Si algo distingue al Liceu de Barcelona de otras casas de ópera es su relación con Wagner. La primera vez que se cantó Parsifal fuera de Bayreuth fue en Barcelona el 31 de diciembre de 1913 --a las once de la noche, justo treinta años menos una hora después del estreno en Bayreuth, jugando con la diferencia horaria la noche que vencían los derechos de autor. El estreno fue posible por la Associació Wagneriana de Barcelona, con miembros tan ilustres como Albéniz, Granados y el tenor Viñas. Esta asociación era parte de la Renaixença, movimiento fundamental para el auge de la cultura catalana tal y como la entendemos hoy. Es bueno recordar que uno de los principales mecenas de la Renaixença fue Antonio López, el marqués de Comillas, tan injustamente maltratado por los incultos que se tragan la leyenda negra recogida en el libelo publicado, tras la muerte del mecenas, por su revanchista cuñado.
La orquesta, los coros y los cantantes titulares del Festspielhaus de Bayreuth han actuado poquísimas veces fuera de su teatro y en el Liceu han repetido (1955 y 2012). Todas y cada una de las temporadas deberían diseñarse con una obra de Wagner para consolidar la marca del Liceu. De igual modo que LiveNation lleva a Barcelona a estrellas mundiales y el público que abarrota el Sant Jordi o el Estadi Olimpic proviene de toda España, de Portugal y de parte de Francia, el Liceu debería aspirar a ser el referente real, que no solo histórico, del wagnerismo en el sur de Europa.
En las pasadas temporadas no se programaron óperas de Wagner. La excusa del covid es socorrida y vale para todo, lo mismo que la guerra de Ucrania. En ésta disfrutamos de Parsifal pero para la próxima de nuevo casi la nada, solo un concierto del primer acto de la Valkiria. Es más que evidente que a la actual dirección le viene grande un teatro cuyo ámbito no puede limitarse a Barcelona y alrededores. Ni usamos el turismo de negocios, ni el de cruceros, ni tiramos de la tradición, con lo que poco a poco el Liceu está mutando en un simple teatro de cabecera de comarca, con todo el cariño y respeto al gran trabajo que se hace en algunos de estos teatros de comarca. El Liceu se merece un puesto en el mundo y quienes lo dirigen parece que no quieren pelear por él.
La producción que se representa en el Liceu la vimos en 2011, seguimos de rebajas. Se trata de una buena co-producción, entre la Ópera de Zúrich y el Liceu, de uno de los grandes de la dirección teatral operística, Claus Guth. Toda la escena se centra en una enrme plataforma giratoria que llega a cansar por omnipresente, pese el buen uso que se hace de ella.
La dirección musical recae en Josep Pons, a quien se le nota muy a gusto dirigiendo Parsifal. Si en no pocas ocasiones he criticado su poca sensibilidad en óperas italianas, Pons deslumbra ahora en su interpretación wagneriana, especialmente sacando brillo a la sección de viento. Rompe con la tradición de a más lento mejor, y lleva la orquesta a buen ritmo, sin perder ni un ápice del misticismo que requieren las obras de Wagner. Sin duda Pons está muy por encima del coro y la orquesta a quienes trata de arrastrar hacia sus mejores registros. Sin duda la última noche fue la mejor.
El reparto es de nivel. Destaca sobre todos Elena Pankratova, en el papel de Kundry que tanto gustó en Bayreuth en 2019. René Pape está sobresaliente en el papel de Gurnemanz, y el barítono Yevgueni Nikitin está excepcional como Klingsor. El papel de Parsifal lo representa más que bien Nikolai Schukoff, tenor en transición a barítono, algo que le viene genial a este papel pues permite ver la evolución en el tiempo del personaje. La presencia de Paata Burchuladze como Titurel tiene algo de despedida, lo cual le va como anillo al dedo al personaje.
En resumen, un buen Wagner, lástima que nos lo programen con cuentagotas, diluyendo aún más la esencia del Liceu.