Recorrer la calle Petritxol es un suspiro. De la calle Portaferrisa a la plaza del Pi, apenas unos 130 metros de largo y tan solo 3 de ancho, aunque en algunos momentos es aún más estrecha. Pero tan corto trayecto conviene hacerlo con calma, disfrutando de cada paso, observando todo cuanto ofrece.
Actualmente muchos barceloneses asocian el nombre de la calle al típico chocolate caliente que sirven las prestigiosas chocolaterías que sobreviven al paso del tiempo. Pero pocos son los que conocen el origen del nombre Petritxol, básicamente porque ni los historiadores se ponen de acuerdo. Se barajan diversas opciones: un derivado de pedritxol, pedrís o pedritxol, piedra que se colocaba en la entrada y que impedía el paso de los carruajes; por el nombre de una familia, Petritxol, que poseía varias casas en la calle; por la pedritxes, sarro que forman las aguas demasiado calizas de Barcelona, que derivó primero en Padritxol, como se llamaba la calle en el siglo XVII según el historiados Clovis Eimeric, y luego en Petritxol; o, simplemente, por una derivación de portitxol, nombre que equivale a portal o pórtico pequeño.
SIN SALIDA
En sus inicios, la calle no tenía salida ya que una casa cerraba el acceso de Portaferrisa a la plaza del Pi. Según algunas fuentes, es en 1292 cuando aparece por primera vez en un documento el nombre de la calle Petritxol, aunque en aquel entonces era un simple camino sin salida. Antes, solo se hablaba de la plaza del Pi, donde se hallaba una iglesia llamada Santa María de los Reyes de Oriente, popularmente conocida como Santa Maria del Pi. Y no fue hasta 1465 cuando se derribó la casa que impedía la comunicación, que pasó a ser una calle transitable.
El paso del tiempo llenó la calle de talleres de diferentes oficios. Y para distraerse en sus ratos libres, los obreros del gremio de veleros y percheros empezaron a organizar fiestas en una de las casas de la calle. Al son de violines y contrabajo, los hombres invitaban a bailar a las mujeres solteras. Este tipo de fiestas también se hacían en otras partes de la ciudad, pero las crónicas de la época hablan de que “el bullicio de la calle Petritxol era mejor en cuanto a la música y la concurrencia”.
CHOCOLATEROS...
Poco a poco, y al amparo del crecimiento de la Rambla como centro de atracción de la ciudad, la calle Petritxol fue aumentando en actividad económica. Había una vaquería, escultores, pintores de brocha gorda, zapateros, carpinteros, e incluso una posada secreta; luego se fueron instalando un boticario, un vendedor de estampas, que luego se convirtió en la actual Casa Parés, un escribano, un profesor de música, un tornero, etc.
En los siglos XVII yXVIII aparecieron las primeras chocolaterías, un negocio que ha perdurado hasta hoy en día y que es uno de los signos de identidad de la calle.
Las dos más antiguas son la Granja Dulcinea y La Pallaresa. La primera nació en 1941 y la segunda en 1947. Desde entonces, ambas endulzan la vida de las miles de personas que se detienen año tras año a degustar su excelente chocolate caliente, una atracción irresistible cuando, paseando por la calle, se percibe su olor. Por sus mesas pasaron personajes como Pablo Picasso o Àngel Guimerà, aunque la lista de artistas que disfrutaron de los chocolates calientes sería interminable.
Más tarde se unió la Petritxol-Xocoa, pastelería-chocolatería que ha logrado subsistir gracias a la excelente calidad de sus productos.
…ARTESANOS...
También el arte sigue siendo una de las señas de identidad de la calle. Destaca por encima de todas la galería de arte Parés, que abrió sus puertas en 1877 y en sus paredes han expuesto figuras como Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Enric Clarasó, Joaquin Mir, Eliseu Meifrén, Anglada Camarassa, Isidre Novell, Modest Urgell y un joven Pablo Picasso.
Otras pequeñas tiendas, como la librería Quera, especializada en excursionismo, la sala de arte Carré d'Artistes, o Miret, en la que se pueden encontra juegos de mesa, fotografías, regalos y litografías.
… Y MAYÓLICAS
Paseando por Petritxol es inevitable, e imprescindible, observar como en las fachadas de los edificios lucen unas cerámicas que igual hacen referencia a algún personaje conocido que ha tenido relación con la calle como recuerdan determinadas normas de convivencia. Son las conocidas mayólicas.
Los motivos de las cerámicas hacen referencia a temas muy diversos. Recuerdan la estancia de Moratín en una posada de la calle; el trabajo que tuvo Montserrat Caballé en la casa Omella; o relatan L'Auca del Senyor Esteve, de Guimerà; recuerdan que los vehículos deben llevar marcha moderada y hacer paradas cortas; otras hacen referencia a dichos populares, etc.
Los personajes ilustres que han tenido relación con esta pequeña calle son innumerables. Àngel Guimerà, dramaturgo, Joan Magriñè Sanromà, bailarín y coreógrafo, Montserrat Caballé, soprano, Maurici Serrahima, abogado, Leandro Fernández de Moratín, escritor, Joan Salvat-Papasseit, poeta, Antonia Gili y Güell, poetisa, Enric Prat de la Riba, político, Francesc Salvà i Campillo, médico y físico, etc.
EL EMIR, EL CURA Y EL ORO
Tampoco está de más recordar la leyenda de cómo se abrió el paso en la calle. Cuentan que, durante el dominio musulmán de la ciudad, solo se permitían oficios religiosos cristianos en la iglesia de Santa María del Pi. Pero los cristianos vivían en el Raval y para llegar a la iglesia debían dar un gran rodeo ya que el emir no les permitía pasar por determinadas calles y cruzarse con los musulmanes, por lo que la iglesia estaba casi siempre vacía. El cura tuvo la suerte de encontrar cofres con miles de monedas de oro y propuso al emir comprarle la calle que iba de la muralla a la iglesia por el camino más corto para que los fieles pudieran acudir a los oficios religiosos.
El emir, pensando que no tendría dinero, le dijo que se la vendería si era capaz de cubrir la calle de monedas de oro. El cura sacó todos los cofres de oro y los extendió por la calle, llegando a cubrir casi todo el recorrido. Y aunque no logró su objetivo, el emir pensó que no podìa perder la ocasión de ganar tanto dinero y les regaló el resto de la calle. Los cristianos pudieron abrir entonces un pequeño portal, un petritxol, para no cruzarse con los musulmanes.