El céntrico parque de la Ciutadella ha perdido el esplendor con el que fue concebido a finales del siglo XIX para la expo universal de Barcelona de 1888. A lo largo de las más de 17 hectáreas de su superficie puede verse cómo el que supone uno de los pulmones verdes de la ciudad durante el día, y un reclamo para hasta siete millones de visitantes al año, se ha convertido en un refugio para personas sin hogar durante las noches y en un foco de suciedad, y con algunos de sus edificios patrimoniales abandonados durante años.
Entre sus árboles, matorrales y monumentos puede observarse, si se pasea a primeras horas de la mañana, cómo muchos han hecho del parque su hogar temporal con poco más que unos cartones y bolsas de basura. A pesar de que, a medida que llega el calor, sea más común que personas sintecho pernocten allí, el actual frío otoñal no ha impedido que en algunos puntos se lleguen a montar verdaderos campamentos.
Tal es el caso, de hecho, de la glorieta de la transexual Sonia, una glorieta situada al lado del estanque que recuerda el asesinato de Sonia, una mujer transexual a la que mataron un grupo de neonazis en 1991 por su identidad de género. A los lados de la glorieta, unos carteles sirven como paravientos a un campamento de personas que han llegado a instalar en su interior tiendas de campaña, un tendedero y una cocinilla improvisada donde calentar el café matutino, agua o algo de comida. Casi una decena de pequeñas tiendas de campaña unipersonales sirven de hogar allí para personas y mascotas.
DEGRADACIÓN PATRIMONIAL
No es el único lugar. Las esquinas y callejuelas que separan las desconchadas fachadas de los edificios del Hivernacle, el Umbracle, el castell dels Tres Dracs y el Museu Martorell también sirve de lugar de acogida para personas sin hogar. Cuando llega la mañana, acumulan todos los restos posibles en carritos y cambian su posición, dejando tras de sí los restos de aquellos cartones, comida, mantas o basura consumida el día anterior. En algunas zonas más discretas, incluso es posible encontrar ropa tendida, viejos colchones ajados y residuos variados.
También es habitual ver a personas asentadas en las zonas aledañas al parque que han ocupado los bancos, dejando sus pertenencias debajo de los asientos tapados con una tela o toldo, distintivo de que ese lugar es ya propiedad de alguien que ha tenido que pernoctar allí.
Es a primeras horas de la mañana cuando los servicios municipales de limpieza hacen también una batida para quitar la suciedad y adecentar una zona que también es un reclamo turístico y zona de paso para todos los visitantes que acuden al Zoo de Barcelona. No obstante, no es extraño que la más que ardua tarea de limpiar todo el terreno quede incompleta.
El parque se cierra por las noches y se vuelve a abrir todas las mañanas. Durante el día, el parque es un lugar de paseo y ocio al que miles de barceloneses acuden para hacer ejercicio, picnics, ir al zoológico, patinar y montar en bicicleta. El parque no es solo el pulmón verde por excelencia del distrito de Ciutat Vella, sino que es uno de los rincones más emblemáticos de la ciudad, así como la actual sede del Parlament de Catalunya. Por las noches, no obstante, se ha convertido en el refugio de decenas de personas que no tienen otro lugar al que acudir en una ciudad en la que iban a crearse 8.000 viviendas sociales, según prometió la actual alcaldesa, Ada Colau.
DEGRADACIÓN PATRIMONIAL
Desde hace escasos meses, los "inquilinos" del parque han perdido un lugar que desde hacía tiempo habían ocupado para resguardarse del calor, el viento, el frío o la lluvia. Se trata del Hivernacle, uno de los edificios más icónicos situado en el lateral derecho del parque, a medio camino entre la entrada y el Zoo. Sus antiguas salas, que datan del año 1884, estuvieron cupadas por personas migrantes y sintecho.
Actualmente, el consistorio trabaja en la rehabilitación del lugar y un proyecto para abrirlo de nuevo a la ciudadanía tras 16 años de abandono por parte de la administración pública. El verano de 2020, sin embargo, las instalaciones eran un hogar para siete personas inmigrantes de nacionalidad marroquí, algunas de las cuales habían llegado a Catalunya como menores no acompañados y que, tras alcanzar la mayoría de edad, el sistema "les pegó la patada" y tuvieron que acostumbrarse a vivir entre vidrieras rotas, el rovín de las vallas y los agujeros en paredes y suelo, según denunciaban.