Torre Baró y 'El 47', el barrio de moda de Barcelona que todavía se siente de segunda
La zona ha saltado a la palestra pública desde el estreno de 'El 47', pero los vecinos continúan con los mismos problemas de hace años y piden que se ponga un foco útil sobre ellos
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Los ojos curiosos que se asoman por las ventanas se posan sobre cualquier persona extraña y ajena que entre en Torre Baró. Los más atrevidos incluso preguntan: "¿Por qué estáis echando fotos?". No es habitual ver a gente de fuera del barrio por las empinadas calles, pero ahora los residentes en este extrarradio están saturados de visitas. Y el motivo no es otro que el estreno de la película de El 47. El film dirigido por Marcel Barrena ya se ha posicionado como el segundo mejor estreno en catalán de la última década y narra la historia, como ya todos los lectores y cinéfilos conocerán, de la lucha vecinal para que el autobús llegara hasta el barrio.
El trasfondo y el elemento reivindicativo de la acción que lleva a cabo Manolo Vital por el bien de los suyos ha conquistado a miles de corazones y ha puesto el foco en un Torre Baró que durante años se ha sentido abandonado. Y se sigue sintiendo.
Orgullo de barrio
La división del barrio solo la conocen y entienden los que allí viven. Hay partes que están "por arriba", otras que están "por abajo" y "lo más nuevo" que es donde se ubica la parada de metro y el casal. Una línea de metro, por cierto, que tan solo cuenta con cinco paradas desde Trinitat Nova hasta Can Cuiàs.
Gregoria García es la vecina a la que le "ha tocado", como ella misma explica a Metrópoli, poner la cara ante los medios. La mujer, que lleva en el barrio 56 años, recuerda al protagonista de la película, Vital, como un "buen vecino con un carácter muy fuerte": "Pero claro, si no lo hubiese tenido, no habría secuestrado el autobús". Ella misma participó en el rodaje junto con otras decenas de vecinos, "disfrazada, porque te disfrazan". Como todos, Gregoria está profundamente orgullosa de que se visibilice Torre Baró porque todo lo han conseguido "luchando": "Cortando calles, manifestándonos... y así seguimos". Pero también está un poco cansada: "Seguimos teniendo los mismos problemas".
Transporte público
Lejos de lo que pueda parecer, el 47 no circula por el barrio. Lo hacen los autobuses 181 y 182. También el bus a demanda de la zona que hay que reservar con antelación "porque si no, no aparece": "Como tengas una urgencia, aunque sea ir a comprar pan, no puedes contar con él". Y a problemas, soluciones. Los vecinos han hecho más piña, "de toda la vida", por las carencias que los han unido. "Te juntas con alguien a cenar si te falta algo y, para cualquier cosa, acudes a los tuyos", detalla Gregoria. Un espíritu del que no todas las poblaciones de Barcelona y sus alrededores pueden alardear.
Sin estar concertado, mientras la mujer expone los problemas que aún asolan Torre Baró, una anciana aparece descendiendo una de las cuestas que se adentran en la montaña: "¿Tú te puedes creer que tengo que bajar todo esto con las rodillas como las tengo?". De camino a una cita médica, los andares de la mujer mayor se vuelven más torpes con cada paso que da. "Hija, esto es imposible. He pedido el autobús y mira dónde está, ahí quieto". Listo en su parada, de hecho, pero sin haber cubierto la necesidad de esta vecina, que se marcha renegando.
Como en los 70
A pesar de algunas mejoras urbanísticas, Torre Baró tiene partes que siguen igual que en los años 80. Las interminables escaleras entre casa y casa se alargan hasta donde se pierde la vista y los números de las viviendas aparecen pintados o grafiteados en las paredes, en un pobre intento de señalizarse. Muebles viejos, juguetes rotos y otros deshechos se acumulan en especies de huertos o trasteros al aire libre. Y los animales merodean a sus anchas: desde gatos hasta algún jabalí o incluso serpientes.
Lo que sí ha evolucionado, a colación del transporte público, es la gran cantidad de coches, furgonetas o motos aparcadas de cualquier manera en las puertas de las casas o incluso en los arcenes de la carretera: "Al final, nos tenemos que buscar la vida para entrar y salir de aquí. Sobre todo la juventud porque a altas horas de la noche ya no pasa el autobús", advierte Gregoria.
Lucha hasta para un contenedor
Lo cierto es que los vecinos están algo hartos de la presencia de periodistas por sus calles. Sin ir más lejos, la asociación hace malabares para atenderlos a todos porque quieren aprovechar el "boom" de la película, pero las carencias de las que habla Gregoria no son nuevas. "Hemos salido ya en muchos periódicos, pero nadie se acuerda".
Hasta para que pusieran un contenedor, recuerda la vecina, en la avenida de Vallbona tuvieron que protestar y salir a la calle. "Todo lo que hemos conseguido, ha sido así".
Robo de cable
Y a ello se suma el robo de cableado que acecha el barrio. "Los roban los de siempre", dice con la boca pequeña Gregoria, con la imagen en su cabeza de los responsables de los hurtos, "pero nadie hace nada". Un suministro eléctrico que tampoco garantiza el servicio, sobre todo en días de tormenta o lluvias en los que deja de funcionar. Y es que la policía apenas patrulla la zona.
Un recorrido, el de Torre Baró, que podría durar horas por sus sinuosas curvas. Giros que los del barrio conocen perfectamente, tanto a pie como en vehículo, y un silencio que flota en el ambiente, lejos del estresante centro de la ciudad. Un barrio en plena naturaleza que ha formado el carácter de sus habitantes, de los que ahora se habla sin cesar.