Las representaciones de Manon en el Liceu se están ofreciendo a la memoria de la Gran Victoria de los Ángeles, como homenaje al 100 aniversario de su nacimiento y porque Manon fue probablemente su mejor papel y el que la hizo famosa internacionalmente.
La conocida Nadine Serra realiza una alegre y energética interpretación de Manon, aunque la producción de Olivier Py es vulgar por no decir zafia. Su pareja en escena, el tenor Michael Fabiano trata de reemplazar a un Javier Camarena quien aparentemente no ha querido estrenarse en el papel, se encuentra algo por debajo de la diva de Florida, pero la química entre los dos es espectacular, mientras que Marc Minkowski, a pesar de ser un experto en ópera francesa, está algo irregular.
Sorprende cómo el público es cada vez es menos exigente. La ovación final es, a mi juicio, muy generosa y sobre todo nada discriminatoria. Pero lo más grave es que nadie dice nada del goteo de estrellas que dijeron que venían y al final se caen de las producciones. No es casualidad que siempre pinchen aquí. Cada vez nos toman menos en serio. Veremos qué pasa el año que viene con Kaufmann, la gran, y casi única si descontamos a Camarena, estrella de la próxima temporada. ¿Vendrá los tres días comprometidos para Adriana Lecouvreur o tendrá alguna alergia primaveral que le impida cantar?
JOVEN SOPRANO PROMETEDORA
La producción de Oliver Py es simplemente vulgar. Trata de potenciar el aspecto erótico y sensual de Manon, el mito de la mujer fatal, que consciente de su atractivo consigue saciar sus ansias de lujo, riqueza y posición social, llevando la acción a un prostíbulo rodeado de luces de neón. Py elige el trazo grueso a la sutileza, desmontando así gran parte del hilo argumental y, de paso, llenando el escenario de figurantes que distraen de los momentos más importantes de la ópera. Ver manosearse a unos figurantes semidesnudos no aporta, sino que resta, especialmente en escenas donde la acción de la ópera se sitúa en una esquina del escenario, mientras que el magreo ocupa el espacio central. En ocasiones más parecía un espectáculo del Bagdad que del Liceu. Se une así a otras tantas otras ocurrencias que estamos viendo donde los directores artísticos se empeñan en emborronar las obras que supuestamente quieren representar. Sus salidas de tono molestan más que provocan.
Nadine Sierra brilla sobre el resto a pesar de los manoseos, de verla en top less o en combinación para acabar con un brillante traje de noche que no pega nada con la escena final. Se trata de una de las sopranos que se encuentra en mejor forma y trata al personaje con la sutileza y con la alegría que se merece, a pesar de la excesiva evidencia de la escenografía y del vulgar vestuario. Probablemente, Serra no tenga las cualidades naturales para bordar el papel como lo hacía Victoria de los Ángeles, pero suple esas pequeñas carencias con un canto cálido, sensual y exquisito, emocionando cuando no enamorando al público a pesar de las distracciones escénicas y, en ocasiones, musicales. Su alegría al recibir los aplausos finales es contagiosa y la acercan más aún al público. Esta joven soprano (34) tiene un futuro más que prometedor si es capaz de dosificar su voz.
MÁS RUIDO QUE MÚSICA
El Liceu decidió reemplazar a Camarena por un cada vez más frecuente Michael Fabiano. Su teatralidad trata de compensar sus carencias en la dicción y es innegable la química entra la pareja, incluso en los saludos finales al respetable. Si algo le sobra es potencia de voz, en ocasiones algo excesiva, pero cumple su papel con gran dignidad. Fabiano parece extrañamente condenado a portar pelucas en sus papeles. Es un arcano por qué un cantante puede ser alto, bajo, de una raza o de otra, llevar tacones o tatuajes, pero no ser calvo, Fabiano representa un Des Grieux tal vez demasiado temperamental, pero lo que no encaja vocalmente con Serra lo hace dramáticamente. El resultado, aunque lejos de la perfección vocal, es más que correcto. La duda es cómo lo hubiese hecho Camarena en su frustrado debut en el papel. Vocalmente, probablemente mejor, pero la química con Serra de Fabiano es difícilmente superable.
Del resto de protagonistas de la ópera cabe destacar el barítono Alexandre Duhamel en un Lescaut bastante tosco, probablemente por exigencia de la dirección escénica y musical, y el único que domina el fraseo francés que requiere esta obra, el barítono Laurent Nauri.
La dirección musical de Marc Minkowski es, probablemente, una de las mayores decepciones de la producción. Es cierto que lo suyo es el barroco francés, pero sus interpretaciones de ópera francesa suelen reflejar multitud de matices y colores, algo que en general no se puede apreciar en esta Manon, salvo probablemente en el inicio de la segunda parte. Será que ha escuchado demasiado al director musical del teatro, que la orquesta ya no hay quien la arregle o que su lesión de hombro le sigue molestando en exceso, pero hay momentos de más ruido que música. Llevar la orquesta a todo volumen hace que se pierdan matices. El caso es que la dirección musical de esta Manon no pasará a la historia.