El horario previsto finaliza a las 20.00 horas, pero los voluntarios siempre superan con creces esa hora. Nadie quiere irse y el trabajo solidario de decenas de personas se prolonga hasta las 21.00 o las 22.00 horas. "El domingo no íbamos a abrir, pero tuvimos que pedir las llaves a la directora del instituto porque nos lo pedían", comenta Svetlana Rumak, de la escuela ucraniana Mriya de Barcelona.
Cada sábado, el gimnasio del Instituto Salvador Seguí (Sant Martí de Provençals) se convierte en una ventana a Ucrania. Decenas de niños y adolescentes acuden para sentir su país más cerca. Estudian el idioma, se preparan para el bachillerato, aprenden piano y violín, baile y otras actividades. También dan conciertos. Unos 140 niños participan habitualmente de alguna de las actividades. Estos días, sin embargo, centenares de cajas ocupan gran parte de este gran pabellón. La asociación se ha convertido en uno de los principales puntos donde se canaliza la solidaridad con destino a Ucrania que este jueves resiste el día 15 de la invasión de la Rusia de Putin.
"VOLVER NO TIENE SENTIDO"
Tatiana Wlitina (29 años) llegó a Barcelona el 14 de febrero, diez días antes de la escalada del conflicto. De pequeña pasó varias navidades y veranos entre Sabadell y Bellaterra (Cerdanyola del Vallès) en las diferentes casas que tenía su familia de acogida. Habla un español muy digno, si se tiene en cuenta de que estas idas y venidas se terminaron cuando tenía 15 años. Nunca perdieron el contacto y hace unos meses esta familia le invitó a venir a vivir aquí. Volver a su país no es una opción. "No tiene sentido. Una amiga me ha dicho que Járkov (la segunda ciudad del país) no existe.
Esta tornera nació en Nikopol, una ciudad del sureste. "Tenemos una base militar y todos los días destruyen alguna parte", explica. Muchos de sus amigo han huido a Polonia. Otros se quedan. "Se niegan a dejar toda su vida allí". Los que han realizado el servicio militar están llamados a filas. Estos días guarda comida y ropa en cajas de cartón. "Me siento mejor. Esto es lo único que puedo hacer. Trabajar con mis manos", cuenta la joven, que se considera una refugiada más.
2.600 CAJAS
Svetlana Shkolna llegó hace 17 años a España. Preside la escuela Mryia, transformada estas semanas en un base de operaciones solidaria. "Creamos la asociación para mantener contacto con las raíces de nuestra historia. No para esto...", cuenta triste. La mujer reprocha los pasos dados hasta ahora por la. Unión Europea. "Nos están matando. Necesitamos más armas. Putin no va a parar. Europa está muy preocupada, pero con preocupación no se frenan las muertes", relata. emocionada conteniendo el llanto.
Yuliya Tsvyetkova (28 años) cuenta que el sábado pasado la entidad registró 2.600 cajas llenas de comida, ropa y medicina. "Decidimos parar de contar. Esperaba ayuda, pero no un volumen tan alto. La verdad que ver esto emociona", relata esta catalana de origen ucraniano. Ha vivido más de la mitad de su vida en Barcelona. Vino de Poltava con su hermana gemela y su madre 16 años atrás por motivos económicos, buscando un futuro mejor.
"LOS RUSOS SON NUESTROS HERMANOS"
Esta graduada en Turismo tiene familia rusa, una circunstancia que se repite en muchos de sus compatriotas. "Somos hermanos", dice. Sabe, por su prima, que la tensión de la guerra llega a las empresas rusas. "Deben tener mucho cuidado con lo que dicen. Al mínimo comentario de disconformidad con lo que está ocurriendo te despiden". Con su padre intenta no hablar sobre la guerra, que también llama a las puertas de la ciudad donde vive este hombre. "Él es proruso y prefiero no discutir con él".
Los alumnos y profesores del Institut Salvador Seguí también se han implicado en el trabajo solidario. Rumak coordina las tareas de los voluntarios que protagonizan un trajín incesante. "Los ucranianos estamos más unidos que nunca. Muchas gracias a todos los españoles que nos están ayudando", señala. Una veintena de familias se han ofrecido para acoger a refugiados en sus casas. De momento, 18 niños han pasado por este gimnasio junto a sus madres. Los padres se quedan luchando.
UNA REFUGIADA: "NO ME GUSTA PEDIR"
La asociación también ofrece ropa y comida a los recién llegados como Laraa Sitnik, una joven madre de 25 años que llegó el domingo con la pequeña Emilia de nueve meses. "No me gusta pedir ayuda. No estoy acostumbrada", reconoce. Natalia (43 años) hace 21 que vive en España y viene a echar una mano cuando su trabajo se lo permite. "Siento que ayudo a mi pueblo y, así, desconecto un poco de las noticias", cuenta esta mujer.
Yaroslasv Klymkko (17 años) es el voluntario más joven del día. Nacido en Ternópil (oeste) vive en Palau-solità i Plegamans. Este lunes se ha acercado hasta el instituto Salvador Seguí aprovechando que uno de sus profesores del ciclo de informático que estudia no habían venido. "Putin está medio loco, quiere romper nuestra nació, pero no se esperaba tanta resistencia", comenta. Aunque lleva cuatro horas llenando cajas, su trabajo no ha terminado. "Ahora me voy a Palau a seguir llenando cajas", comenta.