Montserrat Caballé ha sido una de las mejores cantantes de ópera desde que existe un registro sonoro. Si ha sido la primera, la segunda o el postre, no lo sé, pero sí sé que sus interpretaciones aparecerían en los más selectos menús. Otros más entendidos que yo discutirán sobre sus méritos, pero todos coincidirán en que intérpretes de tal altura son tan preciados como raros; son, en cierto modo, mágicos. Era una diva, sí, con todo lo bueno y lo malo que tienen las divas, pero nos ha dejado grabaciones magníficas y quizá alguno de mis lectores se haya sobrecogido al oírla cantar. No puede pedírsele más a una artista.

Al otro lado de los Pirineos saben decir adiós. Murió Charles Aznavour y Francia le rindió todos los honores. Formó la tropa en el patio de armas de los Inválidos y llevaron su féretro a hombros, cubierto por la bandera y acompañado de la fanfarria pertinente, con todas las autoridades de cuerpo presente. Tenemos que reconocer que cuando los franceses se ponen, se ponen en serio. En el caso de nuestra querida soprano, se respetó el deseo de la familia y no se organizó nada parecido. Pero faltó tiempo para que el ministro de Cultura, José Guirao, se presentara en el tanatorio de Les Corts para dar el pésame a la familia y prometer un homenaje por todo lo alto en el Liceo de Barcelona y en el Teatro Real o el de la Zarzuela en Madrid. Estuvo ahí, al pie del cañón, como corresponde a un caballero. Bravo.

En cambio, la respuesta del Ayuntamiento de Barcelona y de la Generalitat de Catalunya sólo puede clasificarse de lamentable.

Podrían haber declarado un día de luto, o tres, que no cuestan nada, una declaración institucional como Dios manda y, por supuesto, hacer acto de presencia al lado de la familia. Nada. Pero nada de nada.

El empleo de Twitter como sustitutivo de la buena educación comienza a ser signo de la decadencia de Occidente, y como aquí somos más decadentes que otra cosa, las autoridades municipales y autonómicas publicaron unos tuits muy sosos y fríos para que no se dijera que no habían prestado atención al asunto y a otra cosa, mariposa. Ni la alcaldesa Colau ni el presidente Torra ni la consejera de Cultura ni nadie pasaron por Les Corts a mostrar sus respetos a la soprano o a su familia.

Aunque ese mismo día la consejera Borrás, de Cultura, habló la radio. De ahí al tanatorio en taxi son cinco minutos. Al caso: sin entusiasmo ni convicción dijo que Montserrat Caballé había sido una buena cantante y añadió que teníamos que respetar que se sintiera a la vez catalana y española, como quien soporta que el vecino del quinto ensaye un solo de trompeta a la hora de la siesta, con el mismo tono de voz y semejante convicción moral. Le preguntaron si se organizaría un homenaje a la difunta y soltó que era «demasiado prematuro» hablar de eso, cuando sería, si acaso, «demasiado pronto». Pero, claro, es de Cultura y tiene que hablar así. Mientras tanto, el presidente Torra se pasó a ver los «castells» en Tarragona y fue fotografiado no mucho después tejiendo una ristra de ajos, en otra de sus giras folklóricas por el país, que tanto le gustan. Le acompañó el consejero de Educación, el señor Bargalló, que tampoco asomó sus narices por el tanatorio.

Al día siguiente, tanto la alcaldesa Colau como el presidente Torra y la consejera de Cultura tuvieron que asistir al responso, porque, si no, su ausencia habría cantado demasiado. El ministro de Cultura seguía ahí, al pie del cañón, y se añadieron el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la reina madre, doña Sofía, para subrayar la excepcionalidad e importancia del caso. La alcaldesa y la consejera de Cultura pusieron cara de circunstancias.

No sé si se fijaron en la cara y apostura del presidente Torra. Les diré, por si no se han fijado en ello, que el presidente Torra ofrece dos caras al público. En la primera de ellas, parece que se ha excedido en el consumo de ratafía y movido por tan espiritoso acicate escribe diatribas en los periódicos, lanza discursos incendiarios, participa en actos folklóricos diversos y se comporta, en general, como esos heideggerianos que contraponen la tierra al mundo. En la segunda, asoma ante el respetable con cara de haberse excedido en el consumo de ratafía el día anterior; se le ve malhumorado, gruñón, desaliñado, no habla, si puede evitarlo, y se le nota que está cumpliendo con una obligación que le desagrada profundamente. Con esta cara asomó el día que se ofició el funeral de Montserrat Caballé.

Por Dios, podría haber disimulado un poco. Sé que le va el folklore y el chirriante sonido de las chirimías y el olor a machote de los «castells», pero creo que haría bien en pasarse a Wagner. Primero, porque le va en lo ideológico; segundo, porque su «Götterdämmerung» parece la banda sonora de su gobierno.