Ramiro Morales se quedó en la calle seis meses atrás. Al terminar de trabajar, un grupo de hombres le robó la tablet, el móvil y todo el dinero que llevaba encima. Le propinaron una paliza que le dejó 10 días en coma. Se despertó en el Hospital del Mar y perdió su empleo de cocinero al no informar a sus jefes sobre su paradero. “Fue entonces cuando me quedé sin dinero y mi única opción pasó a ser vivir en la calle”, cuenta a Metrópoli Abierta sentado en la plaza de la Gardunya, situada en la parte trasera del mercado de la Boqueria.
Los riesgos a los que se exponen las personas que no tienen un techo bajo el que dormir provoca que algunos mueran prematuramente. Una infame realidad que este lunes ha hecho visible Arrels Fundació al comunicar que en los últimos 12 meses han muerto 55 sintecho en Barcelona. 13 vivían en la calle, 25 en el hospital o en un centro sociosanitario, mientras que el resto vivía en un piso, en una residencia o un albergue.
MEDIA DE EDAD
Las personas fallecidas tienen una media de edad de 56 años. En otras palabras, 26 menos que el promedio de edad en el que mueren el resto de ciudadanos de la capital catalana, según ha informado Arrels. “Lamentablemente, es una realidad muy frecuente entre las personas que viven en la calle”, agregan a este medio desde la fundación.
ALCOHOLISMO y ENFERMEDADES
Soportar la vida de la calle o las experiencias que han llevado a uno a vivir en estas circunstancias hace que entre muchos sea demasiado recurrente beber alcohol. “No fumo, ni me drogo, pero bebo para calmar las penas”, dice Morales sobre una realidad que también protagoniza Estevan Antonio, de 47 años. “Soy alcohólico porque la bebida es lo único que tengo en la calle”, añade y, acto seguido, asegura que solo come una vez al día porque, según indica, no tener documentación le impide acudir a los comedores sociales.
Morales asegura que desde que está en la calle no ha ido nunca al ambulatorio. Afortunadamente, él no lo ha necesitado. Pero unas úlceras en el estómago provocaron que Antonio, que lleva dos años en la calle, tuviera que operarse de urgencias. En otra ocasión, despertarse con una mordedura en la pierna, que desconoce si era de un perro o una rata, le dejó una herida que terminó infectándose.
Por su parte, Víctor Fernando, de 44 años, recuerda que meses atrás tuvo que ir al hospital después de que un hombre junto al que dormía le contagiara la sarna. Le salieron unas heridas que no podía parar de rascarse. También señala que hace unas semanas se le rompió una vena de la nariz que le desencadenó una hemorragia. “Morales me acompañó al médico. Nos cuidamos entre nosotros”, señala.
FRÍO Y OTROS RIESGOS
Mari Jiménez, de 44 años, tiene esquizofrenia. A pesar de que apunta que se medica y que la enfermedad está “controlada”, tiene la certeza de que podría llevarla mucho mejor viviendo en un hogar. Ahora lleva tres días al raso, pero entre 1995 y 1999 ya pasó por una experiencia similar. “Ser mujer me hizo tener mucho miedo de estar sola en la calle. Ahora que estoy acompañada, me siento mejor”, sostiene Jiménez, quien minutos antes de conversar con Metrópoli Abierta ha tenido que soportar que un hombre la tocara sin su consentimiento. Ella se ha molestado, y eso ha llevado a sus acompañantes a echarle de la plaza. “Quería abusar de mí”, ha exclamado indignada sobre un tipo de agresión que puede contribuir a perjudicar la salud mental de uno.
Otra de las grandes preocupaciones de todas estas personas es el frío. Se acerca el invierno y eso lleva a Morales a admitir que le “asusta” pensar cómo afrontará la bajada de las temperaturas. Antonio asegura que ha sufrido por su vida durante los dos inviernos que ha pasado en la calle. Y Fernando dice que se protege con una manta y con la ayuda de sus compañeros. “Dormimos juntos para darnos calor los unos a los otros”, sentencia.