Un Cabify con una familia francesa, incluida una menor, es agredido en el centro de Barcelona: una acción vandálica en una ciudad-oásis para el turismo internacional. Mal asunto. La guerra del taxi toma la calle con el mismo descontrol que la regulación de su propio sector desde la aparición de las ofertas asociada a las nuevas tecnologías, una tendencia imparable. Oponerse frontalmente es un suicidio; el único camino posible es adaptarse. Por mucho que la digitalización cambie nuestras vidas, prevalece la teoría de Darwin.
El taxi se convirtió en un puesto de trabajo seguro en los tiempos alzistas del paro, hecho que llevó a muchos de sus dueños a invertir grandes cantidades en la adquisición de una licencia y a hipotecar buena parte de sus ingresos futuros. Esos taxistas, hoy, no ven amenazado únicamente su trabajo cotidiano, sino que sienten que la inversión de sus vidas fue en balde. En el nuevo escenario, con la proliferación de otros servicios, el valor patrimonial de la licencia, que se puede volver a vender o traspasar a sus descendientes, cae considerablemente. La indignación, pues, puede resultar comprensible, pero no justifica en ningún caso los actos violentos.
Parte del problema se debe, precisamente, a ese origen, sujetas las licencias al mismo efecto inflacionista que el mercado inmobiliario, y al tradicional inmovilismo de un sector que debió cambiar su regulación mucho antes. Ahora cualquier solución es difícil, porque la tendencia del mercado, en un escenario de libre competencia, es imparable. El escaso recorrido de la norma 1/30 del Ayuntamiento de Barcelona, es una prueba.
El sector del taxi debería haber sido más proactivo, con pasos más acelerados no sólo por la digitalización y creación de plataformas, sino con la flexibilización de tarifas por tramos horarios, franjas de edad, colectivos, distancias o puntos de recogida. La iniciativa de Mytaxi.com es un ejemplo. Cuando uno cree, sin embargo, que es dueño de un monopolio, se siente tan seguro que rehuye cualquier cambio. No es un problema de los taxistas, sino del ser humano en general, conservador por naturaleza. Darwin dijo que la forma de sobrevivir a los tiempos era precisamente la contraria, casi al mismo tiempo que empezaba a circular el primer automóvil, hace más de un siglo y medio. Sin embargo, hay quien lo niega o lo desconoce.