Es innegable la belleza de las estatuas de Jaume Plensa, tanto en la calle como sobre el escenario. Las enormes cabezas tanto sólidas como etéreas transmiten mucho más que una excelente ejecución. Sus luces y sombras les dotan de una cierta dimensión onírica. Lo mismo ocurre con los juegos de letras, tanto en estatuas como en el vestuario, y que recuerdan a las cancelas de entrada del Liceu que aunque tienen como objetivo evitar que el porche sirva de refugio para los sin techo no dejan de ser muy bellas. Todo lo que Plensa sube al escenario es bonito, muy bonito. Pero Jaume Plensa es un magnífico escultor, no un director de escena, y eso se nota. A la producción de Macbeth en el Liceu le falta ritmo y teatralidad.
Cuentan que el barítono del estreno, Felice Varesi, recibió una indicación clarísima: 'Deberá servir antes al poeta que al músico', porque en Macbeth, Verdi quiere ser más que fiel a Shakespeare, quiere que la teatralidad sea predominante y llegado el caso tenga prioridad sobre la música y el canto. La belleza de los elementos escénicos de Plensa no logran ese propósito y esa falta, unida a la, una vez más, pésima dirección musical de Josep Pons, convierte este Macbeth tan deseado y publicitado en una oportunidad fallida donde el que más pierde es el escultor ya que veo muy difícil que esta cara producción sea alquilada por ningún teatro de primera, salvo que sean unos fans totales de Plensa, como yo mismo me confieso. Su trabajo es más de decorador que de director de escena. Tal vez lo mejor hubiese sido trabajar en colaboración con un profesional del ramo, no asumir toda la responsabilidad.
Sin negar la belleza de varias escenas no puede ser que más de tres cuartas partes de la obra se representen ante un fondo vacío, que además poco ayuda a la proyección de la voz, por muy bien iluminado que esté. Las soluciones de proyectar unos ojos al fondo del escenario o colgar una gran sábana con una interrogante son más propias de un festival de fin de curso que de un teatro de ópera. Es más que probable que Verdi se trabajase muchísimo más la escenografía y los efectos en la inauguración de Macbeth en su estreno en Florencia en 1847.
Hablar de la enemistad de Pons con la música italiana es una obviedad, pero algo hay que hacer para aliviarle del suplicio. Esta producción es, probablemente, una de las más queridas para la dirección del Liceu, seguro que también para él, pero a pesar de ello cae en la monotonía con la que nos castiga siempre que se enfrenta a la partitura de un autor italiano. Lo suyo es otra cosa, el expresionismo y la ópera francesa.
Pons ataca esta obra como si fuese una sinfonía, algo que Verdi literalmente odiaba. Hay momentos en los que parece obviar a los cantantes, yendo la orquesta por un lado y éstos tratando de seguirla o incluso de hacerse oír. Lleva la orquesta a un volumen que se hace hasta molesto. Más parece el director de una banda de música militar que quiere amedrentar al enemigo que no solo un director de orquesta, sino el director musical de un teatro de ópera. No por repetido el lamento más que queja no deja de ser una realidad, Pons no puede, o tal vez no quiera, dirigir óperas de Verdi o Puccini, si no quiere soltar el sueldo fijo de la dirección musical del Liceu al menos que deje estas óperas a otros directores. Si recordamos el Tríttico de antes de Navidad con nostalgia es, en gran medida, gracias al trabajo de su directora, Susanna Mäkki.
FLOJA DIRECCIÓN ESCÉNICA
En el reparto al menos se salvó la gran Sondra Radvanovsk que si bien no está en el mejor de sus papeles no deja de ser una gran diva que, además, es de las pocas estrellas fieles con el Liceu. Aunque no puede catalogarse la suya como una actuación memorable sí que estuvo por encima del resto, incluido los directores de escena y musicales, yendo de menos a más. La falta de teatralidad de su actuación, como la del resto de cantantes, se debió en gran medida a la floja dirección escénica pero su oficio y su voz son, realmente, de otro nivel.
Acompaña a Radvanosky el barítono Luca Salsi, quien encarnó a Macbeth en el Liceu en la anterior producción, la de Christof Loy de hace 7 años. De él destaca que, sobre todo, es un buen actor, lo que se agradece en esta obra. Probablemente no sea uno de los mejores barítonos del mundo, pero tiene oficio y su interpretación compensa con creces su cierta irregularidad vocal. Ni mucho menos desentona con una de las mejores sopranos del momento, lo cual es mucho decir. Y algo muy importante para una voz grave, se hace oír ante el estruendo de la orquesta.
En Macbeth el tenor no es, ni mucho menos, el protagonista, pero Francesco Pio Galasso estuvo más que acertado en un papel, insisto, menor. Erwin Schrott, en el papel de Banco, probablemente es el más flojo de los protagonistas. El resto de cantantes, Fabián Lara, Gemma Coma–Alabert y David Lagares muy correctos. Sin duda la parte vocal lo mejor de esta producción.
Esta ópera lleva ballet incorporado. Rememorar los tiempos en los que el Liceu tenía un cuerpo de ballet estable nos lleva a la melancolía, aunque bueno es saber que no fue hasta 1988 cuando se decidió no mantener a un cuerpo de ballet en plantilla. Estrellas mundiales como Angel Corella o Julio Bocca han intentado resucitarlo con ningún eco de las autoridades. Eso sí, tiramos el dinero en artistas residentes o en producciones carísimas como la actual. La poca teatralidad de esta producción se la dan unos bailarines que cumplen con nota su papel, especialmente en el número de ballet acrobático con el que comienza el acto tercero. Tan poco eco se le da al ballet que es imposible saber, o yo al menos no he sido capaz de encontrarlo, quién baila. Solo sabemos que la coreografía corre a cargo de Antonio Ruz. Felicidades a todos ellos, aunque sean ninguneados por la dirección del teatro.
Finalmente destacar que, de nuevo, en esta producción se caen cantantes programados. Es evidente el decreciente interés que suscita nuestro teatro pues las bajas se suceden en cada producción. En esta ocasión Ekaterina Semenchuk sustituyó a Anna Pirozzi, “por problema de agenda” (¡), Alexandrina Pendatchanska reemplazó a Ekaterina Sannikova no sabemos por qué y Željko Lučić reemplazó al gran Carlos Álvarez, quien pelea con ciertas secuelas del covid. Veremos cuándo y dónde reaparece el gran barítono malagueño.
En resumen, una nueva oportunidad perdida que ha permitido fotos de una belleza indudable pero que ha carecido de todo sentido teatral. Bien pareciera ésta una producción de Macbeth pensada para lucir en instagram.