Miss Wood no es una startup como el resto. Su inconfundible estilo nórdico y la estética bien cuidada de sus woodies (maderas serigrafiadas con mensajes en inglés que, en resumen, transmiten buen rollo) y sus mapamundis de corcho hacen pensar en una pareja de creativas noruegas con un gusto exquisito. Nada más lejos de la realidad (excepto en lo del gusto). Albert Sanz y Javier Galcerán son los ideólogos de esta empresa que hace cuatro años nació en la parte de atrás de una casa y ahora factura un millón de euros. “Lo hemos hecho todo a la vieja usanza”, dicen con cierto orgullo.
Dos publicistas que, frustrados por la rutina y la claustrofobia de trabajar para otros, decidieron que lo que les gustaba en realidad era hacer productos artesanales y crear una marca propia, Miss Wood (señora madera, en inglés, y de ahí parte del equívoco), con la que conquistar el mundo. Pero poco a poco. “No nos gusta mucho la filosofía de grandes rondas de inversión y objetivos de facturación multimillonarios”, explica Javi. Su compañero de batallas asiente complacido. “Apostamos por un crecimiento orgánico y sostenible. Es nuestro estilo, no es ni mejor ni peor”.
UN MODELO EXITOSO
Y les funciona. Ya no están en la parte trasera de casa de Albert, sino en una nave industrial en la que cabrían un par de trailers (como mínimo) y son 12 trabajadores. Cada mes reciben entre 2.000 y 3.000 pedidos, tanto a través de su página web como de la red de distribuidores que les permite vender en cinco países. “Como no tenemos inversores detrás, porque tampoco nos ha hecho falta, solo tenemos la presión de alcanzar los objetivos que nosotros mismos nos ponemos”, señala Albert. Unos objetivos que, por cierto, este año ya han superado.
Del millón de euros que facturan hablan poco y casi por obligación. Ellos están más interesados en lo que transmite Miss Wood y en cómo conseguir conectar con los clientes. “Ya tenemos la marca y el producto, ahora intentamos descubrir qué es Miss Wood. Somos una marca que vende cosas bonitas, pero no sabemos qué es y cuál es su personalidad”, reconoce Javi. Desde luego no es una tarea fácil. Las discusiones conceptuales son eternas y muchas veces no llevan a ninguna parte. Por eso no tienen una gran historia detrás del nombre. “Normalmente no nos ponemos de acuerdo en nada, así que cuando encontramos algo que nos gusta a los dos lo cogemos y vamos a otra cosa”, explican riendo.
DEL TRASTERO A LA NAVE
Albert y Javi se conocieron mientras estudiaban publicidad. “Nos entendíamos bien e incluso hicimos el trabajo de final de carrera juntos. Y fue un desastre”, dicen otra vez riendo. Después cada uno se fue por su lado (uno como becario en una agencia de publicidad y el otro como product manager en un club de venta tipo Privalia), pero siguieron en contacto. A Albert se le ocurrió que podían diseñar un producto y aprovechar el trabajo de Javi para ver cómo respondían los clientes. La idea era sencilla: cuadros de madera con mensajes serigrafiados con colores y diseños diferentes. Los woodies.
Al parecer, era algo que mucha gente había estado buscando. “Vendimos 300 piezas en solo cinco días y por toda Europa”. Hicieron una página web y una marca para que se viera que había alguien detrás del producto y empezaron a recibir pedidos online. En eso momento Albert estaba sin trabajo y Javi no veía mucho futuro en el suyo, así que con una inversión inicial de 4.000 euros por cabeza se embarcaron en un proyecto que realmente les motivaba. “Empezamos a crecer y pronto nos tuvimos que mudar a un sitio más grande”. Eso era 2015.
PUNTO DE INFLEXIÓN
Después de un año y medio trabajando codo con codo, tuvieron que apoyarse en un par de trabajadores freelance que les echaban un cable en las épocas más ajetreadas. “Era un proceso constante de prueba y error”, recuerda Albert. “Nos costaba diferenciarnos de la competencia”. Su idea no había pasado desapercibida y cada vez tenían más competidores. Necesitaban un golpe de efecto para recuperar ese “furor” inicial de los woodies. Y una vez más lo más sencillo fue lo que mejor funcionó.
“Tenía que hacerle un regalo a mi novia y compré un corcho y un mapa de esos de National Geographic para pegarlo encima y que pudiera poner chinchetas en los países donde había estado”. Todo coronado con una frase bonita marca de la casa que no quiere desvelar, por cierto. En otra parte, Javier tenía una reunión con la cadena Natura, que distribuía algunos de sus productos. “Nos dijeron que los mapas se vendían muy bien y pensamos que era nuestra oportunidad”. Y de ahí salió el otro producto estrella de Miss Wood: un corcho serigrafiado con un mapamundi. Así de simple (que no fácil).
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