La pesadilla que viven Amine y Cristina se refleja en las oscuras ojeras que sobresalen por encima de las mascarillas. Apenas pegan ojo. En la entrada del piso, se amontonan varas metálicas y marcos de madera de puertas viejas. Los usa Amine cada vez que entra para atrancar la puerta. No se fía de los cerrojos ni de la cerradura. Tampoco menosprecia las habilidades de los antiguos inquilinos de su piso: los narcotraficantes del Raval.
Esta pareja barcelonesa se esfuerza en convertir su piso en un hogar. Hasta hace poco más de un mes, el mismo salón lo ocupaban camellos y drogadictos. Otro capítulo más del mercadeo tóxico que inunda muchos rincones del barrio y que gana peso y presencia con el confinamiento e infunde miedo a los vecinos. Una operación policial, que se saldó con dos detenciones, logró cerrar el negocio de la droga en este piso del número 20 de la calle dels Salvador.
OKUPACIONES CONTRA LA DROGA
El bloque entero respiró aliviado. Pero en el Raval, la guerra contra los narcopisos es compleja y el final de un infierno a veces significa el comienzo de otro. El 20 de marzo, Amine y Cristina (29 y 22 años) se instalaron en el piso para ayudar a los vecinos. Okuparon para echar a los okupas traficantes, una práctica que los vecinos han aplicado en una decena de veces. En algunos casos, es la única manera de evitar el regreso de la droga. Amine, criado en el Raval, acudió con su pareja cuando su padre le habló de la situación.
"Nos prestamos voluntarios porque conocíamos a los vecinos. Creo que hemos ayudado y están más tranquilos. Ahora pueden descansar un poco más", cuenta Amine. Dos vecinas del bloque así lo afirman. Cuentan que las peleas en el rellano eran el pan de cada día. Que miraban por la mirilla antes de bajar a tirar la basura. "Esto ha cambiado muchísimo, estamos muy contentas. Son muy buenos chicos. Ojalá se queden aquí", relatan.
LA ALTERNATIVA: LA CALLE
El sueño que han ganado los vecinos lo han perdido ellos. Las amenazas directas se repiten casi a diario. Los narcos quieren recuperar lo que es suyo. "El dominicano que estaba aquí sabe que esto es su pan y que tiene familia. Le da igual todo. Debe recuperar el piso para volver a vender y recuperar lo perdido", cuenta.
Los sollozos de una de las vecinas desde el otro lado de los teléfono terminaron de convencer a Amine para dar el paso. Los vecinos acordaron la entrada de la pareja. La Guardia Urbana sabe que viven en el domicilio y un agente está en contacto de manera más o menos regular con ellos. Les visita y se asegura que estén bien.
Las advertencias cuchillo en mano y golpeando la puerta con cadenas no consiguen que se derrumben. La alternativa es vivir en la calle. Sin trabajo y con una hija de dos meses, que vive con los padres de Amine, la pareja pasa el mes con unas ayudas de 600 euros que recibe Cristina. Él saca algo haciendo pequeños trabajos.
La pareja no sabe a quién recurrir, ni qué ayudas pedir. Acció Raval les ha recomendado que luchen por conseguir un alquiler social en el piso, una victoria conseguida en tres de los diez casos en que los vecinos han decidido okupar antiguos narcopisos. "Casi siempre hay un primer desahucio y luego se negocia", explica Ángel Cordero, miembro de la entidad que planta cara a los traficantes desde hace más de tres años.
AMENAZAS CON CUCHILLO
"Sabíamos a qué nos ateníamos, pero no a que vinieran con un cuchillo. Nos dijeron que al primero que saliese nos pincharían", explica él. Son muchos los momentos en que la pareja se arrepiente de la decisión, pero se han visto atrapados sin una salida digna en el horizonte. "En la calle no podemos ir ahora. Intentaremos conseguir un alquiler social. Ya nos quedaremos algún día sin comer si hace falta", apunta ella. Antes de este infierno vivían en Cerdanyola del Vallès, en un piso que les dejaron unos amigos, ahora ocupado por una familia de alquiler.
En una especie de trastero guardan las mesas medio quemadas, un sofá y sillas usadas por los camellos y consumidores. El confinamiento ha suspendido el servicio de recogida de muebles y es imposible deshacerse de ellos. En las paredes del salón se lee una pintada. "Dios es grande", reza una firma con bolígrafo, al lado de mensajes en árabe y otras signaturas que dejaron los antiguos ocupantes.
CRISIS DE ANSIEDAD
Hace una semana, los gritos del padre de Amine avisaron a Cristina que un joven intentaba entrar en el portal. Era el mismo tipo del cuchillo. En ocasiones duermen por turnos para vigilar. "Ayer, a las cinco de la mañana aún estaba despierto, mirando por el balcón". Finalmente, el cúmulo de estrés desencadenó en una crisis de ansiedad y Amine necesitó atención médica.
Los traficantes también probaron con el soborno y le ofrecieron 2.000 euros por dejar el piso. "Podría haber cogido el dinero, dejar de sufrir ansiedad, pero nunca fue una opción. No puedo dejar mal a los vecinos ni a mi padre. Prefiero llamar a la Guardia Urbana y entregarles las llaves", argumenta.
No es la primera vez que la droga se cruza en el camino de esta pareja. Algunos familiares de Cristina han sido víctimas de la heroína. Amine también conoce la adicción de las sustancias y el juego del dinero fácil de la droga. Ella fue su "camino" para salir de esa pantalla de su vida que ya quedó atrás. Ahora, aspiran a consolidar un hogar, donde sea, para poder ver crecer a su hija, a quien solo ven durante algún rato, pese que vive a unos metros.