El Quiosc de la Rambla ha bajado la persiana. En Gavà no queda ni un quiosco abierto. Donde antes se formaban colas los domingos para comprar el periódico, ahora se pasa de largo. En el centro de la rambla Maria Casas solo resta un cubo metálico, con un toldo rojo con el escrito El Quiosc de la Rambla, que las futuras generaciones no verán abrir.
Los que tuvimos la suerte de compartir cotidianidad con el quiosco, recordamos las cuerdas que cruzaban de un lado a otro de sus paredes con revistas de cocina colgadas con pinzas; los palets de plástico que sobresalían de los límites del establecimiento, donde se apoyaban montañas de periódicos; y la plataforma desde la que te atendía Conchi, escondida tras un muro de revistas, detrás del cual guardaba todas las golosinas.
“Me da mucha pena”, sentencia Conchita Márquez, la quiosquera que vendió periódicos a los vecinos de la rambla de Gavà durante casi medio siglo, cuando se le pregunta sobre el último día de trabajo. Ya hará dos años del cierre, del adiós al último quiosco de la ciudad. Gavà, un municipio de 47.500 habitantes, suma dos años sin vender periódicos en la calle.
“Fue un domingo, después de toda una vida. Primero mis padres, luego mi hermano y yo. Hemos estado 43 años ahí”, narra Conchi. En 1978, la madre de Conchi compró el establecimiento y lo empezó a pagar a plazos porque en aquel momento era el único modo en que podían permitirse abrir el negocio. “Mi madre era muy valiente, ha tirado siempre para adelante con todo”, recuerda. En un principio, la familia Márquez quería ubicar el quiosco en la plaza de Catalunya porque les parecía más céntrica, pero un viejo amigo les aconsejó que lo hicieran al lado de la parada del autobús. De ahí iban y venían trabajadores de todo el Baix Llobregat y, a primera hora del día, los periódicos se vendían como pan caliente. Así lo relata Conchita: “Los domingos llegábamos a vender 300 vanguardias, 200 periódicos, deportivos más o menos lo mismo, entre unos y otros”.
Punto de encuentro
A los pocos meses, el quiosco se convirtió en mucho más que una tienda de periódicos: “Era el punto de encuentro. La gente se sentaba en el banco de delante, hablaban con mi hermano, hablaban conmigo. Era emblemático. Eran muchos años y la gente ya era como una familia, como yo digo”, cuenta con una sonrisa melancólica.
Esa “familia” la acompañó a lo largo de los años, y lo sigue haciendo ahora, a pesar de haber bajado la persiana. “Voy por la Rambla con mi nieto y me dice ‘Yaya, te conoce todo el mundo’”, a lo que la quiosquera contesta: “Claro, cariño, la yaya ha estado muchos años de cara al público y la gente la aprecia, la quiere”. Hablar con la gente siempre fue su tarea favorita en el trabajo.
Y cómo no iba a ser así, si Conchi dedicó las mañanas de 43 años de su vida a vender periódicos. Para ella la vida pasaba por la tarde: “Todos, mi hija, mis sobrinos, todos han hecho la primera comunión por la tarde, porque por la mañana no podíamos. Incluso mi hermano, el día que se casó, me acuerdo que por la mañana aún estaba en el quiosco”. Hay más: “El día que se casó mi hija, yo estuve en el quiosco por la mañana, una horita o una horita y media, y le dije a mi hermano ‘no tardes hoy, que me voy, te dejo el kiosco solo’. Ella también se casó por la tarde. Y todos lo hemos hecho así, porque por las mañanas la prensa tenía prioridad”.
No todo el mundo está dispuesto a hacer ese sacrificio. No hay un relevo de Conchi y Juan, su hermano y compañero quiosquero, “la juventud no está dispuesta a trabajar como nosotros trabajábamos, y lo entiendo, es un oficio de lunes a domingo cobrando un sueldo de mil euros”, argumenta la entrevistada.
Declive de ventas
El declive en las ventas tampoco lo pone nada fácil. Hace dos años no vendía ni un cuarto de las 300 vanguardias que vendía un domingo de los 80, al cerrar siempre sobraban periódicos. Para la quiosquera, “los años después de la pandemia fueron los más duros, la gente se acostumbró al digital y las ventas bajaron muchísimo”. No se gana suficiente como para mantener el negocio en pie. “Nosotros pagábamos cada mes 850 euros al ayuntamiento, más la contribución, más otro impuesto que venía de la Generalitat. Total, que si contabas eran mil euros al mes de pago. Luego tenías que pagar el autónomo de mi hermano, la seguridad social mía, es que no se llegaba”.
Conchi y Juan aguantaron hasta el final, fueron los primeros en llegar y los últimos en despedirse. “Yo lo echo de menos, la verdad”, reconoce la quiosquera. Y no es la única. Durante los 20 minutos que duró esta entrevista, al menos una docena de vecinos se acercaron a charlar con ella. No fueron interrupciones, más bien testimonios del legado de Conchi y su quiosco en Gavà.