Una persona observa la obra 'Always Franco', de Eugenio Merino, en el Museo del Arte Prohibido EFE/Quique García

Una persona observa la obra 'Always Franco', de Eugenio Merino, en el Museo del Arte Prohibido EFE/Quique García

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El 'Museu de l'art prohibit' de Tatxo: una grata sorpresa

Puede que el que fuera segundo de a bordo de Jaume Roures no tenga criterio, pero sus asesores sí, y la colección está trufada de piezas interesantes

25 mayo, 2024 20:24

Llevaba resistiéndome a visitar el Museu de l'art prohibit del capitalista antisistema Tatxo Benet desde que lo inauguraron. En parte, ¿para qué lo voy a negar?, porque el segundo de a bordo de Jaume Roures, el millonario trotskista, no era santo de mi devoción (y su jefe, con el que acabó partiendo peras, aún menos). Cuando le dio por coleccionar obras de arte y vi las birrias que le endilgaban (las fotocopias churrosas de supuestos presos políticos españoles a cargo de Santiago Sierra, un tipo que empezó bien, pero no tardó mucho en convertirse en un demagogo oportunista, o una estatua en la que aparecía el Emérito sodomizado y que le costó el cargo a Bartomeu Marí en el MACBA tras una jugada tirando a turbia de Paul Preciado y Valentín Roma), llegué a la conclusión (equivocada) de que nada bueno podía esperarse del anunciado Museu de l'art prohibit.

Para colmo, el señor Benet se había instalado en el número 250 de la calle Diputación, donde tenía su sede la Fundación MAPFRE, cuyas exposiciones de fotografía me parecían sensacionales y podía visitarlas dando un paseo de diez minutos desde casa, pasar un ratito estupendo y salir de ahí con el catálogo de turno bajo el brazo (ahora la MAPFRE la tengo a tomar por saco y mi progresiva vagancia me lleva a comprarme los catálogos en La Central de la calle Mallorca y pasar de las exposiciones).

Una persona observa la obra Shark, de Davic Cerny, en el Museo del Arte Prohibido de Barcelona, aunque ahora está en reparación. EFE / Quique García

Una persona observa la obra "Shark", de Davic Cerny, en el Museo del Arte Prohibido de Barcelona, aunque ahora está en reparación. EFE / Quique García

Finalmente, después de que un amigo artista me informara de que puede que el señor Benet no tenga criterio, pero sus asesores sí, vencí mis prejuicios y me dejé caer por el Museu de l'art prohibit. Como decía el gran Cadena, crítico de arte de El Periódico, “recomiendo la visita”. Lejos de toparme con una colección de birrias seudo progresistas (como lo de Sierra), encontré una colección con fundamento, que diría Arguiñano, y que obedece a un criterio muy razonable: reunir piezas que, en cualquier momento de la historia, hubiesen tenido problemas con los bienpensantes de la época, con regímenes dictatoriales, con asociaciones de meapilas y demás colectivos lamentables. Tuve que ver de cerca la escultura del Emérito sodomizado por una señora con sobrepeso (¿y con un strap on que no se ve?), que a su vez es acometida sexualmente por un híbrido de lobo y gorrino, pero ésa fue, prácticamente, la única nota discordante de una colección trufada de piezas interesantes y recopiladas obedeciendo a un eclecticismo admirable.

Not dressed for conquering - HC04 Transport', de Inés Doujak en el Museo de Arte Prohibido

Not dressed for conquering - HC04 Transport', de Inés Doujak en el Museo de Arte Prohibido

En el Museu de l'art prohibit encontramos a Goya y sus Caprichos junto a un desnudo de Gustav Klimt o un Mao de Andy Warhol (con los labios pintados, cosa que provocó la ira del gobierno chino). Tenemos sendas obras de Banksy y Keith Haring. Una escultura del Equipo Crónica. El Always Franco de Eugenio Merino (el Caudillo metido en una nevera para refrescos, hecho un cuatro, pero más hibernado que Walt Disney). El Piss Christ de Andrés Serrano (foto de un crucifijo inmerso en la propia orina del artista, obra que causó un cirio notable en la política de subvenciones del gobierno norteamericano). El X Portfolio de Robert Mapplethorpe, una serie de imágenes de temática sadomasoquista homosexual de una crudeza notable: atención a la foto del fistfucking y a la del tipo que orina en la boca de otro). El McJesus de Jani Leinonen (el payaso de McDonald´s crucificado) y Make America great again, de Illma Gore (retrato de un Donald Trump desnudo y mostrando un pene diminuto) me hicieron mucha gracia y confirmaron mi teoría de que el humor ocupa una plaza muy importante en el arte contemporáneo (o debería ocuparla: pensemos en Carlos Pazos o Jeff Koons, quienes, por cierto, también disponen de material prohibido).

Una persona observa la obra “Mao”, de Andy Warhol,  en el Museo del Arte Prohibido.

Una persona observa la obra “Mao”, de Andy Warhol, en el Museo del Arte Prohibido. EFE/Quique García

Me quedé con las ganas de ver Shark, de David Cerny, una efigie de Sadam Hussein en calzoncillos sumergido en un tanque de agua, pero estaba en reparación. ¿Lo estarían también las fotocopias de Santiago Sierra? Lo digo porque no las vi por ninguna parte: o no estaban o no reparé en ellas: en cualquier caso, no las eché de menos. En resumen, el Museu de l'art prohibit cobija un montón de piezas interesantes unidas por la censura (o intento de). Y, de hecho, solo una de ellas me parece que mereciera ser desestimada por quien la encargó: un cartel de Miquel Barceló para el premio Roland Garros en el que se ve a un torero con su correspondiente toro. Fue rechazado porque no tenía nada que ver con el tenis. Y aunque el dibujo es muy bonito, no seré yo quien afirme lo contrario.