Que Ada Colau y Pablo Iglesias no han tenido la mejor de las sintonías es algo sabido, asumido por sus respectivos partidarios y cabe de decir que también bastante bien metabolizado y disimulado en público. Nada que ver con las trifulcas de Iglesias con Íñigo Errejón o de Colau con lo que queda de Iniciativa y demás sopa de siglas en el antiguo espacio ecosocialista. Dicho lo cual, en esta larga campaña que nos acompañará con especial intensidad hasta finales de mayo, alguna pista hemos tenido de como mientras la una es de Venus, el otro es de Marte. O viceversa.
Y es que, por un lado, tenemos a un Pablo Iglesias convertido de golpe a la moderación. Antes de su permiso por paternidad pasaba por ser el azote de Albert Rivera y del PP, y en sus comienzos en el Congreso tiró en cara a Pedro Sánchez hasta la “cal viva” del PSOE de los GAL. Ahora, en cambio, ha asumido en los movidos debates electorales un papel de “hombre tranquilo”, que incluso lleva consigo la Constitución y la comparte con el respetable, leyendo fragmentos en voz alta. Él que decía que había venido a “asaltar los Cielos” y a cargarse “el régimen del 78” (de cuando fecha la Constitución).
En contraste, como desacompasada (o vayan a saber si coordinada) la Ada Colau que como alcaldesa ha sido la gran adalid de la moderación y del acatamiento en lo referente al procés, ahora vuelve a las barricadas (en términos discursivos, no se asusten más de la cuenta). Tan pragmática se había vuelto durante estos años suyos en precario en la alcaldía, que ha llegado a pedir en más de una ocasión el apoyo del PDeCAT en el Ayuntamiento. Pedía su voto, negociaba acuerdos... pero ahora vuelve a referirse a este mundo como “la derecha catalana corrupta”. Ole. Como cuando se refería a ellos (y al PSC entre otros) como la mafia. Luego pactó con el PSC cuando lo necesitó. Y ahora, si gana y consigue gobernar, volverá a no hacer ascos al apoyo de esos de “la derecha catalana corrupta” si lo necesita. Sin ninguna manía. Como no la tiene en usar ahora a Junts per Catalunya como arma arrojadiza contra una ERC con quien Colau decía querer pactar. Como no tiene manías en traer ahora a Iglesias a Barcelona porque parece que remonta en las encuestas. Y pelillos a la mar, que estamos en campaña.