Imagen de uno de los veranos de Mohammed con Itziar
Itziar, vecina de Rubí: “Acoger a un niño saharaui exige conciencia y compromiso”
Bajo el programa de Vacaciones en Paz, la joven del Vallés Occidental lleva cuatro años compartiendo los veranos con Mohammed, que viene desde los campamentos de refugiados donde vive
Itziar tenía apenas unos años cuando, en el pueblo donde veraneaba, coincidió con niños saharauis. Jugaban juntos, sin que ella entendiera demasiado bien por qué cada verano aparecían y después desaparecían. “Pensaba que simplemente pasaban allí las vacaciones y luego volvían a sus casas”, recuerda.
Itziar y su hermana con Mohammed durante el verano
El tiempo pasó y, ya de adulta, descubrió que detrás de aquellas estancias estivales había un programa con un fuerte trasfondo político y humanitario: Vacaciones en Paz, que desde finales de los setenta permite a miles de niños y niñas saharauis pasar los veranos en España.
Pequeños embajadores
Entonces comprendió la magnitud de aquello que de niña veía como un juego: eran pequeños embajadores de un pueblo mediática y políticamente silenciado, refugiados en el desierto de Argelia tras el abandono colonial español y la ocupación marroquí.
Mohammed durante uno de sus veranos en Rubí
“Cuando me informé bien de la situación, pensé: ojalá pueda acoger yo también algún día”, cuenta. La oportunidad llegó en 2022, tras la pandemia. Con 29 años, entonces, se lanzó a la experiencia.
El primer verano
Mohammed llegó por primera vez a España ese julio del 22. Tenía ocho años y nunca había salido de los campamentos de refugiados. Recuerda Itziar que el primer día fue durísimo: “Lloró dos horas seguidas. No entendía nada. Nosotras tampoco sabíamos cómo explicarle”.
A los pocos días descubrieron algo que explicaba parte de esa dificultad inicial: el pequeño era sordo. La familia pidió que en España le realizaran revisiones y le colocaran audífonos.
Imagen de Mohammed junto a amigos saharauis durante su estancia uno de los veranos en Rubí
La adaptación fue lenta, pero pronto encontraron maneras de comunicarse: tocarle suavemente para llamar su atención, gesticular más, tener paciencia.
“Él nos decía después que al principio estaba muerto de miedo, que no entendía dónde estaba la arena, ni las casas bajas donde siempre vivía, y que todo le resultaba extraño. Ahora, en cambio, nos dice que es muy feliz aquí, que le gusta mucho nuestra familia”, explica Itziar.
Una red de apoyo
En Rubí, donde reside, varias familias acogen cada verano a niños saharauis. La coordinación se hace a través de la Asociación Rubí Solidari, que forma parte de la red de colectivos que mantiene vivo el programa.
Bienvenida de los niños y niñas de Vacaciones en Paz en Rubí en 2025
El ayuntamiento colabora cubriendo parte de los gastos más importantes, como los vuelos y el casal de verano, aunque la manutención, la ropa y las actividades corren a cargo de las familias.
Itziar sabe que acoger no debe ser un 'capricho': hay que tener disponibilidad de tiempo y una mínima estabilidad económica. "No hace falta ser de clase alta, pero sí ser responsable. Al final, un niño come, necesita ropa, atención y energía", explica. Y añade que el compromiso no se puede tomar a la ligera: "Exige presencia, paciencia y cariño".
En Rubí son seis familias las que actualmente participan. Antes eran cinco, y una más se incorporó recientemente gracias al contacto con el piso de Sant Cugat, donde residen temporalmente niños saharauis que requieren tratamientos médicos largos.
La vida en los campamentos
El vínculo de Itziar con el niño y su familia fue más allá del verano. A finales de 2022 viajó por primera vez a los campamentos de refugiados saharauis, en el suroeste de Argelia, donde sobreviven cerca de 200.000 saharauis desde hace casi medio siglo.
Allí, donde los recursos son muy limitados, la infraestructura de vivienda es muy básica y las temperaturas que alcanzan los 50 grados, vio con sus propios ojos la realidad de la que tanto había leído y el día a día de Mohammed en un lugar que se siente como una sala de espera interminable.
“Fue muy especial porque yo le había acogido aquí en verano, y después fue su familia quien me acogió a mí allí. Conocí a sus hermanos, a sus padres, y entendí de verdad de dónde viene”, relata. En Semana Santa de 2024 volvió a repetir la visita, esta vez acompañada de su hermana.
Las descripciones que hace son de una dureza calmada: ausencia de recursos, precariedad sanitaria, alimentación basada en ayuda humanitaria que llega en ocasiones caducada.
Más allá del verano
El vínculo con el niño no termina cuando llega septiembre. Durante el curso se comunican por audios y vídeos.
Además, cuando regresa a los campamentos, la familia puede facturar una bolsa de 23 kilos que Itziar aprovecha para llenarla de ropa, comida, artículos básicos y medicamentos.
A lo largo del año también colabora con el piso de Sant Cugat donde se atiende a niños con enfermedades graves. Allí organiza actividades, los acompaña al médico y contribuye a que su estancia sea lo más llevadera posible.
“Son niños que no pueden tratarse en los campamentos porque necesitan operaciones y seguimiento médico. Aquí se escolarizan, a veces, durante uno o dos cursos enteros, hasta que reciben el alta”.
Romper prejuicios y estereotipos
Para Itziar, la experiencia ha sido transformadora. “Apenas se estudia la historia del Sáhara Occidental en los institutos. Yo tenía una visión muy distorsionada. Acoger me permitió abrir los ojos a una realidad que desconocía de mi propio país, de su responsabilidad histórica con el Sáhara”.
La familia de Itziar junto con Mohammed en Rubí
La convivencia también ha roto prejuicios y estereotipos. “Entrar en su casa, ser recibida como parte de la familia, conocer su cultura y su lengua me ha enriquecido enormemente. Y creo que eso es lo más bonito: no solo que ellos entren en tu vida, sino que tú también entres en la suya”.
El valor del programa
Más allá del intercambio cultural y emocional, el objetivo sanitario sigue siendo central. Cada verano los niños se someten a revisiones médicas, vacunaciones, análisis de sangre y controles que en los campamentos se hacen con poca frecuencia y muchas veces en condiciones precarias. “Hay especialistas que solo aparecen una vez al año allí, y no son pediátricos. Aquí, en cambio, pueden recibir diagnósticos y tratamientos que pueden marcar su desarrollo físico”.
También la alimentación marca la diferencia: “En los campamentos la cesta básica de ayuda internacional se reduce cada vez más. Aquí pueden tener una dieta equilibrada, con más proteínas y vitaminas. Eso les da vitalidad”.
"Para mí es una despedida más bonita que triste"
El final del verano siempre llega con un nudo en la garganta. “Es agridulce, porque claro que los echas de menos, pero al mismo tiempo sabes que vuelven con los suyos, con ganas de contar lo vivido. Para mí es más una despedida más bonita que triste”.
Mohammed en uno de sus veranos en Rubí
Itziar no se plantea dejar de acoger. “Siempre que pueda, quiero seguir haciéndolo. Tendría que cambiar mucho mi situación personal o económica para dejarlo. Ahora mismo no me imagino un verano sin él”.
"No es un 'pobrecitos', vamos a ayudarles"
Consciente del peso que arrastra la causa saharaui, Itziar insiste en que no se trata de un gesto paternalista. “No es un ‘pobrecitos, vamos a ayudarles’. Hay que informarse, conocer la responsabilidad histórica de España, entender por qué siguen viniendo después de casi cincuenta años de exilio. Solo así se puede acoger de una manera responsable, consciente y transformadora”.
Cada verano, miles de niños, este año han sido más de 3.000 en todos el país, cruzan el Mediterráneo para vivir unas semanas lejos del calor del desierto.
“Son pequeños embajadores de la causa saharaui”, resume la joven.