“Siempre digo que no fui yo quien buscó al boxeo, sino que fue el boxeo quien me encontró a mí”. Así empieza la historia de Esther “Flechita” Páez, pionera, madre, entrenadora y superviviente del ring y de la vida.
Nacida y criada en Nou Barris, la leyenda del boxeo se define como “barcelonesa y ciudadana del mundo”, hija de andaluces y extremeños que llegaron a una "montaña desnuda" a levantar el barrio “a golpe de esfuerzo y solidaridad”.
“Crecí viendo el castillo de Torre Baró y la Masía de Can Basté. Nou Barris me enseñó a pelear, pero también a no rendirme nunca”, cuenta con orgullo en una íntima entrevista con Metrópoli.
Esther 'Flechita' Páez durante su entrevista con Metrópoli
Una pequeña espectadora de combates
Esa filosofía la acompañó desde que su padre la llevó por primera vez, con solo cuatro años, a una sala mítica de combates, El Gran Prince. Allí, a pesar de las miradas extrañadas, empezó a enamorarse del boxeo.
Algo que siempre le agradecerá a su progenitor, que en paz descanse.
Esther 'Flechita' Páez y su equipo del Club de Boxa Barcelona durante su entrevista con Metrópoli
Un inicio más que difícil
En los años 80, mientras Barcelona "hervía de nuevas tendencias", Esther exploraba gimnasios de taekwondo y karate hasta descubrir el boxeo americano, la disciplina que la atrapó: “Era perfecta: puños de boxeo, piernas de karate. Me sentí completa”, recuerda la peleadora.
Pero su llegada al boxeo no fue fácil. “No había mujeres. Éramos raras. Tenías que aguantar chistes, comentarios. Y lo peor: las instituciones federativas no querían darnos licencia”, sentencia "Flechita".
Esther 'Flechita' Páez durante su entrevista con Metrópoli
El salto a profesional en Melilla
De hecho, Páez pasó una década pidiendo permiso para subirse legalmente al ring. Lo logró en 1998, en un combate histórico celebrado en Melilla ante una boxeadora rusa y miles de legionarios del ejército español. “Decían que me iba a noquear, pero le saqué el poderío catalán y el zapateado español”, recuerda entre risas.
Ese combate marcó un antes y un después: por primera vez una española obtenía licencia profesional de boxeo, abriendo la puerta a todas las que vendrían después. “Lloré, reí, tuve miedo. Pero sobre todo me sentí libre”, confiesa.
Esther 'Flechita' Páez durante su entrevista con Metrópoli
Una pionera sin reconocimiento
Su carrera la llevó hasta Sudáfrica, donde contra pronóstico se coronó campeona mundial de kickboxing en un entorno tan "salvaje" como simbólico: “Había hipopótamos, monos titi, animales por todas partes. Fue durísimo, sangriento, pero lo gané a base de corazón”.
Sin embargo, dos años después su vida cambió por un accidente de tráfico que le rompió un ligamento y la dejó seis meses fuera de los cuadriláteros. “Cuando volví, la Federación me cerró la puerta. Me quitaron la licencia y nunca me la devolvieron.”
Esther 'Flechita' Páez durante su entrevista con Metrópoli
Desde entonces, lleva 25 años reclamando que se repare lo que considera una injusticia histórica. “A nivel mundial, en la Biblia del boxeo, BoxRec, se me reconoce como la pionera desde 1998. Pero en España mi nombre no aparece. No voy a parar hasta que esa licencia esté enmarcada, por mí y por mis hijos.”
“El boxeo fue mi escuela y mi terapia”
Páez ha luchado sin patrocinadores, sin psicólogos, sin apoyo económico. Crió a su hija mientras entrenaba y trabajaba de noche “repartiendo pastas y vendiendo ropa de día”. “Querer es poder. Me llevaba a mi hija al gimnasio. No había ayudas, pero había pasión.”
Hoy, a los 50 "y pico" años, sigue entrenando y formando a nuevas generaciones desde el Club de Boxa Barcelona y en el "Espai de Creació Valeria", donde enseña boxeo y defensa personal a niñas y niños. “El boxeo educativo sin contacto les enseña respeto, autocontrol y confianza. Esa es mi forma de seguir en el ring.”
Esther 'Flechita' Páez durante su entrevista con Metrópoli
También escribe. Su primer libro, 'Memorias de una pionera del boxeo', narra su vida sin filtros. Ahora prepara un documental, pero con el mismo objetivo: dejar constancia de una historia borrada de los registros.
“A mi yo de 17 años le daría un abrazo”
Cuando se le pregunta qué legado quiere dejar, no duda: “Mi legado es esa licencia. Quiero que mis descendientes la tengan enmarcada, que sepan que su abuela o bisabuela peleó para que otras pudieran hacerlo sin pedir permiso.”
Y si pudiera hablar con aquella adolescente que se metió en un gimnasio de Nou Barris con apenas 17 años, le diría: “Tranquila, te espera un buen futuro. No estás sola. Yo te acompañaría en el camino con amor y comprensión.”
Porque Esther “Flechita” Páez nunca se retiró del ring. Simplemente cambió los guantes por la palabra. Y sigue luchando --esta vez-- por justicia y memoria.
