Ismael Clemente, consejero delegado de Merlin Properties, sociedad propietaria de la Torre Glòries (antes Torre Agbar) se lamentaba amargamente por lo que hace un mes parecía la pérdida definitiva de la Agencia Europea del Medicamento (AEM). Se celebraba el Barcelona Meeting Point y ante un pequeño grupo de periodistas daba casi por imposible que Bruselas resolviera a favor de Barcelona en la adjudicación de la agencia. El día anterior había participado en la presentación que el Ayuntamiento había realizado en la capital comunitaria de su candidatura, que incluía la torre como el edifico que debía albergar la agencia. “Es increíble que nos hayamos dejado perder esta oportunidad, teniendo en cuenta que ya estaba pactado entre el Gobierno y la UE que Barcelona albergaría la agencia”, comentó entonces. “Esta locura del secesionismo ha dado al traste con la operación. No va a salir la AEM de Gran Bretaña por el ‘brexit’ y conceder la sede a una capital que puede seguir el mismo camino”, dijo entonces.

Lo cierto es que sus premonitorias palabras –la agencia fue adjudicada este lunes a Amsterdam- no hacía más que enfatizar el gafe que arrastra ese edificio desde que fue puesto en pie en pleno centro de Glòries. Ninguno de los proyectos que ha albergado o para los que ha sido candidata han acabado por consolidarse fruto de la mala suerte que parece acarrear.  Empezando por su objeto fundacional, la torre, inaugurada en el 2005, fue diseñada por el arquitecto francés Jean Nouvell por encargo de Aigües de Barcelona. Su entonces presidente, Ricard Fornesa, quería un icono emblemático como sede para poder abandonar las obsoletas dependencias que ahora ocupa la Consellería d’Interior de la Generalitat, que no se ajustaban a las necesidades de unas oficinas modernas. Consiguió el primer propósito: Nouvell levantó una torre con la personalidad propia de su arquitectura –imposible no verla y admirarla desde casi cualquier punto de Barcelona-, pero con una distribución algo incómoda para albergar las oficinas de una gran empresa. De hecho, Agbar no tardó demasiado en buscarse otro emplazamiento y poner a la venta la torre. En julio del 2015 trasladó a las 700 personas que trabajaban en el edificio a la Zona Franca.

LA LLEGADA DEL FONDO ANDORRANO

La venta del edifico se había producido dos años antes (2013) al fondo andorrano Emin Capital. Los empresarios andorranos acordaron que Agbar seguiría como inquilino hasta agosto de 2015. Emin Capital vio ahí una posible salida al icónico inmueble: un hotel de lujo. CiU, el que fuera el partido que dirigía entonces el gobierno municipal, se mostró optimista con la propuesta de Emin y desde el Ayuntamiento celebraron que Barcelona atrajera inversiones internacionales. El proyecto del fondo andorrano era comprar la torre junto a un grupo inversor y adaptar el edifico para uso hotelero, para lo que contó –se dijo desde el primero momento—con el apoyo del grupo estadounidense Hyatt para albergar un hotel de superlujo.

Para transformar el edificio en un hotel era necesario un cambio de licencia de uso y modificar el planeamiento urbanístico con el que se construyó. Las plantas están construidas libres de columnas. La altura del techo es de 2,60 metros. Todo eso debía reformarse para darle una nueva imagen interior. Emin Capital formalizó la solicitud de obra en 2014, por lo que la moratoria impuesta por el equipo de Colau, el Gobierno municipal que entró en 2015, no debía generar problemas al proyecto de Emin. Pero en septiembre del 2015 tuvieron que hacer una nueva petición de obra para Agbar. No prosperó el proyecto, a pesar de contar con el respaldo del fondo Westmont Hospitaly Group. No contó, eso sí, con el del Ayuntamiento, para quien no encajaba un gran hotel en ese edificio, pese a argumentar el desestimiento de Emin Capital, como atribuible a la empresa y no a la normativa de establecimientos turísticos.

LA LLEGADA DE MERLIN

Adaptar la torre a uso hotelero, además de licencia municipal, implicaba una inversión considerable. Algo que en ningún caso consideró el nuevo propietario, Merlin Properties, una de las primeras sociedades de inversión inmobiliaria españolas. Apareció en escena en enero del 2017. La operación de compra se cerró por 142 millones de euros, tantos millones como metros de altura, y llegó con el objetivo de mantener el edificio para albergar oficinas.

La Torre cuenta con una superficie bruta de 37.614 metros cuadrados, distribuidas en 34 plantas sobre rasante y un auditorio con capacidad para más de 350 personas. Adicionalmente, el edificio tiene cuatro plantas de parking con 300 unidades. En total, el inmueble dispone de 51.485 metros cuadrados construidos.

La socimi decidió invertir 15 millones de euros en la rehabilitación de la torre para acomodar su uso a la presencia de diferentes inquilinos. Aunque desde el momento en el que la compró lo hizo con el objetivo de que pudiera albergar la agencia europea que debía abandonar Londres por el ‘brexit’, una vez más el proyecto no ha llegado a consolidarse. El mal fario que parece arrastrar al edificio se vistió en esta ocasión de razones políticas para dejarlo sin ocupantes. Por el momento. Merlin ya ha puesto en marcha de nuevo la comercialización de la torre, cuyas obras de adaptación acabará durante este año. El acuerdo con el Ayuntamiento para reservar la torre a la AEM expiró el lunes, tras confirmarse que no estará en Barcelona.

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