Del bienestar en Colombia a la Barcelona sumergida: el calvario de Miguel, un rider de Uber Eats
El repartidor abandonó su país en busca de seguridad para sus hijos y ha encontrado una vida de precariedad en la economía irregular
25 septiembre, 2023 23:10Noticias relacionadas
Barcelona tiene 1,6 millones de historias y todas ellas convergen en sus calles. Alejada de la cara más turística y visible, existe otra más precaria, salvaje, de economía sumergida y que se ceba sobre todo con las personas migrantes irregulares, cuya situación es más vulnerable. A diferencia de los españoles, ellos se enfrentan cada día a la dificultad para sobrevivir que va ligada a la imposibilidad de encontrar un trabajo. Por ello, en los últimos años ha crecido un mercado sumergido ligado al alquiler de cuentas ligadas a empresas de reparto como son Glovo o Uber Eats.
Miguel tiene 34 años, nació y creció en Ibagué (Colombia), país en el que vivió en un estrato relativamente acomodado trabajando como transportista. Viajó a España buscando la seguridad para sus dos hijos, Alex y Marina, de 10 y 11 años (nombres y edad ficticios), y la madre de ellos, que casi mueren a manos de la última pareja de esta en un claro caso de violencia machista y vicaria. A pesar de que el homicida está en prisión, ha logrado en varias ocasiones volver a contactarlos, por lo que salieron del país con la intención de labrarse un futuro fuera de peligro en Europa.
MESES EN ALBERGUES
Desde su desembarco en Madrid, el pasado abril, Miguel ha podido sentir sobre sus hombros la carga que la maquinaria estatal ejerce sobre los migrantes en situación de irregularidad, pues llegó con poco más que una mochila llena y unos ahorros. Desde entonces, ha lidiado con la (casi) imposibilidad de encontrar un empleo y hallar un espacio en el que vivir.
Tras meses pernoctando en albergues, okupando un piso vacío propiedad de un banco del que fue desahuciado y cayendo en alguna habitación o sofá en el que algún amigo pudiera dejarle pasar unos días, ha encontrado una habitación en un piso en Nou Barris, que comparte con otras dos parejas. Ahora, sobrevive gracias al trabajo precario que obtiene tras pasar unas 14 horas al día repartiendo comida para Uber Eats en una cuenta alquilada y logra sacar el equivalente al Salario Mínimo Interprofesional (SMI).
Comenta a Metrópoli que este dinero sirve para pagar los pocos gastos que genera: el alquiler de una habitación (450 euros), la gasolina para la moto y la comida para él y sus hijos, de los que no se ha separado desde que aterrizó en el país. "Da para sobrevivir, pero el día que pase cualquier cosa no habrá dinero para afrontar el gasto". La madre de los pequeños, por otro lado, prueba suerte en Badalona mientras vive con unos familiares. Consiguió su empleo gracias a un hombre, también migrante pero con su situación regularizada, que alquila su cuenta a cambio de un porcentaje de lo que genera. "Entre lo que él se queda y el porcentaje que se va para la empresa, yo me quedo con un 70% de los ingresos".
CUENTAS ALQUILADAS
El negocio de las cuentas alquiladas en aplicaciones de delivery, o reparto de comida a domicilio, está a la orden del día. En su caso concreto, se trata de una cuenta compartida entre dos y el dueño también trabaja, pero no son raros los casos en los que el propietario alquila una cuenta a cinco o seis personas, se queda un porcentaje de cada una y vive sin pedalear un metro. Hay casos, incluso, que "los propietarios alquilan una cuenta y los alquilados la subalquilan a terceras personas", una economía sumergida dentro de la ya sumergida economía del sector.
Para evitar esta práctica, UberEats o Glovo han establecido sendos sistemas de verificación mediante mecanismos de reconocimiento facial. Unos mecanismos de seguridad, por otra parte, que son fáciles de esquivar siempre que haya cierta coordinación entre el propietario y el alquilado. En su caso, cada día se reúne con el dueño a cierta hora para pasar este reconocimiento, activar la cuenta en su teléfono y comenzar a trabajar en una suerte de 'cambio de turno'.
JORNADAS INTERMINABLES
Su actual le empleo le permite salir adelante a cambio de invertir todo el día a circular por la capital catalana a lomos de una moto. "Cada mañana me levanto, intento dejarles preparado el desayuno y la comida a mis hijos y salgo de casa sobre el mediodía. Trabajo hasta las 3:00 o 4:00 de la mañana y a lo largo del día, cuando me toca hacer repartos cerca de casa, voy pasando para ver cómo están".
Desde su llegada al país, ha intentado regularizar su situación. Al principio pasó por el Centre d'Urgències i Emergències Socials de Barcelona (CUESB) del barrio del Poblenou, un albergue en Badalona y varios pisos que compartió siempre con un gran número de otras personas migrantes. Durante unos días y, aclara, "por extrema necesidad", llegó a okupar un piso vacío propiedad de una entidad bancaria.
ASILO
En todo este periplo, ha solicitado ayuda al Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados (SAIER) una ayuda para la que le han dado cita para noviembre. Mientras tanto, intenta como puede avanzar en la regularización de su situación y la de sus hijos. El objetivo, comenta, es solicitar asilo como refugiado en España, algo que le permitiría tanto a él como a sus pequeños instalarse de forma cómoda y definitiva en el país sin exponerse a un proceso de devolución.
Por el momento, desempeña su trabajo gracias a que todavía puede conducir un vehículo gracias a su permiso de conducir de Colombia. Sin embargo, Su validez en España solo dura unos meses y tendrá que renovar su permiso aquí, algo que no ve posible sin tener su situación en regla. "Afortunadamente, en el día a día me he encontrado con buen rollo con los Mossos d'Esquadra o Guardia Urbana, que no te dicen nada si no cometes infracciones y circulas tranquilamente, pero si algún día me multan voy a tener un gran problema", relata.
FRUSTRACIÓN
Las largas jornadas, el no poder estar con sus hijos todo el tiempo que quiere, las dificultades burocráticas para regularizar su situación y su difícil perspectiva de futuro han generado en él mucha frustración y ansiedad. "Desde que llegué a España he recuperado mi fe y, aunque antes no iba, intento acercarme siempre que puedo a una iglesia. Eso me ha dado una paz espiritual que me ayuda a seguir adelante".
Sin embargo, sí pide al Gobierno y a las administraciones un cambio en materia de legislación. "La mayoría de los que llegamos a España venimos con ganas de ganarnos la vida de forma honrada, de contribuir, de trabajar y de pagar impuestos (...) pero mientras estemos en situaciones como la mía o como la de muchos conocidos míos, vivimos de forma paralela. El país pierde muchos trabajos e impuestos y nosotros la oportunidad de vivir una vida normal", reflexiona.
Y es que la de Miguel, aunque particular por sus circunstancias personales, no es una situación excepcional. Un vistazo a los grupos especializados para riders de WhatsApp, Telegram o incluso Facebook revela que son miles los trabajadores de varias plataformas de delivery que día a día subsisten trabajando en cuentas alquiladas, en una situación de irregularidad, pilotando o pedaleando hasta la extenuación para salir adelante.