El hispanista Stanley Payne dijo que la República perdió la guerra, pero ganó la batalla de la propaganda, especialmente por el estado de opinión internacional. Nada tienen que ver los conflictos, por supuesto, pero el contenido de la frase de Payne nos sirve para señalar cuál ha sido la primera victoria del "procés". Para la estrategia de la propaganda, en busca de internacionalizar el conflicto, es clave la dimensión de Barcelona, mucho mayor a la de Catalunya en su conjunto como referencia en la aldea global. Barcelona, como su primer equipo de fútbol, el Barça, son ejes fundamentales para el soberanismo, con los riesgos que ello implica para la ciudad y el propio club.
Barcelona no es únicamente la ciudad de la Sagrada Familia y el mar. Es una marca asociada a multitud de valores positivos, tanto en el orden cultural, como turístico y ciudadano. Para el mundo se trata de una urbe simpática, cualidad emparentada a la de sus gentes, a partir de su eclosión en los Juegos Olímpicos del 92. Se trata, pues, de un patrimonio inmenso a la hora de ser instrumentalizado, como han hecho los ideólogos del "procés", al contar con la connivencia de la alcaldesa, Ada Colau, atrapada por la propia debilidad de su preparación y coyuntura política. Ahora, Colau siente el vértigo ante una declaración de independencia unilateral por parte del Govern de la Generalitat. Es tarde, porque la ciudad ha perdido independencia en esta encrucijada política y forma parte de un todo en el modelo mesiánico de todo nacionalismo: conmigo o contra mí. El "procés" no es tan original.
Desde la Transición, los dos balcones de la plaça de Sant Jaume habían cohabitado con un equilibrio no ajeno a tensiones, pero éste se ha roto en los últimos años a partir de la implosión de las dos grandes formaciones políticas tradicionales, CiU y PSC. No todo es culpa de Colau. Tampoco el diseño autonómico salido del 78 y que aumentó las competencias de los gobiernos regionales para vaciar de poder a los ayuntamientos. En Francia, con un modelo centralista, los consistorios son el verdadero contrapeso del Eliseo. Funciona.
Una sola imagen puede mover los estados de opinión del mundo, sobre todo cuando se desconoce el contexto. Por ello las imágenes de las represiones de la policía sobre ciudadanos, algunos de ellos ancianos, han sido tan rentables para la causa soberanista. Que los agentes actuaran por el mandato judicial en uno de los Estados de Derecho más garantistas del mundo no es algo que en el exterior puedan decodificar. Un día después de copar las portadas de los periódicos más influyentes del mundo, Carles Puigdemont pidió mediación internacional. La secuencia estaba estudiada.
La crisis de los refugiados no alcanzó la categoría de primer problema mundial hasta que apareció la fotografía del cadaver de un niño en la orilla del mar, junto a un soldado. Del mismo modo, la guerra de Vietnam dio un giro cuando el mundo obrsevó a la niña Kim Phuc correr y llorar, abrasada por el napalm. Por fortuna, en Barcelona no hubo muertos, ni napalm, ni nada semejante, pero tales imágenes en el oásis barcelonés erizan la sensibilidad de cualquiera. A las instantáneas, sin embargo, le sucede el tiempo de los hechos y las decisiones. Esperemos que entonces la ciudad de los prodigios no pague un alto precio. El Barça ya lo está pagando.