Me encuentro en Rusia, con motivo del Mundial, y no puedo dejar de asombrarme por la eficacia demostrada por las ciudades del país para dar respuesta logística a un acontecimiento semejante. Poco antes del inicio de torneo, y ya desde su adjudicación, las críticas fueron unánimes desde las tribunas occidentales, en las que se argumentaba la corrupción de la FIFA, cierta; el poder de Vladimir Putin, cierto, y la supuesta incapacidad rusa para organizar tal acontecimiento. Sobre lo primero, no es tan fácil establecer interrelaciones; acerca de lo segundo, era un juicio totalmente errado, mea culpa, producto del complejo de superioridad y los prejuicios de nosotros, los occidentales.

La realidad es que Moscú, San Petersburgo o Kazán, cualquiera de las grandes sedes, están dando una respuesta que, hoy, está fuera del alcance de Madrid o Barcelona, por la modernización de sus infraestructuras, los niveles de seguridad y, muy importante, la implicación de su población. El metro se ha ampliado hasta los estadios, funciona hasta las dos de la madrugada durante el torneo, es gratuito durante los partidos para todos los aficionados, previamente acreditados a su llegada a Rusia, como si se tratara de periodistas, hecho que impide que accedan a los perímetros de seguridad personas sin entradas. París o Lyon, durante la pasada Eurocopa, fueron un caos en las mismas situaciones, sin transporte público prolongado después de las semifinales y final, con familias y niños tirados en las calles, y taxistas multiplicando por diez los precios habituales. En el corazón de nuestro querido occidente.

Es fácil decir que Putin ha detenido el país y puesto todas las prioridades en el Mundial porque quiere dar una imagen diferente de Rusia, pero esa no es, ni mucho menos, la sensación que existe en la calle. Son las ciudades del país y sus habitantes quienes están ofreciendo esa respuesta, más allá de las medidas tomadas. Los voluntarios se extienden por toda la ciudad y las indicaciones luminosas se alternan en los idiomas de las selecciones que disputan los partidos.

Barcelona organizó los Juegos Olímpicos en 1992, hace más de 25 años, un acontecimiento modélico en lo logístico que puso a la ciudad en la lista de las grandes referencias mundiales. Madrid ha aspirado por tres a veces a repetir el evento en España. En Moscú o San Petersburgo tienen modelos de lo que es, hoy, una organización más segura, más eficaz y más digital. Lo bueno de los viajes es las experiencias que se suman y los prejuicios que se restan.