Cuando hace año y medio la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, integraba en su equipo de gobierno al PSC, dio un mensaje muy particular a sus nuevos socios: “No deis mucho la lata con la Agencia Europea del Medicamento. No habléis muy alto de ella, porque la EMA es un tema que no es del agrado de las bases de Barcelona en Comú”. No era una orden en el sentido estricto de la palabra, pero sí era un claro posicionamiento ideológico de la gestión que la líder de los comunes quería imprimir al consistorio.
De hecho, Barcelona en Comú (BeC) aterrizó en el consistorio barcelonés paralizando toda actividad y toda gestión y con una consigna: cualquier cosa que hubiese empezado el anterior equipo de gobierno era sospechosa y debía paralizarse hasta que el nuevo equipo la estudiase bien. Uno de los principales campos en los que los comunes mostraron mayores reticencias fue en el de la promoción económica y empresarial. Y, especialmente, en la celebración de eventos internacionales por muy importantes que fuesen.
A poco de llegar, debía actuar como anfitriona de una reunión de alto nivel con los dirigentes del Mobile World Congress (MWC), el salón más importante del mundo a nivel tecnológico. En las filas de los comunes se había pensado en prescindir de salones similares porque son un escaparate del gran capital y del consumismo. Por tanto, son negativos. Y a esa primera reunión, Ada Colau se presentó con actitud de activista y chanclas con plataforma de corcho. Allí recibió su bautismo de fuego: las críticas fueron feroces desde todos los ámbitos políticos, sociales, culturales y económicos y, a partir de entonces, comenzó a cambiar inteligentemente su discurso gestual y su presencia física. Aprendió que los intereses de una ciudad no están sujetos a las veleidades personales de un político, sino que son un conjunto de intereses entrelazados que afectan a todos los estamentos sociales, políticos o económicos.
En lo que respecta a la Agencia Europea del Medicamento (EMA, según sus siglas en inglés), la cosa no fue tan pública como la irrupción en el Mobile. El Consejo de Europa ha de decidir el próximo lunes la nueva sede de esta institución, que huye de Londres gracias al Brexit. Y Barcelona es una de las candidatas, aunque un total de 19 urbes se disputan su futura sede. Ello da una idea de la importancia que tiene este organismo comunitario, que es una perita en dulce codiciada por muchas grandes ciudades.
En la capital catalana, la central de la EMA se ubicaría en la Torre Glòries (o Torre Agbar), que reúne los requisitos técnicos necesarios para una empresa de esta magnitud. Se da la circunstancia de que los promotores del emblemático edificio decidieron renunciar a convertirlo en un hotel de lujo por las trabas municipales, pero se encontraron luego con un reiterado autismo consistorial respecto a su nuevo cometido, dadas las reticencias que desde el consistorio hay sobre la presencia en Barcelona de la agencia. Porque no puede decirse que los dirigentes políticos municipales hayan hecho mucho para acoger a una agencia internacional de primera magnitud que, además, mueve miles de millones de euros.
INEXPLICABLE AUSENCIA EN BRUSELAS
El pasado 18 de octubre, el Gobierno español acudió a Bruselas a presentar la candidatura de Barcelona. Sin embargo, la importancia de la EMA no parece importar a Colau: la inexplicable ausencia de la alcaldesa ante un hecho de tanta trascendencia deja claras cuáles son las prioridades de la primera autoridad municipal. Allí estaban la ministra de Sanidad, Dolors Montserrat; el consejero de Salud, Toni Comín; el embajador de España ante la UE, Pablo García Bedoy; el director de Barcelona Global, Gonzalo Rodès; o la directora de la Agencia Española del Medicamento, Belén Crespo. La representación barcelonesa sólo contaba con el segundo teniente de alcalde, el socialista Jaume Collboni. Ni rastro de la alcaldesa o de la cúpula de BeC que manda en el Ayuntamiento.
El desinterés del consistorio no es único: la historia desconocida es que ni siquiera el Gobierno catalán quería trabajar para atraerse a la EMA. El martes 17 de octubre, la Generalitat no había confirmado su presencia para luchar por la candidatura de Barcelona. Y en la agenda de Comín no figuraba ningún viaje a Bruselas para el día siguiente. Según ha podido conocer Metrópoli Abierta, Collboni llamó a última hora de la mañana de ese martes al propio presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, para interesarse por el desinterés del Govern.
Puigdemont escuchó las razones del teniente de alcalde. “Ya sé que la línea de batalla del procés no está en la EMA, pero es una institución muy importante y sería conveniente que todas las Administraciones arrimasen el hombro”, le vino a decir Collboni. Al otro lado de la plaza de Sant Jaume, Puigdemont entendió el mensaje. Y a las cuatro de la tarde de ese mismo día, Comín confirmaba un viaje institucional a Bruselas para el día siguiente con el objetivo de apoyar la candidatura de la capital catalana como sede de la Agencia.
Este viernes, sin embargo, Ada Colau participará en una mesa redonda en apoyo de la EMA, en la que también están sus dos antecesores, el socialista Jordi Hereu y el convergente Xavier Trias. ¿Han quedado atrás los recelos sobre eventos de estas características? No es exactamente así. Ada Colau no tenía excusa para evitar un acto de tanta trascendencia económica y científica para la ciudad y en el que estaban además, dos de sus antecesores. Es una cuestión de imagen, aunque de rebote provoque que la alcaldesa dé la cara en defensa de una candidatura que no gusta nada a su círculo político más cercano. Colau ya tiene otra lección que aprender: la ideología no ha de lastrar el progreso.