Depresión Post Erasmus, el mal de los jóvenes
No. No es lo mismo haberte ido de voluntariado un mes, ni haber pasado un verano en Brighton. El Erasmus es otra historia, de esas que no pueden contarte. Tienes que vivirla. Allí donde te empieza a gustar la cerveza, donde cocinas casi por primera vez la tortilla de patatas y enseñas allá por donde vas lo qué es el 'pa amb tomaquet'. Allí donde haces una amistad increíble con personas de países increíbles que te sonaban lejanos. O comunidades autónomas donde ni siquiera habías puesto un pie. Allí donde las banderas sirven para unirse, sentarse encima del césped, enseñarse costumbres distintas y debatir sobre el país donde ahora todos vivís.
Lo mágico del Erasmus es vivirlo con la cuenta atrás: intensamente, sabiendo que cada momento es, del cierto, irrepetible. Nada que no tenga un día normal y corriente en tu ciudad, vaya. Sin embargo, allí todo te hace sentir especial: es tu momento, tu aventura, tu independencia.
Pero como todo, se termina. Toca hacer las maletas para volver, esta vez de verdad, a casa. Siempre dejamos para el final aquello que nos da miedo. Lo que no sabemos sobrellevar y nos cuesta decidir: comprar los billetes de vuelta. Una vez lo haces, esa fecha queda marcada: cada minuto cuenta, aún más que antes.
Aún y saboreándolo todo, llega el día en que toca despedir a alguien que se va antes que tú. Luego te toca despedirte a ti del resto, y, además, ¿cómo decirles a tus amigos y a tu familia que en realidad no te hace tanta ilusión volver? Tu entorno quizás no lo entienda: se avecina una depresión post-Erasmus. Que se preparen: todo te recordará a los viajes, a la residencia, al piso, a esa persona especial que conociste, al bar donde siempre ibais todos, a brindar en 10 idiomas distintos…
Sí, les contarás cada viaje, cómo se llaman tus nuevos mejores amigos, en qué calle vivías, las pocas clases que hiciste. Pero a la vez no te saldrán las palabras. Y no sabrás expresar por qué estás triste. Te dirán que te quedes con lo bueno, y tú les dirás “lo bueno ya no está, lo bueno ocurre una vez en la vida”.
Y así es. Ahí está la magia del Erasmus, que ni viviendo medio año más con las mismas personas, en el mismo país, seríais la mitad de felices. Ya ha sido y no es más.
Date tiempo. Si llegas a casa en junio, aprovecha el verano para distraerte y comenzar una nueva rutina. Pero permítete esa nostalgia, porque en el fondo es de los recuerdos más reales que quedan después del Erasmus. Y un consejo: no pierdas el contacto con quien fuiste tan feliz. Ya sabes, dicen que la felicidad es un boomerang… y siempre termina por volver.