Diré que la señora A. merecía un final mejor. Trabajó toda su vida para sostener a su familia. Ahorró, compró un piso, y siguió acumulando unos pocos ahorros más, como una hormiguita, pensando en su vejez. La viudedad se lo puso difícil, pero ella insistió y salió adelante. No así su hija, drogadicta. Cuando, no hace un año, los servicios sociales tuvieron que actuar de oficio y con urgencia, la señora A. había perdido todos sus ahorros, su piso había sido cien veces hipotecado y todo lo que tenía algún valor había sido malvendido a cambio de heroína, cocaína o lo que fuera. También había perdido la dignidad que le quedaba, arrebatada por una demencia senil y el trato que recibía de su querida hija. Encontraron a la señora A. atada a la cama y amordazada «porque gritaba mucho y se movía», y así llevaba un mes cuando la descubrieron. Sucia, llagada, desnutrida y deshidratada, salvó su vida de milagro. Un juez decretó que la señora A. pasaría a ser tutelada por una fundación sin ánimo de lucro, retirando tal responsabilidad a la hija, que tanto había abusado de ella.
Toda la fortuna de la señora A. había quedado reducida a una deuda inasumible y dos pequeños pendientes dorados. Cuando, meses después, la hija pasó por la residencia a visitar a su madre, también desaparecieron. No dieron ni para un pico.
El caso de la señora A. es un caso real, doy fe. Peor todavía, no es un caso excepcional, y vuelvo a dar fe de ello. De hecho, el maltrato y el abuso de ancianos es tristemente habitual y suele pasar desapercibido. No se habla de él. Es un estigma social que se oculta bajo la alfombra, no vaya a verse. No importa el nivel de rentas o la formación cultural, porque maltratan igual a los ancianos los ricos y los pobres. Sufren más abusos las ancianas que los ancianos; en parte, porque viven más; en parte, porque son más débiles.
¿Cuál es la magnitud de la tragedia? Apenas podemos estimarla. Se denuncian pocos casos, y por cada caso que se denuncia quedan tantos sin denunciar. Detrás de las cortinas de los hogares y en las residencias de ancianos se dan toda clase de abusos y maltratos, humillaciones y vejaciones. Quien haya cuidado de un padre o de una madre con el amor y el cariño debido, esta noticia es tan triste como apabullante.
Cuando lean estas líneas, ya se habrá publicado un manifiesto alertando a la sociedad de esta miseria oculta a la vista del público, pero tan presente entre nosotros. Se titula «Manifest per aturar el maltractament a les persones grans». Las siete organizaciones que impulsaron el manifiesto y la treintena que se ha sumado al mismo tienen una relación cotidiana con esta tragedia y dan un toque de atención a los responsables políticos y sociales. ¡Saben de lo que están hablando! ¡Cuidado! Prestad atención, dicen. Debajo de vuestras narices se desarrolla un drama y ¿qué estáis haciendo? ¡Nada! ¡Atended a lo importante, caray! La amonestación también se dirige a todos nosotros, sin excepción, que miramos hacia otra parte y preferimos no ver a tener que ver. Sabed, sabed todos, que si no morís antes en una lista de espera, eternas tras las «retallades», os llegará la vejez. Entonces quizá ya sea tarde para hacer algo.