Pascual Cervera y Topete fue un marino gaditano que hizo carrera en la Armada en la segunda mitad del siglo XIX. Como nos aferramos a los tópicos, nos cuesta señalar que era un digno exponente de una Marina liberal e ilustrada como la que había entonces, en un tiempo en que eran pocos los profesionales con una preparación técnica y humanitaria comparable. Pero, en fin, ahí está su biografía, que cualquiera puede leer. En la Guerra de Cuba, Cervera luchó contra la US Navy; aunque burló el bloqueo naval varias veces, al final se vio atrapado en Santiago de Cuba con su flota, que fue aniquilada al detalle por el enemigo. En esa batalla perdida de antemano, las maniobras del almirante Cervera sólo se explican por su intención de salvar el mayor número posible de vidas de sus marinos. Los norteamericanos alabaron su valor y su integridad y en España, como suele ser costumbre, lo lincharon públicamente. Aunque se ganó el cargo de senador vitalicio, murió con el estigma cubano.
En Barcelona le pusieron su nombre a una calle de nuestro barrio más marino, la Barceloneta. Pero en abril de este año, la alcaldesa Colau le cambió el nombre a la calle, que ahora es calle Pepe Rubianes, y se justificó diciendo que al actor le hubiera gustado mucho que le quitaran el nombre de la calle a «un facha». Ese íntimo y profundo conocimiento de la historia provocó una pequeña tormenta mediática. Un facha, el almirante Cervera... Con lo liberal que era, el pobrecito. Además, cuando murió el almirante, Mussolini todavía militaba en el PSI (Partido Socialista Italiano) y no fundó el Partido Nacional Fascista hasta doce años más tarde; Cervera no podría haber sido facha ni que hubiera querido.
Pero, en fin, ésa es agua pasada. A mi entender, y no pretendo sentar cátedra, el almirante Cervera merece un reconocimiento. Pepe Rubianes, quizá también, porque fue un personaje popular y querido. También me gustaría que tuviera una calle Elvis Presley, ya puestos, y seguro que ustedes tendrán alguna propuesta igualmente interesante. El caso es que el resbalón de la alcaldesa Colau ha resultado ser acertado, y verán por qué.
Rubianes comenzó a labrarse un nombre trabajando con Dagoll Dagom y con Albert Boadella, en Els Joglars. En 1981, inició su carrera en solitario. Le fue bien en el teatro, pero la fama se le echó encima cuando interpretó a Makinavaja en la serie de televisión del mismo nombre, entre 1995 y 1997. Esta serie se basaba en las viñetas de Ivá y narraba las peripecias de un delincuente de poca monta en el Barrio Chino de Barcelona en treinta y nueve episodios que emitió La2, de Televisión Española.
Sin quererlo ni beberlo, la Barceloneta de la calle Pepe Rubianes se ha convertido en el Barrio Chino de la serie televisiva. Se suceden los hurtos, los altercados y los desórdenes en el barrio y lo que en ficción es comedia, en verdad es tragedia.
Un palabro de uso reciente, gentrificación, resume la situación del barrio. Gentrificación... ¡Qué no inventaremos! Para entendernos, se trata de echar a la gente del barrio para que éste se convierta en una bombonera para ricos o en un paraíso de pisos turísticos. Se consigue fácilmente. Por un lado suben los alquileres y por el otro los vecinos padecen noches de insomnio causadas por cogorzas y tumultos. Acaban yéndose a otra parte, si es que no los echan antes.
Los comerciantes y restauradores también ven sus negocios amenazados. Hace poco vimos las imágenes de una pelea en las puertas del restaurante Salamanca, y no fue la primera. En septiembre, los conductores de bicitaxis se liaron a bofetadas en el barrio y antes ya se habían dado de puñadas grupos de manteros. Yo mismo, con éstos mis ojos, vi como levantaron un peluco dorado de gran tamaño a un turista despistado. Con una coreografía precisa, lo dejaron sin Rolex en menos que canta un gallo, delante de las narices de todo el mundo. Me contaron luego que había unas bandas especializadas en estos hurtos, y que era una imprudencia pasearse por el barrio con un reloj de buena marca. La policía no la vimos por parte alguna.
Puede que Rubianes celebrara que le quitaran el nombre de la calle a un «facha», no lo sé. Pero no creo que Rubianes celebrara que su calle fuera el escenario de semejantes despropósitos. Y puestos a buscar «fachas» (palabra que, por abuso del uso, ya ha perdido casi toda su fuerza), puestos a buscar «fachas», decía, habría que buscarlos en aquéllos que miran hacia otra parte mientras la gente de la Barceloneta de toda la vida ya no reconoce ni la calle donde ha vivido siempre.