Entre los años 1980 y 1982, la fotógrafa sueca María Espeus (Boras, 1949), casi recién llegada de París en compañía del catalán Pere Torrent, en arte Peret (nada que ver con el rumbero del mismo nombre), llevó a cabo 165 espléndidos retratos de, como diría Josep Pla, amigos, conocidos y saludados. El concepto del proyecto era presentar a una serie de elementos inquietos de la Barcelona de la época dedicados a diferentes disciplinas artísticas y creativas. El criterio obedecía exclusivamente a la elección personal de María, en el que, básicamente, imperaban dos cosas: que te conociera y que le cayeras bien.

Javier de las Muelas, por María Espeus

Frente a su objetivo se colocaron cineastas, escritores, periodistas, arquitectos, diseñadores, artistas conceptuales, dibujantes de comic, músicos, empresarios vanguardistas y hasta algún que otro peluquero, un personal que se reunió hace unos días en la coctelería Dry Martini, donde se exponen actualmente las fotos de María gracias a uno de los inmortalizados, el dueño del local (y de algunos otros), Javier de las Muelas, que hasta ha tenido el detalle de editar un catálogo completo de una muestra que, en su momento, se tuvo que conformar con una exposición en el Instituto de Estudios Norteamericanos, dirigido entonces por un tipo estupendo llamado John Zvereff que ahora vive semi retirado en el sur de España junto a su esposa andaluza.

Isa Albareda, por María Espeus

Acudí al Dry Martini temiendo asistir en directo a una imagen de la decrepitud de mi generación y pensando en la ausencia de los más de treinta personajes de antaño que ya no están entre nosotros y de los que solo nos queda su rostro juvenil congelado en las magníficas fotos de María. Afortunadamente, los que seguimos vivos aún no estamos del todo para el arrastre, aunque sí es posible que lo estén las ilusiones que nos hicimos sobre nuestra propia ciudad hace más de cuarenta años. Algunos, incluso, hemos mejorado (en mi caso no era difícil): observo mi foto de principios de los 80 y veo a un zagal zampabollos y miope poniendo cara de listo e intentando parecerse a Bryan Ferry y me doy un poco de pena. De hecho, llego a la conclusión de que todo el mundo tenía mejor aspecto que yo. El ambiente general es de jolgorio y buen humor. Los que todavía beben, degustan deliciosos cócteles; los que no, nos apañamos con combinados para niños (muy buenos, por cierto). Intercambio de saludos y palmadas con redoble: lo que queda de la vieja familia disfuncional se da un homenaje.

Ramón de España, por María Espeus MARIA ESPEUS

No puedo evitar pensar en los muertos a los que tuve aprecio (Bigas Luna, Pepón Coromina, Jaume Vallcorba, José María Martí Font…) mientras saludo a los vivos y coincido con el comentario sarcástico del gran Jaume Sisa: “Los que me caían mal hace cuarenta años me siguen cayendo mal”. Ningún problema. Basta con esquivarlos: ¿si no les diste conversación en 1982, para qué se la vas a dar ahora? Reina, inevitablemente, un ambiente generacional. Estuvimos en el mismo sitio en la misma época, fuimos a los mismos bares y a los mismos conciertos, leímos los mismos libros y vimos las mismas películas. Como dice Gay Mercader en el catálogo, “Barcelona era una fiesta hasta que llegó Pujol”. Ciertamente, la presencia ominosa del nacionalismo no nos hizo ningún favor a los inmortalizados por María, pero tampoco le vamos a echar la culpa, a estas alturas del curso, de todo lo que nos ha salido mal, que, la verdad sea dicha, tampoco ha sido tanto: cada retratado ha hecho lo que ha querido y ha llegado donde ha llegado, aunque algunos se hayan quedado por el camino, y nadie de los presentes el otro día en el Dry Martini ha pasado hambre (que yo sepa).

Sergio Vila-Sanjuán, por María Espeus MARÍA ESPEUS

No experimenté ninguna nostalgia hasta que llegué a casa y me puse a hojear el catálogo, aunque tampoco era exactamente nostalgia. El libro, básicamente, consiste en fotos de gente joven a la que María ayudó a creer que formaban parte de algo que estaba muy bien. Ya no sé si todo estuvo tan bien como los retratos de la señora Espeus, si no que tiendo a ver en los inmortalizados a hombres y mujeres que hicieron lo que pudieron en una ciudad que se asomaba a la modernidad. En resumen, una generación más que tuvo la suerte de contar con una retratista de la categoría de esa chica sueca que se quedó a vivir entre nosotros a finales de los años 70. Puede, eso sí, que hubiese un poco más de ilusión (y hasta de organización) que en nuestros equivalentes actuales en esa época anterior a Internet y a los móviles. Pero, bien mirado, ¿qué coño sé yo de lo que hacen los barceloneses inquietos de entre veinte y treinta años? Probablemente, solo les superamos en una cosa: haber coincidido con María Espeus y que nos eligiera para su muestra Hola, Barcelona, que ahora puede verse en el Dry Martini para consuelo de nosotros, los carcamales supervivientes, y posible pitorreo displicente de los actuales jovenzuelos.