Hay quienes dedican su vida a un trabajo que no les satisface. Vencidos por el conformismo, por el boicoteo, por la responsabilidad familiar. Perdidos por los abrumadores estímulos, anclados en convencionalismos, esclavos del piloto automático, de la inercia del tiempo. Y cuando el reloj biológico está cerca de detenerse, algunos finalmente toman conciencia. Un claro ejemplo es el de José Luis Frutos, que se dedicaba a diseñar cajas antes de encontrar sentido a enseñar a dibujar a niños hospitalizados. El pintor estudió un doctorado en Bellas Artes, pero lejos de trabajar en un oficio que le realizara, acabó en una empresa familiar rodeado de cartón. Los años pasaban y José Luis seguía fabricando cajas, pese a no gustarle en absoluto. Sin embargo, un día, tras sufrir un accidente, la vida de este artista empezó a tomar un nuevo rumbo.
TOCAR FONDO
“A veces tienes que tocar fondo para darte cuenta de la realidad”, explica José Luis a Metrópoli. ¿Qué haces haciendo cajas de cartón? Esta es la pregunta que se hizo el pintor después del suceso. “Cuando me recuperé supe que debía dejar el trabajo”, expresa. José Luis abrió una tienda de marcos que marchó bien durante un tiempo, hasta que llegó la crisis de 2008. Después de cerrar su negocio, el artista decidió dar clases de pintura a ancianos y particulares. A pesar de que le gustaba, no le llenaba por completo. “Te sientes pleno cuando ayudas al otro”, subraya. José Luis se tomó al pie de la letra esta reflexión cuando acabó de espectador en urgencias del Hospital Clínic. “Un pálpito me guio hacia allí sin saber por qué”, relata el pintor a Metrópoli. “Pude ver a un padre preocupado por su hijo que estaba enfermo y sentir la culpabilidad del niño por verlo así”, explica. De ahí pensó que la pintura “debería servir para algo más que para colgar un cuadro en la pared” y presentó un proyecto de voluntariado a Sant Joan de Déu. La iniciativa tenía como objetivo enseñar a dibujar a niños hospitalizados para alegrarles su estancia en el centro.
PUESTA EN ESCENA
José Luis aparece en las habitaciones vestido de pintor con boina, con un lazo negro en el cuello y lápices de colores cada miércoles desde hace siete años. Los niños hospitalizados tienen una edad que comprende entre los dos hasta los 18. Los más pequeños “siempre responden que sí” cuando el pintor les hace la famosa pregunta: ¿Quieres dibujar un poquito? En cambio, a partir de los 15 años, “la gran mayoría prefiere estar con el móvil, quizás por vergüenza”, explica José Luis. Cuando la respuesta es afirmativa, el artista les propone hacer dos dibujos: en uno plasmarán lo que más les gusta del mundo y en el otro lo que menos. “Si veo que necesitan más tiempo, me quedo allí con ellos y les pinto a ellos dibujando”, explica. Este momento “mágico”, según apunta José Luis, hace que “se forme una atmósfera distinta y cambie el concepto de hospital”.
El pintor ha contemplado una gran variedad de dibujos que se han quedado grabados en su recuerdo. "Cuando son más pequeños hablan más de comida y cuando crecen exponen temas más sociales". El artista también ha comprobado que muchos niños dibujan a la “familia” para referirse a la cosa que más les gusta. En cuanto a las situaciones que menos les agrada, aparecen temas como "la independencia, el Barça, las alturas o las serpientes", entre otras. Según el pintor, los dibujos “nunca mienten y exponen algunas situaciones que los niños no han verbalizado a sus padres”. En una ocasión, un niño pintó que "no le gustaba el recreo porque le quitaban el bocadillo" y José Luis pudo alertar a su familia de forma sutil.
FAMILIAS
José Luis es consciente de que los padres también anhelan evadirse en momentos “tan duros” como “es tener un hijo enfermo”. Debido a esta necesidad, el pintor también invita a los miembros de la familia que se encuentran en la estancia a dibujar “lo que más quieren en el mundo y lo que menos”. A diferencia de los niños, los temas negativos de los padres más recurrentes acostumbran a ser “la guerra y la violencia”. En cambio, muchas madres coinciden en el miedo a que “la familia no esté unida o la tristeza”.
Cuando finalizan los dibujos, el artista sugiere tanto a las familias como a los niños romper “lo que no les gusta y les da miedo”. Según José Luis, este método es “realmente sanador”, ya que “sacan lo que llevan dentro y eso siempre es un alivio”. Además, según recalca a Metrópoli, lo “rompen con muchas ganas”.
Pese a que este acto es “liberador” para ellos, lo que les permite evadirse del hospital es el hecho de conectar con el momento presente. “Prestan tanta atención a lo que están dibujando que se olvidan de donde están”, asegura el pintor.
TEST EMOCIONAL
Tanto niños como familias no solo logran desconectar del lugar donde se encuentran, sino que al finalizar los respectivos dibujos se sienten de mejor ánimo. “He diseñado un test emocional que se basa en una ristra de emoticonos”, explica José Luis a Metrópoli. La prueba consiste en elegir uno antes de dibujar y otro al finalizar, que represente cómo se sienten. Antes de comenzar a pintar, “suelen señalar los emojis de preocupación, tristeza, enfado o aburrimiento”. En cambio, después de dibujar, “aseguran sentirse agradecidos y felices”, explica. Ante el resultado, José Luis sostiene que el test “funciona de maravilla” y poder alegrar la estancia en el hospital a estos niños enfermos y sus familias “le nutre por dentro”.
"Ningún cuadro me ha llenado tanto como hacer el voluntariado en Sant Joan de Déu, ha sido de alto nivel para el alma", concluye el artista. José Luis tuvo claro tras el accidente que su misión de vida no estaba atada al diseño de cajas, sino a “ayudar a los demás de forma desinteresada”.