“Tengo estos principios pero si no le gustan...tengo otros”, by Groucho Marx. Ésta podría ser en síntesis la premisa de lo que ha ocurrido en Barcelona. Cierto es que en estas elecciones municipales se impuso el “no tengo ni idea a quien votar” por lo que imagino que a muchos de ustedes no les viene de nuevo ni les sorprende esta afirmación. En cualquier caso, las víctimas de este circo electoral son y serán sus ciudadanos, porque de programa y proyecto de Barcelona más bien poco. Tal y como estaba previsto en el guión, el debate ideológico acabó por ganarle el terreno al de la gestión, y eso que hablamos de políticas municipales, vivienda, seguridad, limpieza, trabajo y medio ambiente.
La primera de las reflexiones es la necesidad imperiosa de cambiar el marco electoral y acudir a un sistema representativo de dos vueltas. Es más saludable, por higiene democrática, que el gobierno o la coalición que tome el control de los recursos públicos lo haga, cuanto menos, con la representación del 51% de los votos. Ya no hablo de representar al 51% del censo, simplemente de los votantes. Obviamente estas cifras no se alcanzan en Barcelona ni en esta legislatura y muchísimo menos en la anterior. Definitivamente será un 39% de los votantes (o un 28% del censo) los que estarán representados políticamente en el consistorio, un porcentaje demasiado bajo que acrecienta la desafección ciudadana con su Ayuntamiento. Ya es bien cierto que la política es el arte de lo posible. Se ha hecho cátedra en nuestro consistorio.
La segunda y no menos importante, es que solo se habló de ideología. Todo quedó impregnado por una nebulosa de colores o rumbos, sin más debate que las izquierdas y derechas, procés sí o no. Cuando lo verdaderamente importante en las municipales es hablar de política: aquélla que resuelve directamente los problemas de sus ciudadanos: seguridad, limpieza, vivienda publica y un largo etc. Mucha responsabilidad tenemos aquí los ciudadanos en permitir la interferencia de la ideología en las políticas de proximidad, que solo nos ha conducido a empeorar en todos los parámetros sociales y económicos desde la democracia. Jamás ha habido tanta desigualdad como ahora, jamás tanta gente durmiendo en la calle, en la indigencia, negocios que cierran día tras día, una inseguridad fuera de control y todo ello, a las puertas de una crisis económica incipiente que ya nadie niega. Son datos. Barcelona abandonó lo más esencial: hablar de proyecto y de cómo mejorar la vida de sus gentes y sus barrios. Solo interesó el debate partidista y soberanista. Y Barcelona es mucho más que ideología.
Más allá del resultado, es evidente que éste no será un mandato ilusionante, solo con ver la investidura ya se presagia que pasarán muchas cosas. Pero como siempre, la realidad se impuso, y guste o no es lo que legítimamente han decidido los partidos políticos (que no los barceloneses). Aún así, no podemos estar cuatro años en la queja permanente. Hay una realidad como un templo, tan grande como el de la Sagrada Familia, y es que si esta ciudad aún funciona es por la resistencia del pueblo. Toda esta debacle en los ingresos de la caja municipal tienen un origen, y es la incertidumbre y falta de credibilidad del sector empresarial, el gravísimo momento que vive el comercio, la escasa iniciativa de nuevos proyectos y las excesivas tensiones sociales que en nada ayudan a lo económico. Por más que nos digan lo contrario, actualmente Barcelona ya no es una ciudad tan atractiva para invertir como lo era antes: el consistorio no ha sabido (ni quiere aprender) a gestionar la cantidad de proyectos económicos que se han puesto encima de la mesa. Escandaloso resulta haber proyectado apartamentos de lujo extremo en el edificio del Deutsche Bank en Paseo de Gracia-Diagonal, cuando lo conveniente hubiera sido proyectar un “hotelazo” que hubiera, además, aportado cientos de puestos de trabajo. Uno de tantos ejemplos.
Demasiadas tensiones, precaria seguridad y un excepticismo colectivo nos está haciendo retroceder en todos los rankings mundiales y especialmente europeos. Barcelona no puede renunciar a lo que es, predestinada a ser la gran capital de la Unión Europea; lo que es Nueva York para Estados Unidos es lo que debe ser Barcelona para la Unión. No hay mas desafío que éste y hacerlo bajo nuestros usos y costumbres. Barcelona somos todos, y solo juntos y entre todos podremos sacar a esta ciudad del pozo donde se encuentra. No hay más futuro que la convergencia entre lo público y lo privado, lo demás nos conduce al desastre, y lo peor es que ya no tenemos más tiempo que perder. Que nadie piense en soluciones mágicas, no las hay. El único modo es nuestra autenticidad como barceloneses, nuestra bandera es la de siempre, y se llama currar mucho y acertar en el modelo.