No me gustan las películas de terror. Nunca lo han hecho. Considero que el cine es una herramienta esencial para unas veces provocar un diálogo contigo mismo acerca de temas fundamentales, otras distraerte de la rutina diaria y de esa clase de preocupaciones que se agarran a los resortes de tu cerebro como si fueran lapas. O simplemente para regalarte un espectáculo visual que no debe mancillarse con análisis rebuscados. El arte por el arte. Por supuesto que ahí hay espacio también para el terror, pero en mi caso solo consigue estropear la reflexión, la distracción o el placer.

«¿Y que tendrá esto que ver con Uber o Cabify?», se preguntarán los lectores con razón. Mucho tiene que ver. Las imágenes de los taxistas secuestrando Barcelona y Madrid por razones legitimas pero que en ningún caso justifican este atentado contra sus propios clientes, es una trama digna de una película de terror en la que no faltan la violencia callejera, las agresiones o las amenazas. ¿Quién no ha visto a ese representante del mayor sindicato de taxistas de Madrid gritando que «¡a Fitur no entra ni Dios!» y ha pensado «yo no vuelvo a coger un taxi, igual acabo descuartizado»?

Parecía salido de Poltergeist, o de Pesadilla en Elm Street. Jaume Balagueró debería tenerlo en cuenta para sus castings. Incluso se diría que la vestimenta utilizada por los taxistas para tomar la calle fue escogida por Sonia Grande, que para quien no lo sepa es la responsable de vestuario de las películas de Almodóvar. Básicamente para darle un tono expresamente cutre y kitsch al escenario. Y qué decir de la calidad de su discurso y de su mímica. Parecían adolescentes desgañitándose para ser reconocidos por sus semejantes. O para poder decir a sus padres, «yo también he tenido mi mayo del 68».

Tal vez Tito Álvarez y Saúl Crespo sean ahora héroes para los suyos. Para muchos otros villanos. Y no porque no sea legítimo lo que solicitan (sí discutible en un país de libre competencia, por más que hayan pagado cantidades ingentes en concepto de licencia), sino porque tu derecho a la huelga no es también un derecho a joder al personal, que encima son tus propios clientes. Por eso ruego aquí a Uber y Cabify que no abandonen Barcelona. No nos dejéis en manos de los taxistas favoreciendo el monopolio, por favor. Porque si lo hacéis, al final en esta ciudad no va a entrar ni Dios.