Una grúa circula por delante del restaurante Moka, en La Rambla desde 1934

Una grúa circula por delante del restaurante Moka, en La Rambla desde 1934 Òscar Gil Coy Barcelona

Ciutat vella

Las obras de la Rambla ponen en jaque la continuidad del Moka, abierto desde 1934: “Hemos estado a punto de cerrar”

La pérdida de clientes ha puesto entre las cuerdas a Anna Matamala, actual propietaria del restaurante, que durante meses ha visto sus ingresos caer hasta un 70%

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Cada vez falta menos para disfrutar de la nueva Rambla de Barcelona. El camino para llegar hasta ella –más de tres años de obras ininterrumpidas– no está siendo nada fácil, sobre todo para los restauradores, que viven tiempos difíciles.

Las obras se han convertido en un quebradero de cabeza para ellos, que diariamente se dejan la piel para sacar adelante su negocio. La reforma ha provocado una caída en el flujo de peatones, lo que ha puesto en jaque la continuidad de algunos locales comerciales emblemáticos de la zona.

Un ejemplo de ello lo encontramos en el Moka, un restaurante histórico abierto desde 1934 en el número 126 de la Rambla. “Hemos estado a punto de cerrar”, lamenta su propietaria a Metrópoli.

Jordi y Anna Matamala, propietarios del Moka de la Rambla

Jordi y Anna Matamala, propietarios del Moka de la Rambla Òscar Gil Coy Barcelona

Anna Matamala es la cuarta generación de restauradores de la familia. Lo lleva en la sangre porque ha aprendido de un buen maestro: su padre, Jordi Matamala.

Junto a él ha superado todos los golpes que la vida ha dado al restaurante: la crisis económica del 92, el atentado de la Rambla, la pandemia y ahora las obras de reforma. “Después de todo lo que hemos superado, pensaba que de esta no saldríamos”, expresa Anna.

Pérdidas del 70%

Los trabajos de reforma de la Rambla han hecho caer en picado las ventas del Moka un 70%: “de 15.000 euros que ingresábamos a la semana, hemos pasado a 5.000”. Así lo señala a este medio su propietaria, que pese a estar a favor de las obras de transformación, asegura estar viviendo una pesadilla.

“He pasado muchas noches sin dormir y he pedido ayuda a todo el mundo”, relata la misma. Uno de los muchos gritos de auxilio de los Matamala llegó hasta el Ayuntamiento de Barcelona, que atendió a sus ruegos. El principal, retirar las vallas de las obras de delante del restaurante, ya que obstaculizaban la entrada de los clientes.

Vayas amarillas delante del restaurante Moka, en La Rambla desde 1934

Vayas amarillas delante del restaurante Moka, en La Rambla desde 1934 Òscar Gil Coy Barcelona

Y así lo hizo el gobierno municipal por Navidad, lo que le dio a Anna algo de oxígeno para sobrevivir hasta febrero. Además, les trasladaron la terraza –que representa el 80% de las ventas– en medio de la Rambla. “Hemos salvado el Moka por los pelos”, puntualiza su propietaria.

Durante las fiestas navideñas, Anna pudo recuperar parte de los ingresos perdidos en verano. “Si no hacemos el agosto, no hacemos el año”, explica a este diario.

La pérdida de clientela la compensó con el personal, y mientras el Moka tuvo las obras en frente del local, este operó bajo mínimos históricos, con dos responsables en sala y otros dos en cocina. “Estuve meses formando a unos camareros a los que tuve que despedir”, lamenta.

Una grúa circula por delante del restaurante Moka, en La Rambla desde 1934

Una grúa circula por delante del restaurante Moka, en La Rambla desde 1934 Òscar Gil Coy Barcelona

Anna cuenta que el peor momento –de julio a diciembre– ya ha pasado. “Ahora estamos un poco mejor, aunque esperamos remontar a partir de marzo, cuando empieza el buen tiempo”, expresa. “Lo hemos pasado muy mal. Todo el año hemos ido arrastrando pérdidas”, añade la misma.

A estas pérdidas cabe sumarle la deuda de 450.000 euros que la familia Matamala arrastra desde la pandemia y que sigue pagando mes a mes. “Es muy duro”, sentencia.

Mejora de la seguridad

Pese a ello, Anna se muestra esperanzada con Jaume Collboni, alcalde de la ciudad. A su favor, señala una cierta mejoría de la seguridad en la zona, que mide según los bolsos que se roban en su restaurante. “Hace unos años eran tres al día, ahora es uno cada tres meses”, explica a este digital.

Asimismo, tanto ella como sus compañeros de profesión confían en que la nueva iluminación de la futura Rambla ayude todavía más a mejorar este aspecto, además de atraer a aquellos barceloneses con ganas de reconectar con la emblemática avenida.

“Espero que esta enemistad con la Rambla sucia, fea e insegura pase a la historia”, expresa Anna. 

Obreros trabajando delante del restaurante Moka, en La Rambla desde 1934

Obreros trabajando delante del restaurante Moka, en La Rambla desde 1934 Òscar Gil Coy Barcelona

Actualmente, el consumidor local tan solo representa el 5% de la clientela del Moka, mayoritariamente frecuentado por turistas. Estos empezaron a concurrir el restaurante a partir de los años 90, cuando se descentralizaron las oficinas del centro de la ciudad y el barcelonés se trasladó a otras zonas. 

“Tengo a muchos expats”, señala Anna, para los que ha adaptado la oferta, aunque manteniéndose fiel a la gastronomía catalana.

Icono de la Rambla

En 1934, Esteve Sala inauguró el Café Moka, el mismo empresario que remodeló el quiosco de Canaletes y que, además de abrir el American Soda y el Restaurante Royal, trajo la primera cafetera exprés a Barcelona.

En 1987, y después de pasar por diferentes manos que no supieron cuidar el local, Jordi Matamala le dio una segunda oportunidad con el objetivo de recuperar “el Moka de siempre” que conoció en su juventud. “Hace noventa años era todo un referente gastronómico de la ciudad y el punto de encuentro de los barceloneses”, recuerda el mismo.

En aquella época, el café era la especialidad del Moka (como indica su nombre), pero Jordi apostó por incluir también la dieta mediterránea. Con mucho esfuerzo y tesón, su sueño se hizo realidad y volvió a posicionar el restaurante como el emblema de la Rambla que era.

Entrada al restaurante Moka, en La Rambla desde 1934

Entrada al restaurante Moka, en La Rambla desde 1934 Òscar Gil Coy Barcelona

Con la segunda generación al frente, el Moka mantiene intacta su identidad. “Queremos seducir a quien ‘ramblea’ por la zona”, expresa Anna. Para muchos, el restaurante es un punto de encuentro, para otros el local donde encontrar el mejor chocolate con churros de Barcelona, en palabras de los Matamala.

Estrecha relación con Orwell

La historia del Moka es singular. Inspirado en los cafés de París, en los años 30 se convirtió en parada obligatoria de periodistas, intelectuales, críticos y autores de teatro que frecuentaban la Rambla, por aquel entonces el centro cultural de la ciudad.

Pero del majestuoso local de entonces, decorado con enormes palmeras, ya no se conserva nada. La cadena de hamburguesas Wimpy arrasó con toda la decoración cuando se instaló en 1983, enterrando para siempre el pasado e historia del querido Moka.

Ya nadie recuerda como era esta antigua cafetería, aunque su personalidad quedó plasmada para siempre en la novela ‘Homenaje a Catalunya’, del escritor George Orwell. En ella relató las Jornadas de Mayo de 1937 que vivió desde las entrañas del Moka, uno de los protagonistas del conflicto barcelonés.

Imagen de archivo del restaurante Moka, ubicado en la Rambla

Imagen de archivo del restaurante Moka, ubicado en la Rambla AJ BCN

De vez en cuando, Orwell frecuenta la planta baja del restaurante. Lo hace a través de las charlas que se organizan allí bajo el nombre ‘Orwell toma café en el Moka’. En ellas, se reivindica el legado histórico del restaurante que el escritor inglés tuvo en la mira durante los Hechos de Mayo del 37. Se celebran en el salón donde antes se tostaba el grano.

Allí, ahora hay una sala dedicada a la figura de Orwell, flanqueada por fotografías de la época que recuerda a todos los que acceden lo que un día fue el Moka: la casa de los barceloneses.