Preguntaba estos días por diferentes carteles de campaña en Barcelona, y cuando interrogaba a los creativos de Junts per Catalunya sobre su “Creiem en Barcelona”, me justificaban su elección en que la ciudad no ha dejado de creer en sus posibilidades y fortalezas “pero estos últimos 4 años ha tenido un gobierno municipal que no ha hecho lo propio”. Acababan justificándome su material de campaña en clave de la necesidad de “cambio urgente” que quieren proyectar. De hecho, dos cosas (la sensación que el gobierno de Ada Colau no ha sabido cómo impulsar la ciudad y su potencial, y la necesidad de dar volantazo con premura a la situación) que los grupos de la oposición (todos) y las encuestas (la última del CIS, sin ir más lejos) apuntan como instaladas de forma bastante transversal.
Por un lado, y aunque la alcaldesa lo vista de victimismo, es normal que los grupos de la oposición critiquen la gestión de un gobierno. Eso es así, tanto como el hecho de que pocos gobiernos municipales en Barcelona congregaron antes tantas críticas de punta a punta del arco ideológico consistorial. Parece en este sentido evidente que el proyecto de Colau (de existir) no ha sabido generar el más mínimo común denominador que pusiera a partidos diferentes detrás de la Alcaldía, como pasa casi en todas partes, aunque sea puntualmente pero justificado en clave de ciudad, para su impulso. No ha pasado.
Y ante esta situación de frenazo de la ciudad, lo que apuntan las encuestas parece claro: la ciudadanía, tan generosa habitualmente con las segundas oportunidades en el campo de la política municipal, se habría cansado rápido de la experiencia Colau, estancándola a la baja en los sondeos respecto del resultado que obtuvo Barcelona en Comú hace 4 años. Indicativo. Y más aún que pase en liza demoscópica con una ERC que básicamente ha puesto encima de la mesa un apellido y que parece que con eso y con la casa en orden podría tener suficiente para empatar o superar las expectativas que ofrece el colauismo, solo con un mandato a cuestas.