La ciudad de Barcelona no apuntaba al estrellato cuando se fundó. A pesar de que la ciudad existe desde la época romana, bajo el nombre de Barcino, y que ya había habitantes íberos por la zona, el núcleo de Catalunya durante el dominio latino fue, de hecho, Tarragona, una ciudad que se convirtió en sede imperial durante un tiempo por su buen clima y su belleza, además de estar alejada de la concurrida Roma.

Sin embargo, con el paso de los años la ciudad fue ganando cada vez más notoriedad y población hasta convertirse hoy en día en la gran urbe que, de hecho, ya no puede apenas crecer en dirección a cualquiera de los puntos cardinales. El verdadero boom  de la ciudad vino, sin embargo, durante la época industrial. Grandes fábricas se instalaban en la ciudad o sus afueras y, como ocurrió en su momento con las iglesias, estos centros de producción se convirtieron en el centro neurálgico de los barrios.

LA PRIMERA A VAPOR

Pero ¿Cuál es la más antigua? Cabe destacar que responder a esa pregunta es difícil si no se concretan sus límites. Y es que antes de que las fábricas se convirtieran en grandes hacedoras de contaminante humo, eran centros de trabajo y producción que funcionaban con material más rudimentario. Si nos centramos en la primera fábrica de Barcelona que utilizó la combustión como forma de obtener energía, la de Josep Bonaplata fue la primera.

Hijo de fabricantes de indianas y conocedor de las máquinas de vapor inglesas, decidió incorporar esta maquinaria en su centro textil. Esta fábrica no solo fue la primera en Barcelona, sino la primera (a vapor) de toda España. Fue en 1831 que, asociado con otros empresaroios catalanes y con el consentimiento -o privilegios- del rey español, Fernando VII, que consiguió introducir esta maquinaria en el país y fundar El Vapor, ubicada en la calle de Tallers.

LAS BULLANGAS

Pero la fábrica no duró mucho. Buena parte de la clase obrera de la época veía en esta innovación una pérdida de puestos de trabajo, una corriente de pensamiento conocida como ludismo (algo que también se importó del Reino Unido) y, aunque comenzó a funcionar en 1833, en pocos años (1835) los luditas aprovecharon la coyuntura de la primera guerra carlista para prenderle fuego a la fábrica.

Se trata de un periodo conocido como las bullangas, una serie de revueltas obreras que luchaban por lograr mejores condiciones laborales en toda la ciudad y que también se exportaron al resto de Catalunya hasta 1843.

Noticias relacionadas