M.S. nació en la calle Ample (Gòtic), abrió un centro de estética en esta misma vía 16 años atrás y hasta hace tres años nunca imaginó que la integridad de su negocio podría llegar a estar en peligro. “En tres años la facturación de mi negocio ha bajado un 50%. Estoy desesperada. Si el local no fuese mío, si tuviese que pagar un alquiler, ya me habría visto obligada a marcharme". Así es como M.S., de ahora 42 años, describe a Metrópoli Abierta cómo la continua presencia de captadores de socios de asociaciones de cannabis frente a su comercio le ha hecho perder un montón de clientes.
Sentada en el interior de su establecimiento, M.S. cuenta que, desde las 12:00 horas hasta pasadas las 20:00 horas, es común ver delante de su centro a mínimo un captador que asalta a los viandantes, a quienes ofrecen sus productos: “coffee shop, hachís, cocaína y de todo, hasta hay nombres que no sé qué son. Encima beben cerveza y fuman porros. Eso intimida a la gente”.
REPARTIDOS POR EL GÒTIC
La realidad que ha irrumpido en el día a día de M.S. también puede verse en otros rincones del Gòtic. “Están en la calle y debajo de nuestras casas”, dice la integrante de la asociación de vecinos Fem Gòtic, Eva Vila, mientras enseña a este diario como hay cinco captadores en la esquina de la calle de la Lleona, uno en la de Sant Francesc con Escudellers y otro en la calle Rull. Muestra los 'puntos de venta' a las 21:30, pero asegura que durante el día y la madrugada también es habitual verlos en “casi todas las calles que conectan la calle Ample con Escudellers”.
La tienda de regalos de otro comerciante, M.L., es el negocio que comparte esquina con el centro de estética de M.S. Para él, el descenso en la facturación de su comercio empezó hace dos veranos y este agosto ha ingresado 3.400 euros menos que en el mismo periodo del año pasado. “Se pasan todo el día invitando a clubes de cannabis a todas las personas que pasan por la calle. Les da igual si hay familias con niños, también lo hacen”, explica M.S. y, acto seguido, añade “me afecta porque van a saco, ofrecen drogas a posibles clientes que están mirando mi escaparate. Algunos de los que van con niños se asustan y se van”.
EL PUNTO ÁLGIDO DEL CONFLICTO
El año pasado M.S. intentó frenar el deterioro de su comercio reclamando a uno de los captadores que no estuviese “siempre” delante de su puerta porque la estaba “jodiendo viva”. La respuesta que recibió estaba muy lejos de parecerse a un consenso, por lo que, cuando la tensión empezó a hacerse con el ambiente, M.L. no dudó en salir de su establecimiento para ayudar a M.S. Aunque lo que no imaginaba es que el empujón que le propinaría el captador haría que otros viandantes se metieran en medio para detener el enfrentamiento y terminar consiguiendo que se marchara.
Volvió al cabo de unos días. El hecho de que se encarara otra vez a M.S. a base de amenazas, provocó que ella se inventara que estaba denunciado, que la policía ya sabía quién era. Eso le hizo dejar la calle Ample para siempre, pero pasados los días, “apareció otro”. Desde entonces, han ido llegando nuevos captadores que han terminado precipitando al comercio de M.S. hasta su actual crisis. Ya no dice nada a ninguno de ellos, del mismo modo que M.L. “pasa de ellos” por mucho que “el quilombo” persista.
INTIMIDACIÓN
“No he vuelto a decir nada porque me da miedo. Tengo que trabajar cada día con el miedo de tenerlos delante de mi negocio”, admite la comerciante al hablar de un temor que también se ha trasladado a sus clientes. “Tengo clientas que, si es muy tarde, ya no vienen. Otras me han llegado a decir: ‘¿has visto qué tienes por aquí? A ver si van a entrar… Echa la llave’”.
Dos captadores ofreciendo drogas en la calle Ample / FEM GÒTIC
Esta intimidación y el hecho de ver a captadores “vendiendo drogas” durante más de dos horas ante su negocio, ha llevado a M.S. a llamar al 112 en múltiples ocasiones sin que, al final, cambie nada. “Viene la urbana, les piden la documentación, les chequean y, como no llevan nada encima, no les hacen nada”, señala la trabajadora, que al mismo tiempo insiste en como notificar el suceso a las autoridades la ha dejado al descubierto más de una vez. “¡Hay ocasiones en las que la urbana ha picado a mi puerta preguntando si era yo la que había llamado! Así que los captadores saben quién les denunció”, cuenta con inquietud.
Ni acudir a la policía ni enfrentarse a esta lacra ha ayudado a M.S. a revertir la situación. Ya no sabe qué hacer. Solo le queda esperar que, ya sea por una mayor presencia policial o por azares de la vida, los captadores se marchen y pueda volver a mirar a la calle que la vio nacer del mismo modo que aún la recuerda. “Una calle señorial, tranquila, familiar, con comercios de todo tipo. Siempre han pasado cosas, siempre ha habido la posibilidad de que te tiraran del bolso o te robaran la cartera, pero lo que ocurre ahora, no lo había vivido nunca”, sentencia.