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La calle del Ebre, en Poblenou, es un pequeño apéndice de escasos metros, un rinconcito acogedor al que se asoman dos casitas bajas pintadas de tonos claros y un par de grafitis artísticos.

Desde la esquina con Marià Aguiló parece un cul-de-sac, pero no, unos metros más adentro desemboca en una curiosa puerta abierta sobre la que puede leerse en letras mayúsculas rojas y negras: "Garaje Saladrigas. Pje. Saladrigas 4-6 Entrada peatonal".

Tras la puerta, el espacio se abre para dejar al descubierto un amplio interior de manzana, tranquilo y cuidado, donde no falta algo de vegetación, una zona de juegos y algún banco aquí y allá.

Zona residencial

Al recinto se asoman, los balcones y ventanas de viviendas nuevas y viejas, de diferentes alturas, que convergen en este espacio ganado al pasado industrial para la gente del barrio, con salida al pasaje Saladrigas y las calles de Llull, Bilbao y Marià Aguiló, a través de ese apéndice que hoy es la calle del Ebre.

Ahí donde la veis, esa puerta abierta, con su viejo cartel en letras rojas y negras, bien podría ser una pieza de museo integrada en el paisaje urbano, un testimonio para el recuerdo del pasado de este barrio.

Durante años y hasta su derribo definitivo en 2019, este era el acceso peatonal al parking Saladrigas, ubicado en el número 4-6 del pasaje del mismo nombre. La historia del garaje acabó con su cierre en 2017, que dio paso a un ambicioso proyecto de viviendas de obra nueva, que dio lugar a 37 viviendas y convirtió, como por arte de magia, un espacio gris en un espacio agradable de aire residencial. Un espacio con una nueva vida que, sin embargo, no está dispuesto a olvidar su pasado.

Pasado industrial

Que quede constancia, señores, de que aquí hubo un garaje. Y no un garaje cualquiera, uno levantado sobre terrenos del "Manchester" catalán, que en su día fue el Poblenou. Justamente ahí, entre las calles del Ebre y Marià Aguiló (antiguamente Atila y Sant Pere del Taulat, respectivamente), Rafael Saladrigas fundó una pequeña industria de blanqueo de tejidos que perduró en esta ubicación hasta que un incendio, en 1883, obligó a construir una nueva fábrica unos metros más abajo, en dirección al mar: Can Saladrigas.

Lo que empezó siendo una pequeña fábrica dio lugar a una sociedad integrada por hijos, hermanos y sobrinos, que se disolvió en 1903. En 1913, Manuel Saladrigas fundó una Sociedad Anónima de Servicios Industriales Saladrigas Freixa, que alquiló los diferentes espacios a otras empresas.

En 1998, gracias a la sensibilización vecinal de proteger el patrimonio industrial, el Ayuntamiento de Barcelona decidió salvar del derribo el edificio principal, convertido actualmente en centro cívico y biblioteca. Pero es otro episodio del que nos ocuparemos en otra ocasión.