Son poco más de las once y una hilera de gente se dibuja en el paseo de Montjuïc del barrio de Poble-sec (Sants-Montjuïc). Hacen cola frente al número 70, donde se encuentra la ONG Bona Voluntat en Acció. Es jueves, y hoy toca repartimiento de comida.
Entre otras funciones, como la de ofrecer soporte escolar o talleres de inserción laboral, esta pequeña ONG del Poble-sec reparte alimentos a gente del barrio o del distrito dos días por semana. Son solo cinco empleados, pero cuentan con el soporte de hasta 90 voluntarios, que les ayudan a distribuir alimentos y productos de higiene de primera necesidad entre los vecinos que acuden a ellos. Antes de la pandemia atendían a 150 familias a la semana, ahora a 400. Si traducimos esta última cifra a personas, representan alrededor de 1.000.
AUMENTO DE DEMANDA
Antes de la llegada del covid entregaban todas las cestas de víveres los jueves por la tarde. Ahora, para dar respuesta al crecimiento de demanda, también las entregan los jueves y los viernes por la mañana. Citan a la gente en franjas de media hora para que no se aglutinen, algo que ya hacían desde antes de la crisis sanitaria, pero han tenido que implantar otras medidas que garanticen la seguridad. Les toman la temperatura, les ponen gel hidroalcohólico y les dejan pasar al local a cuentagotas. Una vez dentro, reciben los productos que la ONG compra o recibe de diversas fuentes, entre ellas el Banc dels Aliments de Barcelona, la fundación que reparte alimentos entre decenas de entidades sociales del Àrea Metropolitana de Barcelona (AMB).
En conversación con Metrópoli Abierta, Mercè Amat, coordinadora de la entidad, cuenta que el perfil de gente que recurre a ellos es diverso: “tenemos gente en ERTE, gente en paro, gente de aquí, gente sin papeles, gente de mediana edad, gente mayor, etc.” También explica que acuden a ellos más mujeres que hombres y que han notado un incremento de personas formadas. “Dentro de los talleres laborales que impartimos les agrupamos en dos grupos, los que tienen muchos conocimientos informáticos y los que no. Normalmente siempre habíamos tenido colectivos que no sabían nada de informática y de pronto vino mucha gente que sabía mucho, porque era gente de países sudamericanos con carreras, con másteres, gente con estudios, pero allí. Aquí no les convalidan los títulos y no tienen la documentación en regla, así que pueden tener trabajos como cuidar a ancianos”, lamenta.
LAS CARAS DE LA POBREZA
Más o menos en ese perfil es donde encaja Andrés Oliveras, un uruguayo de 34 años que lleva 17 viviendo en España, y tiene un Grado Medio de Imagen y Sonido, que sale del local con su carro de la compra lleno. Hace solo un mes que él y su familia acuden a la ONG. “Mi madre y mi hermana están sin trabajo y yo estoy cobrando menos de 500 euros al mes, 314, concretamente. Trabajaba de camarero en Razzmatazz, pero en marzo ya hará un año que estoy en ERTE”, explica a este medio. Su familia hace malabares con su sueldo y algo de dinero extra que les presta algún familiar. En total suman unos 600 o 700 euros y con eso tienen que pasar. Hasta el momento habían encontrado ayuda en otras entidades del barrio, pero recientemente los servicios sociales les han derivado a Bona Voluntat en Acció.
Como Andrés, hay más personas que hace poco tiempo que recurren a la entidad. Es el caso de una joven de Honduras de 19 años que prefiere mantener el anonimato. Hace un año que se vino a España con su padrastro y su hermana. Durante la pandemia ha estado trabajando como esteticista, pero lo ha acabado dejando porque tardaba casi dos horas en llegar al trabajo. “Mi hermana tiene 14 años y mi padrastro trabaja en la construcción, pero no tenemos ingresos suficientes. Aquí nos ayudan mucho. A mí, por ejemplo, me están ayudando a orientarme en mis estudios, me dan ideas para ver qué me gusta y qué quiero estudiar. Por ahora voy a sacarme el curso de catalán, porque me conviene para cuando empiece a estudiar algo”, comenta en conversación con este medio.
Algo diferente es la situación de Natividad Medina, una mujer de nacionalidad española de 63 años que, recientemente, se ha quedado viuda. “No encuentro trabajo y hago lo que me echen. Cobraré 500 euros y pico de viudedad, pero administrativamente está todo tan mal... Antes lo pagaba todo mi marido con su pensión, pero ahora estoy trabajando en una verdulería por 50 euros a la semana a media jornada. Hace dos años que me están dando de comer porque con lo de mi marido, que también les daba algo a nuestros dos hijos, no nos llegaba. Ahora mismo no tengo nada, los 200 euros de la verdulería, y con eso voy tirando. Menos mal que el piso es de propiedad, pero tengo que pagar agua, gas, luz; y los alimentos me vienen muy bien. Les estoy muy agradecida”, explica a Metrópoli Abierta.
También hay casos como el de Alí, un joven extranjero que hasta hace un tiempo hacía la cola del hambre como todos ellos y que ahora está contratado como trabajador de la ONG y se ocupa de las tareas de almacenaje. El suyo es un buen ejemplo de la filosofía de la entidad, ya que un requisito indispensable para ofrecer alimentos a quienes lo solicitan es que si están en edad de trabajar se comprometan a seguir planes de orientación, formación e inserción laboral.
CIFRAS
Según los últimos datos municipales disponibles, que recogen el periodo de tiempo que va del 16 de marzo al 30 de septiembre de 2020, los servicios sociales de la ciudad de Barcelona han atendido un total de 56.192 personas desde la aparición del coronavirus. Constituye una cifra elevada si se tiene en cuenta que se trata de un periodo de seis meses y medio y que durante todo el año 2019 se atendieron unas 90.000 personas. Alrededor del 30% de las personas atendidas no había acudido nunca antes a los servicios sociales o bien hacía más de un año que no lo había hecho.
Más de la mitad de estas 56.192 personas fueron mujeres y el 41% tenían entre 31 y 50 años. Todo ello constituye un indicador importante de los efectos socioeconómicos que está teniendo y tendrá la crisis sanitaria generada por el covid. En este contexto, es habitual ver colas de gente frente a equipamientos que se encargan de dar solución al problema más básico que comporta la pobreza: el hambre. Y es que las colas del hambre han aumentado notablemente con toda esta situación.
En julio de 2020, 55.097 personas recibieron comida a través de las entidades que como Bona Voluntat en Acció colaboran con el Banc dels Aliments de Barcelona. En la misma fecha del año anterior se atendieron 25.083 personas menos. Julio fue el mes en que hubo más demanda, pero el momento más crítico vino más adelante. “A lo largo del 2020 hubo distintos momentos. Hasta julio pudimos atender la demanda porque recibimos muchas ayudas privadas, pero en septiembre y octubre sufrimos. Disminuimos los kilos de comida entregados. Se seguía atendiendo la demanda, pero en lugar de dar 10 kilos de productos básicos, dábamos seis”, explica a este medio Lluís Fatjó-Vilas, director del Banc dels Aliments de Barcelona.
NUEVA POBREZA
“Hay unos núcleos de nueva pobreza, sectores de población que no eran pobres antes de la pandemia, personas con características muy próximas a cualquiera de nosotros”, sostiene el director del banco de alimentos. Entre estos grupos destaca tres: los jóvenes, los autónomos, gente que trabaja en sectores muy perjudicados como la restauración y personas que viven en pisos o habitaciones de alquiler.
Respecto al primer grupo, Fatjó-Vilas lamenta que “los jóvenes que tienen contratos muy precarios" y añade que "cuando llega una situación dura son los primeros que caen y no llegan a final de mes". "Tenemos un colectivo de gente formada y con capacidad laboral que está en situación de pobreza”, explica. En cuanto al segundo colectivo, señala que "los autónomos se encuentran con que la facturación les ha caído en picado y la gente que trabaja en negocios que no funcionan como los bares o los comercios quedan descolgados, porque los ERTEs no aguantan". Respecto al tercer grupo, apunta que se trata de un colectivo que apareció con mucha fuerza durante el confinamiento: "No pueden pagar un piso y se quedan fuera sin nada y sin saber a dónde ir. Sobre todo suelen ser mujeres con hijos y gente mayor". En la misma tónica, concluye que lo que verdaderamente asusta es no saber qué acabará pasando con toda esta nueva pobreza.