En el Prat de Llobregat hay una fundación cuya labor no sería posible sin la ayuda de los jóvenes voluntarios que acuden hasta allí cada semana. Se trata del CRAM, una entidad privada sin ánimo de lucro dedicada a la protección del medio marino y de las especies que lo habitan.
Su función es vital. Cada año rescatan, aproximadamente, medio centenar de tortugas que quedan atrapadas y malheridas en las redes de los pescadores. Muchas de ellas llegan con las aletas rotas, con el caparazón dañado o con arpones clavados en la boca. La pesca es la principal amenaza de las tortugas y el primer motivo de ingreso de esta especie marina. Por eso, cuando alguna se queda enganchada accidentalmente en la red, los pescadores avisan al CRAM, que rápidamente se desplaza hasta el puerto en cuestión para recoger al animal e iniciar su proceso de recuperación.
Reintroducción al mar
Actualmente, hay 10 tortugas en la fundación. “Pronto les daremos el alta médica para que puedan regresar al mar”, señala Montse Pal, responsable de comunicación, a Metrópoli. Algunas necesitan un año para poder ser reintroducidas de nuevo en su medio natural. Un proceso difícil, pero que es posible gracias a un equipo que “lo da todo”, tal como destaca Montse a este medio. “Es un momento muy emotivo porque recordamos todas las horas de trabajo que hemos dedicado para que el animal se recupere y vuelva a su hogar”.
Por eso, es importante evitar coger cariño a las tortugas, por imposible que parezca. “Aunque se trate de fauna salvaje, siempre se crea un vínculo especial”, apunta Montse con una sonrisa. Y más aún, si el animal ingresa en más de una ocasión. Es el caso de Samba, el ejemplar más grande que a día de hoy tiene el CRAM. Pesa más de 50 kilos y desde su llegada en 2016, ha sido hospitalizada hasta cuatro veces, todas por interacción pesquera. Lo saben porque a todas les colocan un chip en el cuello para identificarlas rápidamente en el caso de que reingresen en alguno de los centros que hay en España.
Ahora Samba se encuentra en un proceso de rehabilitación para ganar musculatura y así, volver al mar después de verano. Como se trata de la tortuga más pesada, trabajar con ella es todo un reto. “Tiene mucha fuerza en las aletas”, explica la responsable de comunicación de la fundación.
La labor de los voluntarios
Los voluntarios son el pilar fundamental del CRAM. Sin ellos, todos los resultados obtenidos no serían posibles. “Son muy necesarios”, apuntan desde la fundación. Lavar los tanques, retirar algas, administrar antibióticos o realizar curas son algunas de las principales funciones que los voluntarios –mayoritariamente biólogos o veterinarios– llevan a cabo en su día a día. “Es bonito ver a una sociedad tan comprometida que en su tiempo libre decide venir aquí a ayudar de forma completamente altruista”, destaca emocionada Montse.
Paulo Grandio se vino desde Galicia para trabajar como voluntario en el CRAM. Viajó hasta el Prat de Llobregat animado por su pareja, que trabaja como veterinaria en la fundación, donde ahora, él, desarrolla su formación. “Sabemos que, salvo las que son de larga estancia, este es un lugar de paso para las tortugas. Por eso siempre convivimos con dos emociones contrarias: la pena por no volver a verlas y la satisfacción por conseguir su reintroducción en el mar”, señala Paulo. Samba, Martina, Tica, Crush o Tomás pronto volverán a casa, donde les espera una segunda vida gracias a la labor de personas como Paulo.
Referentes en la recuperación marina
La Fundación CRAM es una entidad privada que se dedica a la recuperación de animales marinos a través de acciones locales. Sus líneas de actuación son tres: la clínica y rescate de fauna, la investigación y conservación de especies y ecosistemas, y la sensibilización a favor de la conservación de los mares y océanos. Gracias a sus acciones a nivel nacional e internacional a través de la cooperación con otras entidades, es todo un referente.
Está ubicado en el antiguo Golf del Prat de Llobregat y dispone de primeras instalaciones a nivel europeo diseñadas especialmente para el tratamiento de cetáceos, tortugas y aves marinas. El recinto, de 18.000 metros cuadrados, incluye una clínica de recuperación, un edificio de administración, personal y educación; un espacio de estudios postmortem, y varias piscinas y tanques destinados al tratamiento de los ejemplares llegados al centro y a su reintroducción en el mar en el menor tiempo posible.