De todos es sabido que cuando el presidente del Gobierno dice en voz alta y delante de los micrófonos que no hay crisis de gobierno, detrás del telón corren las cuchilladas por ver quién conserva la poltrona. Lo mismo sucede si los partidos que pueden formar gobierno en coalición dicen que el acuerdo está próximo; en ese caso, están saltando a la yugular del prójimo en la sala de negociaciones. La amarga experiencia confirma que, si un ministro de Economía dice que no hay crisis ni la va a haber, agárrate, que vienen curvas. Por eso, cuando los habitantes de Sarrià han leído en un folleto que repartía el Ayuntamiento de Barcelona lo siguiente (y cito), que «durante la campaña informativa del despliegue de la recogida puerta a puerta y hasta que se comunique oportunamente, no se prevén sanciones para los incumplidores», se han disparado todas las alarmas en el barrio. ¡Nos van a freír a multas! En papel reciclado, eso sí.
La amenaza municipal se refuerza cuando uno sigue leyendo. La tecnología proveerá de chips identificadores a los cubos de materia orgánica e incluso a las bolsas translúcidas que se emplearán para reciclar eso o lo otro. Justo entonces se manifiesta el Lado Oscuro de la Fuerza, porque (vuelvo a citar textualmente) «también está previsto identificar esas bolsas o cubos dejados fuera de los días/hora de recogida, y se hará mediante un adhesivo de “bolsa o cubo dejado incorrectamente”». Dicho de otro modo, la basura se quedará sin recoger, se procederá a la humillación pública mediante un adhesivo y la multa dará la puntilla al delincuente. Si no es así y es de otra manera, entonces alguien tendrá que volver a redactar el comunicado de Ecología, Urbanismo y Movilidad del Ayuntamiento de Barcelona. Pero, claro, de quien dice “áreas de aportación de emergencia” a un camión que recoge la basura que apesta fuera de horario se puede esperar cualquier cosa.
En la misma línea, el plan de recogida de basuras se llama Residuos Cero, pudiendo llamarse Ningún Residuo, que sería lo propio. Pero he de reconocer que en catalán queda mejor, con la Z de Zero, que le da un toque apocalíptico, de película de zombis. Se dispara mi imaginación y ya estoy viendo los letreros en la entrada al barrio: «Atención: Está usted entrando en la Zona Z». Y bajo el rótulo, la imagen de un zombi sacando la basura, previamente seleccionada en especies y subespecies y empaquetada en bolsas de colores distintivos gracias a la inestimable ayuda de una aplicación de móvil que las abuelitas de Sarrià habrán bajado desde la nube a su ayfón, claro que sí.
La nube, he dicho. Oh, sí, alguien tendría que bajar de la nube en la que está, porque la va a liar parda. Les pongo en situación. Imagínese que usted cuida de un bebé o de un anciano que acaba de cagarse en los pañales. Si se ha cagado en martes, jueves o sábado, lo tiene chungo, y si se ha cagado después de las diez de la noche de cualquier otro día, también, porque, si tal fuera el caso, tendría que guardar la mierda en su casa, en una bolsa especialmente diseñada para residuos sanitarios (sic) durante más de un día o salir de casa a buscar un «área de aportación de emergencia móvil», que ahora está, ahora no está, aquí o allá, quién sabe cuándo o dónde, porque para algo es móvil, ¿no? Mal asunto, ¿verdad?
Tiene otras opciones, pero son moralmente inaceptables. Una, echar la mierda en el cubo del vecino, y allá se las apañe él con las autoridades. Otra, si vive en los límites de la Zona Z, es dejar el regalito en los contenedores del barrio vecino; a esto se le llama turismo residual o turismo basura, y está previsto su crecimiento. Las papeleras serán una opción más a tener en cuenta. Además, si es amonestado por un agente de la autoridad o por un vecino, siempre podrá esgrimir la casuística canina. Aunque yo le recomendaría no ser pillado in fraganti, si pretende usted arrimarse al incivismo.
Aunque lo de la casuística canina... Véase: Si un perro se caga en la acera, el dueño suele dejar la mierda en el lugar y largarse tan pancho o humillarse a recoger la porquería con un papel o una bolsa que luego arroja a la papelera. Lo vemos cada día. En cualquiera de los dos casos, nadie le dice nada, como atestiguan tantos recuerdos caninos que siembran nuestras aceras. Entonces, si puedo dejar la caca de perro en la papelera y nadie protesta, ¿por qué no dejar ahí la caca de un bebé o de un abuelito?
Está comprobado empíricamente que un pobre que pide limosna con un cachorrito de perro en brazos gana más dinero que otro que lo hace con un bebé, palabra de honor. Si usted recoge y deja la caca de su perro en la papelera será alabado por su compromiso ciudadano con la limpieza, mientras que si deja la caca de su bebé o su abuelito en el mismo sitio será censurado, perseguido y multado por ello, porque la mierda canina está bien, pero la humana es inadmisible. En suma, a las injustas discriminaciones por razón de sexo, clase social o inclinación política habrá que sumar la discriminación coprológica por razón de especie. Mal asunto, que merecería un largo y sesudo debate que no pienso continuar ni aquí ni ahora.
Pero éste es apenas un detalle del nuevo sistema de recogida puerta a puerta, y no es menor. En efecto, la basura (qué manía de llamarla residuos) sólo la recogen cuatro días alternos a la semana, pero es que, además, usted la habrá acumulado en su casa en cinco (cinco) recipientes diferentes, en bolsas de distinto tamaño y color. Ir al supermercado a por bolsas de basura será, en la Zona Z, una pesadilla. Es que no me quedan azules, pero tengo amarillas y unas nuevas, nuevas, de color verde manzana con rayas en escarlata, que sirven para recoger los residuos de policloruro de vinilo los jueves impares alternos. Pues, perdone, pero de eso ya tengo.
En casa comparten un minúsculo espacio un cubo de la basura, una escalera, el carro de la compra, el cesto de la ropa sucia y los cubos, útiles y productos de limpieza en riguroso turno, porque no cabe todo junto a la vez. Si tuviera que acumular basura de cinco tipos diferentes en cinco envases diversos, no sé dónde iba a meterlos. Luego está la selección de residuos, que da para un doctorado. Si me corto las uñas, van a orgánico; pero si me las pinto y luego me las corto, ya no, y tenemos un drama. A estas alturas de mi vida sé distinguir una botella de una lata, pero no me apetece nada discernir dónde va a ir a parar el envoltorio de un caramelo, según sea de papel o celofán o contenga o no trazas de tetrafloruro de polivinilo.
Pero, a ver, ¿por qué me hacen esto a mí?, clamará al cielo un habitante de la Zona Z preguntándose si un envase de poliuretano termoestable va en la misma bolsa que otro de poliuretano termoplástico (que no debería, por razones obvias). El cuento con el que piensan acallar las quejas del sufrido seleccionador de residuos es el del coste, aunque luego enseguida salen con el medio ambiente, porque del coste mejor no hablar. No lo digo yo, me remito a un estudio de la UAB para la Asociación de Municipios Catalanes para la Recogida Selectiva Puerta a Puerta (sí, sí, existe esta asociación), que reconoce que la recogida selectiva puerta a puerta es un 10% más cara por habitante equivalente. ¿Se recicla más? Tampoco. Entonces, ¿para qué te metes?, que diría un amigo mío.
Pero pongamos que sí, que se ahorra un dinerillo. No me parece a mí que los vecinos de la Zona Z, después de haber acumulado la basura en casa durante días y haberla seleccionado cuidadosa y primorosamente en no menos de cinco bolsitas de colorines vayan a pagar menos por hacer ellos el trabajo de otros. Si me equivoco, premio.
El sistema de recogida puerta a puerta lo practicábamos en Barcelona cuando yo era pequeñito y se abandonó por razones obvias. Es cierto que la selección de tipos de basura es muy positiva para todos, etcétera, etcétera, pero hay que andar con mucho cuidado y poner las cosas fáciles a todo el mundo. Si no se hace bien, y ésa es una costumbre muy arraigada entre nosotros, puede acabar como en Zarautz (con Z), donde se sublevó el personal, una rebelión que se extendió a otras poblaciones de los alrededores. No siempre es posible, ni recomendable, la recogida puerta a puerta. Nuestro mismo Ayuntamiento reconoce que la Zona Z no irá más allá de Sarrià, Gracia y Sants, a más estirar, porque sería inviable.
Mientras tanto, bienvenidos a la Zona Z, y vayan con cuidado, no pisen una caca de perro.