El Día de Sant Jordi suelo encerrarme en casa y no salir hasta la mañana siguiente, cuando los zombis del libro y la rosa se han retirado a sus madrigueras y no vuelven a interesarse por los libros y las rosas hasta el 23 de abril del año que viene. Esta vez no pudo ser: asuntos laborales me obligaron a salir de casa por la mañana y por la tarde y, créanme, el que piense que los atascos solo afectan a los coches, debería saber que, en Sant Jordi, en Barcelona, los humanos se atascan en el Paseo de Gracia y en la Rambla de Cataluña. Yo ese día no compro un libro ni una rosa ni que me maten, pero el barcelonés medio, que es de natural, gregario, se presta encantado cada año al paripé. En fin, me alegro por los libreros, que también tienen derecho a comer. Y por los floristas, que también.

La principal novedad de este año ha sido la inclusión de una nueva categoría entre los autores de los libros más vendidos. Hasta ahora, la cosa se dividía entre “literatos” y “autores mediáticos”, y vi a Marta Pessarodona por la tele diciendo que ambos colectivos deberían ser convenientemente separados para que los “literatos” no se sientan envilecidos en compañía de los “autores mediáticos”, que suele ser gente que tiene un programa de radio o de televisión o, simplemente, encajar vagamente en la condición de celebrity. Gracias al prusés, hay un nuevo colectivo literario, los héroes de la república, también conocidos entre los desafectos al régimen como “presidiarios”.

Es indudable que la cárcel tiene efectos didácticos y hasta redentores. Pero no es menos cierto que el preso tiene mucho tiempo libre. Y si el preso tiene una elevada idea de sí mismo y considera que no debería estar en el trullo -digamos que se siente con los demás galeotes como los “literatos” frente a los “autores mediáticos”-, es muy probable que le de por escribir para explicar sus desgracias, la injusticia que está sufriendo, sus reflexiones seudo filosóficas o sus mensajes en la distancia a los seres queridos. Luego, a todo eso se le ponen unas tapas, se distribuye y se dice que se trata de libros urgentes y necesarios. Y como hay dos millones de procesistas en Cataluña, pues claro, los lamentos supuestamente literarios de los compadres de Puigdemont se venden como rosquillas, sobre todo entre aquellos que el resto del año no compran un libro ni por casualidad. De hecho, adquirir lo último de Junqueras o Romeva es el equivalente a hacerse con las novedades de Buenafuente o Basté, que era lo normal hasta ahora.

Yo creo que, vista la situación, habría que añadir otro premio literario a los 12.000 que ya existen en Cataluña: el premio Jaula de Oro al Mejor Libro Escrito por un Presidiario Patriótico. Será por dinero…