría que este grupo de casitas bajas situadas al principio de la calle del Clot con Meridiana, estuvieron durante años condenadas al derribo. Hoy son parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad. Son intocables. Guardan entre sus cuatro paredes unos 185 años de historia cada una, y forman una minúscula aldea que conserva la esencia de una Barcelona de otro tiempo. 

Su origen se remonta a 1837. En esa fecha, los herederos del Barón de Bleda, decidieron construir viviendas en unos terrenos documentados desde 1142 y adquiridos por su padre cuando el obispo Arnau Ermengol los cedió a la orden del Hospital de Jerusalem. No fue un capricho de los herederos, sino una oportunidad de hacer negocio dando respuesta una necesidad de vivienda surgida a medida que las grandes extensiones agrícolas, con sus tradicionales masías, fueron sustituidas por industrias.



Con esa intención, se proyectó este conjunto de 18 casas unifamiliares, con dos plantas, sótano y patio trasero. Actualmente, todo un privilegio, pero entonces no eran más que casas humildes de trabajadores, situadas muy cerca del Rec Comtal y al abrigo de un paisaje industrial. Junto a ellas nació, creció y cambió infinitas veces Glòries. A su espalda, se levantó la Farinera, reconvertida en equipamiento municipal. Muy cerca tuvo parada el tren. Floreció la Meridiana a 10 metros y desaparecieron las vías, pero las casas no se movieron. 

Hoy, por encima de sus tejados emerge la Torre Agbar y el Disseny Hub y el perfil del 22@ porque son bajas, no superan los “34 palmos de altura y 54 de fondo”. Todo tiene una explicación: no podían interferir en la trayectoria de las bombas que se disparaban desde la Ciutadella. Y además, estaban afectadas por el decreto de Evicción, es decir, al estar relativamente cerca de la fortaleza del Fort Pienc, en caso de guerra tenían que ser derruidas por sus propietarios.

Nunca se llegó a ese extremo. Pero el crecimiento y modernización de la zona acabó engullendo este pintoresco poblado, y el paso del tiempo las sumió en un estado deplorable de abandono total. Fue el empeño de Manuel Gaya Solé, propietario de tres de estas casas heredadas de su bisabuelo quien las salvó del plan general metropolitano de 1976. Lograron demostrar su valor como patrimonio arquitectónico y están protegidas desde el 2008 como bienes culturales de interés local. 

Un dato curioso: La actriz Silvia Munt nació en el número 20 de estas casas.

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