Así, entre nosotros, lo del Hermitage nunca lo he visto claro. Más bien, turbio. Tengo una conocida que un día me confesó que ella tampoco lo veía bien. Le pregunté por qué. "Tú no hablas ruso, pero yo sí", me respondió. Es verdad, habla ruso, y esa razón me pareció suficiente. Además, otro museo internacional, el MOCO, ha instalado una sucursal en la ciudad sin hacer tanto ruido ni llamar la atención. Es verdad que el nombre del museo da para muchos chistes y que la colección está bien, pero no es de primera fila; tampoco iba a serlo la del Hermitage, ni de lejos, aunque se vende como qué sé yo.
Por lo tanto, que el Ayuntamiento de Barcelona no vea claro lo del Hermitage puedo entenderlo. Ahora bien, lo que hace después ya no. Porque mientras dice que no al Hermitage, sigue diciendo que no a los grandes museos que tiene Barcelona. El MNAC, por ejemplo, vive de propinas, no de un presupuesto como Dios manda, y aquí el Ayuntamiento tiene voz y voto. Es uno de los grandes museos españoles y puede compararse con muchos otros grandes museos europeos. En vez de tanto Hermitage, no estaría mal dedicar tiempo y esfuerzos al MNAC, pero la ciudad le da las espaldas, los mecenas, esos animales legendarios, no aparecen por parte alguna y el Ayuntamiento no le hace ni caso. Así lo creo, eso parece y por eso lo digo.
¿Hace cuánto tiempo que no se organiza en Barcelona una exposición de renombre y repercusión internacional? De lo que quieran. Ustedes dirán. ¿Cómo promocionamos los museos? ¿El teatro? ¿Qué ideas proponen las autoridades municipales para defender el sector del libro? ¿La música? Y el patrimonio… ¿Cómo cuidamos del patrimonio barcelonés?
Ni bien ni mal: no lo cuidamos. En los últimos meses, la piqueta se ha cargado ejemplos singulares de edificios modernistas, de arquitectura popular, de comercios con personalidad, incluso de restos arqueológicos, que merecían conservarse y cuidarse. En vez de eso, el Ayuntamiento ha mirado hacia el otro lado.
La cultura nos la pasamos por el forro y el patrimonio no sabemos qué es ni nos importa. A lo más que llegamos es a un grupo folclórico alternativo tocando los bongos en una fiesta mayor de barrio, y no hace falta que siga, ¿verdad?
Si digo cultura digo también turismo. Nos guste o no, Barcelona se ha convertido en un destino turístico que inunda nuestras calles de chanclas y turistas cuya única ambición es ponerse ciegos de sangría y adquirir una piel rojo gamba. El que vende la sangría de bote a precio de Dom Perignon en las Ramblas es más feliz que una perdiz, pero este tipo de turismo provoca muchos problemas, ¿verdad? ¿Y qué hacemos, si no nos gusta? Ahí está la clave y no se percibe vida inteligente en la gestión de este asunto.
Otro problema, y grave, el de la contaminación. Para acabar con ella, el Ayuntamiento pone palos a las ruedas del automóvil. Que el automóvil es un problema es algo que tarde o temprano tendremos que asumir. Pero ¿qué se nos ofrece a cambio? Al tiempo que han estrechado calles, pintado calzadas de colorines y demás, ¿cómo ha mejorado el transporte público? Esas actuaciones ¿han mejorado la situación? ¿Qué alternativas factibles, cómodas y prácticas se proponen? ¿Qué planes de movilidad urbana e interurbana se ofrecen para el área metropolitana y sus alrededores?
Por regla general, Colau y su muchachada improvisan, no ofrecen alternativas a su veredicto, no admiten críticas a su gestión y niegan que exista una oposición vecinal a, qué sé yo, el asunto de la recogida puerta a puerta de los residuos urbanos, por ejemplo. En la misma línea se mueven cuestiones como la vivienda social, la ampliación del aeropuerto, el Barça, el orden público, las zonas verdes, la promoción del comercio, los saltos de esquí en el Tibidabo, imprescindibles para conseguir las Olimpiadas de Invierno, y un largo etcétera.
Es verdad, o verdad a medias, que muchos problemas van más allá de las competencias del Ayuntamiento de Barcelona. Pero también es cierto que este podría defender los intereses de los millones de personas que viven en la región metropolitana. Tiene una voz muy potente, aunque últimamente le dé por susurrar tonterías.