Una imagen de la ópera 'L’incoronazione di Poppea' / LICEU

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El mejor Calixto Bieito en 'L’incoronazione di Poppea'

Bieito logra enganchar al espectador en un espectáculo enorme en el Liceu en el que nada sobra y los efectos escénicos están justificados

13 julio, 2023 23:30

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Cuando uno acude a una producción del burgalés Calixto Bieito sabe que es imposible salir indiferente. El director artístico español que ha cosechado más éxitos internacionales firma sus producciones con importantes dosis de violencia y sexo. Y en La coronación de Poppea no defrauda a nadie. Se trata de una producción donde aparece la sangre y la lascivia por doquier. Besos apasionados, lametones, magreos, actos sexuales, … Todo ello trufado de escenas violentas ricas en sangre. Pero si bien hay más de un exceso fácilmente evitable, en esta obra todo encaja, pues el texto de la coronación de Poppea no es, ni mucho menos, un cuento para niños. El libreto rezuma sensualidad, pasión y violencia y casi todo exceso puede ser bienvenido si se ejecuta bien, como es el caso.

Sorprendieron sin duda las sinceras declaraciones del director musical, Jordi Savall, manifestando antes del estreno que a él le sobraba tanta sangre y tanto sexo, pero también hay que entender que Savall es más musicólogo que director de orquesta de ópera. Probablemente, él es quien más disfruta de las tres horas de música barroca de una enorme belleza, dirigiendo a una orquesta, Le Concert des Nations, tan expertos como él en el barroco. Me imagino que Savall estaría mucho más cómodo con una versión concierto en la que poder cerrar los ojos y volar con una sonoridad única, porque única es una obra en la que intervienen tres contratenores deleitándonos con dúos con las sopranos que parecen de otra época.

Una escena de la ópera 'La coronación de Poppea' / LICEU 

Una escena de la ópera 'La coronación de Poppea' / LICEU 

Pero no, Calixto Bieito logra enganchar al espectador desde el minuto cero gracias a una eficaz escenografía en la que la orquesta está semihundida en el centro de una pasarela circular por la que deambulan los personajes tras acceder a escena por una escalinata repleta de público. Unos 100 espectadores, más o menos los desalojados de los palcos laterales y de las tres primeras filas del patio de butacas, ven el espectáculo desde el propio escenario, encarados con el resto del público. La escenografía la completan 15 pantallas, siete a cada lado del escenario y una que llena todo el fondo, que subrayan y complementan la actuación de los cantantes con primerísimos planos en vivo y alguno pregrabado, en una realización cuidada y que, a diferencia de otras muchas que hemos padecido, aporta a la trama argumental y a la fuerza dramática.

REALZAR LA REPRESENTACIÓN MUSICAL

Es cierto que el dinamismo y el vigor de la representación se podría haber logrado con menos manoseos o escenas de sexo casi explícito, pero, a pesar de que una cosa es ir al Liceu y otra al Bagdad, en estos tiempos woke donde todo tiene que ser políticamente correcto los excesos de Bieito son casi un soplo de aire fresco.

Además de lo ultraevidente, Bieito también domina a la perfección la sutileza. Prestar un espejo para que la bella Drusilla vea cómo le han deformado el rostro es un gesto más violento que los propios golpes que recibe. Los primeros planos de una cuchilla de afeitar elevan la tensión al máximo cuando Séneca piensa en su suicidio. Los primerísimos planos del jugueteo de Poppea con un diamante enorme en su boca o de Drusilla con una cadena de oro, son tanto o más sugerentes que los apasionados besos y toqueteos que ambas divas reciben, supongo que tras firmar cientos de documentos de consentimiento no sea que dentro de veinte años alguien diga que no quería prestarse a esto. En resumen, una excelente composición que realza y engrandece una magnífica representación musical. Y eso es lo que diferencia a Bieito de otros muchos aprendices de provocador, por mucho sexo y sangre que haya en el escenario, nada es gratuito y nada distrae del hilo argumental, sino que lo subraya.

Una escena de la ópera 'La coronación de Poppea' / LICEU 

Una escena de la ópera 'La coronación de Poppea' / LICEU 

El apartado musical es impecable. Si el director y su orquesta a pesar de estar en el centro del escenario se abstraen y ejecutan la música a con una perfección difícil de igualar, los cantantes transmiten toda la energía que a la música antigua le falta. Escuchar a tres contra tenores es una maravilla que rara vez ocurre sobre un escenario y Hansen, Sabata, Arditti están sublimes, especialmente Hansen en sus dúos con una magistral Fuchs o Sabata cuando al final del primer acto hace el amor a Drusilla, interpretada por Breiwick. Hansen y Sabata son capaces de compatibilizar su tesitura ultraaguda con la virilidad que requiere sus personajes, transportándonos en ocasiones al mito del mujeriego castrati Farinelli. Pero si los contratenores brillan no se quedan atrás los tenores, el bajo o las soprano, quienes además de cantar muy bien también son bellas y hasta voluptuosas por exigencia del guion. 15 cantantes que brillan de manera individual y colectiva en una de las mejores producciones del año, si no la mejor. No hay nombres de relumbrón, pero pocas veces se ha visto un elenco tan equilibrado y profesional combinando una excelente técnica vocal con una gran exigencia teatral. 

En esta temporada hemos contado con varias producciones “escandalosas” y, probablemente, esta sea la única que tiene cierto sentido. Superponer la muerte de Pasolini con una ópera verista como es Tosca fue un sacrilegio, lo mismo que llevar a Manon a un prostíbulo. Exacerbar la pasión y la lujuria de Poppea es, sin duda, otra cosa. Además, Bieito es un maestro consumado y los que perpetraron las producciones de Tosca y Manon, unos aprendices con ínfulas. Esta coronación de Poppea supone un buen cierre de una, por otro lado, floja temporada.