Las ciudades cambian, mutan, se reinventan. En ellas se cruzan miles de historias personales que, al entrelazarse, dan forma al alma de un lugar.
Barcelona no es una excepción: su transformación ha sido constante, marcada por los Juegos Olímpicos, el turismo y la evolución social. Pero para quienes la conocieron antes de su gran salto internacional, la nostalgia se mezcla con la admiración.
Vista de Barcelona
Entre ellos está Martina Klein, que ha recordado en el programa Collapse de 3Cat cómo fue aterrizar en la capital catalana a finales de los años 80.
Una nueva vida en la Barcelona preolímpica
“Mis padres me trajeron aquí a Barcelona, que era una Barcelona preolímpica”, explica la modelo y presentadora. Por entonces, Klein tenía solo doce años y dejaba atrás su vida en Argentina. “Mis padres eran arquitectos y empezamos de nuevo aquí”, cuenta.
La decisión familiar fue valiente, pero no exenta de sacrificios: “Habíamos vaciado mi casa, vendido en la calle todas las piezas y muebles con etiquetas con los precios. La casa estaba vacía y teníamos como 17, 20 o 24 maletas para empezar de cero”.
El cambio no fue fácil. Adaptarse a una nueva cultura, a otro ritmo y a una ciudad en plena metamorfosis supuso un reto para toda la familia.
Vistas de Barcelona
“Eso fue duro. Y fue duro llegar a Barcelona, aunque ahora no me veo en ninguna otra ciudad”, confiesa. Pese a las dificultades, el cariño por su nuevo hogar fue creciendo con el tiempo. “Barcelona era maravillosa, pero era todo muy difícil”, resume Klein, que ya habla como una barcelonesa más.
La dificultad de los comienzos
La modelo recuerda que en aquellos años, la ciudad vivía una efervescencia cultural y urbanística. Las obras de cara a los Juegos Olímpicos de 1992 transformaban barrios enteros, y el ambiente general era de expectación y cambio.
Sin embargo, para una niña recién llegada, aquel contexto resultaba desconcertante. “Era todo marciano total”, dice entre risas.
Barcelona ofrecía oportunidades, pero también exigía esfuerzo. Klein se enfrentó al proceso de adaptación como cualquier adolescente inmigrante: con miedos, inseguridades y un enorme deseo de encajar. “Al principio me costó mucho entender la dinámica de los colegios, el idioma, las amistades… Todo era nuevo”, ha explicado.
El choque lingüístico
Uno de los mayores obstáculos fue el idioma. Aunque dominaba el castellano, el catalán era un mundo aparte para ella. “Empecé el instituto y acababa de llegar. Yo no quería hablar catalán con la gente”, confiesa. “Estaba aprendiendo catalán, pero me daba mucha vergüenza”. Los profesores le insistían en que lo practicara, pero la timidez y el miedo al error la frenaban.
Con el tiempo, esa barrera se fue derribando. La modelo aprendió la lengua y la integró en su vida cotidiana, como tantos otros que han hecho de Cataluña su hogar.
Parque Joan Miró de Barcelona
“El catalán se convirtió en parte de mi día a día. Ahora no podría entender Barcelona sin él”, ha asegurado en otras ocasiones. Su testimonio refleja la experiencia de muchos que, como ella, llegaron con acento extranjero y acabaron formando parte del paisaje humano de la ciudad.
El reencuentro con Jordi González
La entrevista de Collapse tuvo un toque especial por un motivo personal. El encargado de entrevistarla era Jordi González, quien fue su padrino televisivo cuando ella apenas tenía 17 años.
La conversación derivó, inevitablemente, hacia los recuerdos compartidos. “No sé por qué, te tuve delante y propusiste eso, y, aunque no me acuerdo del casting, elegí hablar catalán delante de toda Cataluña en tu programa”, le dijo Klein con una sonrisa.
Aquel momento marcó el inicio de su carrera mediática. Superó su vergüenza y se presentó ante las cámaras en catalán, demostrando que el idioma ya no era una barrera sino una herramienta.
Su debut en televisión fue el punto de partida de una trayectoria que la ha llevado a convertirse en una de las caras más reconocibles del panorama español.
Una mirada nostálgica, pero agradecida
Hoy, décadas después, Martina Klein habla de su llegada a Barcelona con una mezcla de nostalgia y gratitud. Reconoce que aquellos años forjaron su carácter y su vínculo con la ciudad. “
No me imagino viviendo en ningún otro lugar”, asegura. Ha visto cómo la urbe se transformaba en una metrópoli moderna y global, pero sigue encontrando belleza en aquella Barcelona más pequeña, más caótica y más humana de su infancia.
Fotografía panorámica de la ciudad de Barcelona / ARCHIVO
La modelo se considera afortunada por haber crecido en una época de cambio y haber hecho suyo el espíritu abierto y creativo de la ciudad. “Barcelona me enseñó a empezar de cero, a no tener miedo y a reinventarme”, ha dicho en otras entrevistas. Esa capacidad de adaptación, aprendida en la adolescencia, ha sido clave en su vida profesional y personal.
Barcelona, entre el ayer y el hoy
La historia de Klein es también la historia de miles de barceloneses adoptivos que, a lo largo de las décadas, han llegado desde todos los rincones del mundo.
Su relato conecta con esa identidad híbrida y cosmopolita que define a la ciudad. Barcelona, que en los ochenta era un proyecto en construcción, es hoy un referente internacional, pero sigue conservando algo de aquella energía pionera que acogió a la joven Martina.
Al recordar sus primeros años, Klein no habla solo de dificultades, sino también de descubrimientos. De la arquitectura que la fascinaba, de los paseos por el Eixample, de los primeros veranos junto al mar. “Era una ciudad llena de contrastes, pero con una magia que no he vuelto a sentir en ningún otro sitio”, ha afirmado.
Esa magia, la misma que la acompañó desde su llegada con una veintena de maletas y un futuro incierto, sigue viva en su memoria. Y, como ella misma reconoce, Barcelona fue difícil, sí, pero también maravillosa.
