La segunda mitad de los años 80 y los primeros 90 fueron años duros. Violentos. De peleas y navajazos. Años de moda skinhead y agresiones en los campos de fútbol y sus alrededores. Los grupos ultras, con la complicidad de las directivas de sus clubes, sembraban el caos y Barcelona se convirtió en una batalla campal. Sobre todo, los sábados por la noche, cuando Boixos Nois y Brigadas Blanquiazules pasaban cuentas. El 1 de diciembre de 1990, el grupo ultra del Espanyol, entonces RCD Español, asestó una puñalada a Sergi Segarra, alias Draculín. La venganza llegó el 13 de enero de 1991, cuando cinco radicales del Barça fueron a “la caza” de pericos.

Los ultras del Barça se acercaron a Sarrià a la finalización de un partido de Liga entre el Espanyol y el Sporting. Esperaron la llegada de hinchas blanquiazules. De jóvenes con distintivos del Espanyol y de las Brigadas Blanquiazules. El premeditado ataque se saldó con la muerte de Frederic François Rouquier, de 20 años, y con José María Arboleas, de 16, herido.

PENAS DE PRISIÓN

El fútbol español ya tenía la primera víctima por un ataque ultra. La respuesta policial fue rápida. Una escucha facilitó la detención de los cinco jóvenes que participaron en la agresión: José Antonio Romero Ors, alias JARO, Jorge Esteve Sánchez, Lluís C.L., Francisco José Calaf Martínez y David V.A. Cuatro de los cinco boixos admitieron su participación en el juicio. “Fuimos a darles dos puñaladas”, asumieron. JARO, el autor de la puñalada mortal, admitió que le había clavado el machete a Rouquier “hasta el mango”.

Tres años después del trágico apuñalamiento, la Audiencia de Barcelona condenó a los hinchas del Barça por homicidio y lesiones a 76 años de cárcel. Dos años después, el Tribunal Supremo calificó el suceso de asesinato con alevosía y aumentó la pena de cárcel a 140 años, tachando la conducta de los Boixos como "primitiva y casi como animal".

SÍMBOLOS NAZIS

Las medidas policiales se multiplicaron, desde entonces, en los campos de fútbol. Barça y Espanyol, sin embargo, poco hicieron por frenar las tropelías de Boixos y Brigadas. Los ultras, ataviados con cruces celtas y símbolos nazis, eran sometidos a grandes cacheos en los estadios, pero se mostraban muy violentos en los desplazamientos. Los derbies barceloneses fueron declarados partidos de alto riesgo. Las fuerzas policiales evitaron nuevos ataques mortales, pero los Boixos exhibieron una pancarta con el nombre de Jaro en sus visitas al campo del Espanyol.

La convivencia entre ultras y directivos fue tranquila hasta 2003, cuando Joan Laporta cortó los privilegios de los Boixos. El ex presidente del Barça sufrió amenazas e intentos de agresión, pero su campaña de “tolerancia cero con los ultras” desactivó a los radicales barcelonistas. Años más tarde, Daniel Sánchez Llibre inició su particular guerra contra las Brigadas. Hoy, nada se sabe de los ultras del Espanyol. Los Boixos, en cambio, regresaron hace dos años con nuevos brotes violentos en algunos desplazamientos y en los alrededores del Camp Nou. En la grada ni están ni se les espera.

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