Auschwitz es uno de esos lugares que hay que visitar una vez en la vida para comprobar la crueldad que puede anidar en lo más profundo de la condición humana, de nosotros mismos. Es necesario alimentar los anticuerpos contra la barbarie que toleró una de las sociedades más ricas intelectualmente del siglo XX, porque jamás, por más que lo creamos, estaremos indemnes. El odio no nos ha dejado, sigue ahí, latente.
Viajar a Cracovia, en Polonia, no está al alcance de todos, aunque la realidad es que puede resultar más sencillo desde Barcelona, un caladero de compañías 'low cost', que desde Madrid. Sin embargo, la capital ofrece una oportunidad de adentrarse en el campo de exterminio nazi, un icono del horror, gracias a su mayor exposición itinerante, hasta el mes de junio, en el Centro Arte Canal. Madrid es siempre un buen plan, lo dice un barcelonés, y Auschwitz debería ser una obligación, histórica y pedagógica.
Es posible observar en directo hasta 400 piezas trasladadas desde el campo, desde vías de los trenes que llegaban con los prisioneros judíos, además de gitanos, presos polacos y otros colectivos minoritarios, a literas, trajes, zapatos, cucharas, dibujos infantiles o la mesa de operaciones del doctor Mengele. La exposición lleva días atestada, pero, a pesar de la afluencia de personas en las salas, no se escucha una palabra. El silencio de la multitud es la prueba del impacto que produce. Es como abrir en canal la conciencia.
Me interesé por si la exposición visitaría otras ciudades, especialmente Barcelona, para recomendarla, pero, al menos en España, su única parada es Madrid. Una lástima. Desconozco, asimismo, si el Ayuntamiento o alguna entidad de la ciudad se han interesado por acogerla. El pasado año, Barcelona rindió su particular homenaje a Auschwitz con la instalación "Os ofrezco los pájaros", realizada por Marta Marin-Dòmine, e instalada en la capilla de Santa Ágata, en el Museu d'Història de Barcelona. Era como una inmersión en la acústica del miedo y la desesperanza.
El pasado 27 de enero se cumplieron 73 años de la liberación de Auschwitz, el mayor campo de exterminio nazi, en el que murieron más de un millón de personas. He estado en otros que permanecen abiertos en Alemania, aunque ninguno de sus dimensiones. Era una factoría de la muerte. Por más veces que se visiten, es imposbile encontrar la respuesta a lo que ya se preguntaba el escritor Primo Levi, uno de sus supervivientes: "Estos son los hechos; funestos, inmundos y sustancialmente incomprensibles. ¿Por qué? ¿Cómo llegaron a producirse? ¿Se repetirán?" La mejor forma de evitarlos es volver. Vayamos, pues, a Auschwitz.