La semana pasada tuve que poner una denuncia después de comprobar que habían aparecido cargos en mi trajeta de crédito que no me correspondían. Al encontrarme unos días en Barcelona, mi entidad bancaria me pidió que la hiciera de inmediato, sin esperar a regresar a Madrid. Acudí a una comisaría de los Mossos d'Esquadra. Después de realizar la denuncia, la agente que me atendió me dijo lo siguiente: "Por favor, explique usted a su vuelta que los Mossos atendemos y redactamos también en español, porque nos encontramos todos los días con personas de fuera que acuden con temores y prejuicios. Nosotros somos policías y nada más que policías".
He recordado a esa agente cuando, días después, los Mossos vuelven a estar en el punto de mira por la actuación de la compañera que abatió al islamista en la comisaría de Cornellà. El debate, en cambio, traspasa la comprobación de si la actuación policial fue la correcta para adentrarse en la ciénaga política en la que los Mossos se encuentran atrapados. Cualquiera de sus actuaciones se observa como si se tratara de una policía política, pero quienes ingresan en los Mossos no lo hacen con la vocación de quienes lo hacían en la Brigada Político-Social del franquismo, una suerte de Stasi a la española. Otra cosa son los políticos o los altos mandos, pero no los agentes.
Tampoco puedo evitar recordar la angustia de la agente que me atendió al ver cómo los Mossos son señalados, hagan lo que hagan, a propósito de los lazos amarillos, convertidos en el símbolo del enfrentamiento entre las dos Cataluñas. Siempre se habló de dos Españas, pero ahora puede hacerse también de dos Cataluñas. La división que tanto desgaste acarrea a la primera lo provoca también en la segunda, aunque es pronto para conocer sus devastadoras consecuencias.
Del mismo modo se sintieron los policías nacionales y guardias civiles que acudieron a Cataluña durante la aplicación del 155, insultados y expulsados de algunos alojamientos. Hicieron lo que les mandaron. Las vejaciones se extendieron a sus hijos, en el caso de guardia civiles residentes en Cataluña, en una situacion intolerable frente a la pasividad de las autoridades catalanas.
Quienes sólo quieren ser policías, servir a los ciudadanos, trabajar para que todos nos sintamos más seguros, no están en un buen país. Ni lo es España, ni lo es Cataluña. Sólo nosotros podemos cambiarlo. A la política le interesa lo contrario. Pobre policía.