En Lima conocí a un español con una historia turbulenta y un pelín de mala suerte: le habían robado cuatro veces en el último mes. Siempre de noche, siempre volviendo a casa, justo en la puerta, al final del trayecto. Salía de trabajar en Miraflores –el único distrito seguro– y volvía hasta San Juan de Lurigancho, donde vivía con su madre y su hermano. Los ladrones seguían un mismo modus operandi: bajaban rápido de la moto y le apuntaban con una pistola a la cabeza. A sangre fría. "Dámelo todo". Y él les daba todo. Las cuatro veces. Porque había oído casos y sabía que ahí no se andan con tonterías. Que puuum y ya no eres nadie porque es como si no hubiera pasado nada. 

Me contaba que desde entonces ya no volvía en bus: lo hacía en los pocos taxis que querían ir hasta su piso. Me contaba que ya no llevaba móvil, ni cartera, ni nada. Me contaba que restaba los días para volver a España. Y que el miedo no se lo quitaba de encima ni frotando fuerte bajo la ducha: vivía cagado.

Pero la situación en España –sobre todo en Barcelona– ya no es como él la recuerda. No exactamente. El otro día le robaron el móvil a un amigo en nuestra ciudad. También fue de noche, en Gràcia (un distrito seguro, en teoría), y justo en su portal, volviendo a casa de fiesta. Por suerte, en este caso el daño solo fue material. Que, después de escuchar lo que hemos escuchado y después de escribir lo que hemos escrito, no es poco. A él también le generó impotencia y ha decidido que a partir de ahora saldrá sin ningún objeto de valor: más que nada, para prevenir. Es, cuando menos, triste.

No queremos comprarnos un spray de gas pimienta, ni salir con pocas pertenencias para no jugárnosla, ni comprobar si todo lo que llevamos encima sigue en su sitio tras un momentito de despiste. La sensación de inseguridad –ya pueden decir misa criminólogos, alcaldesa y otros tantos– es indiscutible. Ironías de la vida, a un equipo de Antena 3 le robaron parte del equipo de grabación mientras rodaba una pieza sobre el repunte de criminalidad en Ciutat Vella.

Según Mossos d’Esquadra se registran una media de 635 delitos al día en la ciudad. No solo eso, sino que los robos con violencia han aumentado un 30 % y, además, de todos esos ladrones que pillan, un 90 % sigue en libertad.

No es un drama, aunque podría llegar a serlo.

Algunos influencers de poca monta –que solo viajan con la pulserita de all included– han aprovechado el filón para comparar Barcelona “con un país tercermundista”. Un término que, por cierto, no me gusta nada. La (desafortunada) hipérbole quizá le haría gracia a Miguel Hernández o a Quevedo, pero no deja de ser una exageración. Es verdad que el horno no está para bollos y hay que andar con cuidado. Pero no nos pasemos de listos, que en la barra de ese bar llamado Redes Sociales no todas las premisas valen. Y Barcelona no es Lima. Por suerte... Y por ahora.