Las milicias son un fenómeno común a cualquier movimiento enfrentado al poder establecido, con independencia de la tendencia o la ideología. La historia muestra a los sans culottes y los bolcheviques, fuerzas de choque de las dos revoluciones más influyentes en la historia de la Humanidad, como a las SA, durante el nazismo, o a los camisas negras. En los regímenes totalitarios, operan en la clandestinidad y la dialéctica con la que luchan y son combatidas, es clara. En un Estado de Derecho, como el español, resulta más complejo. El independentismo ha desarrolado su propia milicia, los Comités de Defensa de la República (CDR), cuya paternidad apenas se atribuye la CUP. Para la ciudad de Barcelona supone un escenario prácticamente desconocido, a pesar de episodios aislados de los antisistema, desde la creación de las Milicias Antifascistas, durante la Guerra Civil, o con anterioridad los Somatemps, en el siglo XIX.

El predicamento de la no violencia por parte del independentismo intelectual, del que forma parte el propio Pep Guardiola, y la existencia de una milicia urbana son contradictorios, puesto que la historia también nos demuestra que la violencia es intrínseca a su existencia. La violencia no ha de ser estrictamente física o contra personas. Puede ser verbal, coactiva socialmente o ejercitarse contra instalaciones. Los escraches, por ejemplo, son actos violentos, y en Barcelona y Cataluña ya se han producido.

Los CDR podrían estar inspirados, según fuentes de las fuerzas de seguridad, en la Kale Borroka vasca, milicia urbana instrumentalizada por ETA en el pasado en el País Vasco. Incluso podrían haber sido asesorados por algunos de sus miembros. Las nuevas tecnologías llegaron a permitir a la Kale Borroka ir por delante de la propia Ertzaintza, como reconocían algunos de sus agentes. En Barcelona se trata, hoy, de un nuevo desafío para los Mossos, en una posición tremendamente delicada, en especial mientras continúe activado al artículo 155 e intervenida la Generalitat.

El crecimiento de estas milicias suele ser un peligro no sólo para la seguridad, sino hasta para los líderes de las propias causas a las que apoyan. Por esa razón, es clave que quienes tienen responsabilidades institucionales se definan con respecto a sus actos, al margen de que mantengan sus aspiraciones independentistas, algo perfectamente legítimo. La autonomía y la falta de control son una amenaza para la seguridad de los ciudadanos, en general, que alimenta la tibieza de representantes como Ada Colau al referirse a las actuaciones de las CDR. La labor de una alcaldesa no es una misión nacional, sino la gestión de una ciudad. Esperemos que no se dé cuenta demasiado tarde. Leer la historia es el mejor consejo.